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Dardo Curneo - La reforma universitaria (1918-1930)

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    La reforma universitaria (1918-1930)
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La reforma universitaria (1918-1930): resumen, descripción y anotación

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EXTENSIÓN Y SIGNIFICADO DE LA REFORMA UNIVERSITARIA

I. A un siglo de las luchas contra el coloniaje español —aún no han concluido las fiestas del Centenario, que se clausurarán en 1924, celebrando a Ayacucho—, se produce la insurgencia estudiantil cuyos turnos de eclosión y expansión quieren ser relacionados con los turnos simultáneos y expansivos con que se condujo la revolución criolla de la Independencia. La arrogancia de su manifiesto inicial, dirigido desde Córdoba, Argentina, a los hombres libres de Sur América, se atrevía a anticipar: “Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”. Presumir así de revolución les permitía dar por seguro, y desde el vamos, que estaban aniquilando los restos coloniales que sobrevivían en las repúblicas; revolución, por lo tanto, que daba culminación a la obra incompleta: “acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica”. Y la insistencia en calificar su índole se asignaba, en el mismo párrafo, todo el espacio continental: “se contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar bien pronto bajo sus banderas a todos los hombres libres del continente”. El lenguaje abusivo serviría, sin embargo, para asociar índices de relativo realismo, porque, a cambio de todos, sí serían muchos los latinoamericanos que se sintieron convocados por la rebelión que se extendía entre las capitales universitarias y enrolaba a promociones estudiantiles, ambiciosas levaduras de hombres libres, a favor del clima de época impugnadora. Como lo quería su primer manifiesto cordobés, en el apurado plazo de una década, el mapa latinoamericano marcaría el pronunciamiento coincidente de una nueva generación con rigor de puntualidad comparable al de la generación emancipadora. No resulta difícil deducir que, desde la explosión literaria del modernismo, ninguna manifestación del desafío cultural abarcaría tan amplia escena en plazos tan inmediatos. Si arrogarse como antecedente la gesta de la Independencia era presunción excesiva, el antecedente modernista, en cuanto éste fuera revuelta anticolonial, aparece como estación de posible y afín vecindad. Como el modernismo, la Reforma Universitaria interpretará nuevos avisos de búsqueda en los procesos latinoamericanos de identidad cultural y trabajaría la tentativa de propio lenguaje, lo que es legítimo en rebeliones que se quieren apertura de panoramas culturales e ideológicos.

En esa escala corresponde situar la consideración de la Reforma Universitaria y saberla, en primer término, como respuesta de nuestra región a los llamados más representativos de la época: una respuesta nada provincial. Como la revolución de la Independencia frente al colonialismo español, como el modernismo frente a residuos culturales de ese coloniaje la Reforma Universitaria se alimenta de aprestos de contemporaneidad. Lo contemporáneo es la gran guerra europea y la inmensa brecha que ella ha abierto, que ha dejado abierta, con la quiebra de la esperanza —o ilusión— en un orden progresivo para los negocios humanos y sociales, tal como lo sugirió —y mintió— la belle-époque. La guerra ha sido, no ha dejado de ser, un gran ejercicio de desmitificación, ¿No ha muerto la sociedad que no supo escaparle a la esterilidad de la guerra? Ese reciente pasado fallido no habrá de recomponer su infamia. El mundo que surge de la catástrofe debe ser en todo diferente al que no la evitó, La condena de lo que ha ocurrido se hace expectativa y fundación de nuevos ideales. Sin nuevos ideales no se funda nueva época, no se integra la desmitificación del pasado con la construcción de reinos inmediatos de paz en la justicia. Mucho dice que en Rusia haya sido abatido el imperio zarista y que los revolucionarios en el poder sugieran la oportunidad de un nuevo milenarismo. La historia, a la que la guerra vaciara de sentido, está ejercitando nuevas perspectivas, apresuradas remociones. La sorpresa que suscita aquella revolución triunfante viene a identificarse, aquí, con la lectura de Ja literatura rusa, sin duda más que con la occidentalizada con la paneslavista, a cuyas visiones apocalípticas correspondería lo que, allá, está ocurriendo. La presión de la nueva época, sus impugnaciones, sus augurios, se radican en las generaciones nuevas que acaban de llegar, que están llegando. El mundo y sus impaciencias como que las estaban esperando. En esta visión de mundo y época, el reformista de las universidades latinoamericanas se sabe convocado para compartir —y decidir— el pasaje del mundo hacia la plenitud de la justicia, de la belleza, palabras que rejuvenecen inscritas en sus manifiestos; sabe como propia a las temperaturas de la época y por ellas investidos, en condición irrenunciable, de protagonistas, de gestores de historia nueva. La época les pertenece. Ortega y Gasset está a punto de ser comentarista alarmado de la presentación de las masas en las ciudades occidentales. Este es el hecho que ya está marcando la atmósfera social de la época. Los estudiantes reformistas se anticipan a extraer del hecho masa su zona más dinámica como para suponer y proclamar que estos nuevos tiempos lo son de expansión juvenilista. La irrupción de la masa es irrupción de jóvenes con demandas que, significando la condenación de los viejos y desordenados estilos de vida, postulan desde el nuevo trato entre estudiantes y maestros las aperturas hacia nuevos estilos que armonicen vida nueva.

Esos años aparentaban estación juvenil del mundo rehaciendo historia. A la juventud —ya lo había dicho para América Latina la incitación de Rodó—, correspondería orientar los timones de la rectificación en nombre de causas puras. Exactamente, causas puras. La movilización de las expectativas juveniles demanda sanciones espirituales para los días nuevos. La disidencia generacionista es, en primer término, de inspiración moral. El mundo que se infamó en la guerra remite a una inmediata instancia de desacuerdos morales que se resolverán con proposiciones y conductas purificadoras. “La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura”, dijo el manifiesto cordobés del 18. “Es uno de los altos fines (de la Federación Universitaria, que se constituía) la lucha contra todas las normas de la inmoralidad”, programan los estudiantes chilenos el 20, lo que supone, ya que aluden a normas, a la inmoralidad institucionalizada, o sea lucha contra el sistema inmoral. “El estudiante tiene el deber de permanecer siempre puto, por la dignidad de su misión social, sacrificándolo todo en aras de la verdad moral e intelectual”, propone el congreso estudiantil de La Habana, en el 23. La disidencia moral, que reclama un mundo de justicias y propone concurrentes capítulos de remoción latinoamericana, quiere que la Universidad sirva a los fines de purificación extendidos hacia donde ellos alcancen, El orador principal del 18 cordobés ha aludido a la revolución desde arriba, es decir, revolución desde la Universidad, lo que suponía dotarla de poderes misionales —ideológicos, culturales— para salir al encuentro de Jos tiempos de la urgente enmienda, de la beligerante revisión, para imponer orientación a los necesarios cambios a que se está abriendo el mundo, a los que está forzando la época. De la Universidad replegada frente a las conmociones sociales hacer Universidad que esclarezca y centre la responsabilidad espiritual de los hombres en la gran transición, La Universidad: cuartel mayor con vistas comprometidas a mundo y época. Si pretenden rescatarlas de obsoletas camarillas, de cátedras ortodoxas, de maestros mediocres, es para que conjugue sus funciones hacia paisajes abiertos, removidos. La Universidad liberada será cabeza del proceso de democratización del conocimiento al día, del conocimiento y sus progresos en correspondencia con los progresos sociales, con los ascensos de la época y sus ritmos transformados. La Reforma la hará apta para esa representación. Así lo anuncia desde su primera literatura fragmentaría del discurso y del manifiesto en que toman curso los énfasis juvenilistas y se apuran las incitaciones. No hay disculpas para no hacerse a los caminos y empujar, desde ellos, la feliz fatalidad de quererse y saberse intérpretes de la redención espiritual de nuestros pueblos y voceros de los ideales de la nueva época. Ahí están los estudiantes reformistas para acometer las grandes cosas, para urgir y vencer calendarios, para apresurar la buena historia.

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