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Álvarez Junco - Qué hacer con un pasado sucio

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Álvarez Junco Qué hacer con un pasado sucio
  • Libro:
    Qué hacer con un pasado sucio
  • Autor:
  • Editor:
    Galaxia Gutenberg
  • Genre:
  • Año:
    2022
  • Índice:
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Qué hacer con un pasado sucio: resumen, descripción y anotación

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José Álvarez Junco reflexiona en este libro sobre el peso de los pasados traumáticos en las sociedades humanas (guerras civiles, genocidios, dictaduras), su posible utilización política y su manipulación al servicio de objetivos actuales. Aunque su foco es la guerra civil española y el primer franquismo, los compara con la Alemania nazi, el Chile de Pinochet, la Colombia de guerrilleros y paramilitares o la Sudáfrica del apartheid, entre otros casos. El libro se desarrolla en tres niveles: la construcción de la imagen colectiva, la narración histórica y el rastreo de lo que queda de aquel trauma. Desde la primera perspectiva, recuerda cuál era la complaciente y autocompasiva imagen que los españoles se habían construido sobre sí mismos en las décadas o siglos anteriores y cómo integraron en ella aquellos brutales hechos, sobre todo en las interpretaciones elaboradas por sus intelectuales de mayor prestigio. Desde la segunda, narra lo que pasó en España, el origen de la crisis política de los años treinta, el desarrollo de los acontecimientos durante la misma, la dura represión de los años cuarenta, la evolución posterior de la dictadura y su superación durante la Transición. El tercer aspecto versa sobre qué hacer tras aquel trauma, qué políticas se han tomado en relación con las víctimas, y cuáles se podrían implantar para superarlo de una vez, si tal cosa es posible. El debate sobre la conveniencia de recordar u olvidar es inagotable y el autor no defiende aquí una respuesta tajante. Desde su larga experiencia como historiador y adoptando siempre una mirada distanciada y una perspectiva internacional, se plantea su complejidad y la conveniencia de evitar explicaciones sencillas y maniqueas para favorecer la convivencia social.

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A mis nietos Jaime, Josete, Nacho,
Martín, Pablo, María, Gala y Jimena.
Que no viváis nada como aquello.
Que seáis razonables, si lo vivís.
Y justos; pero no justicieros.

Índice

Introducción

El tema de este libro no es fácil de explicar en pocas palabras. Aunque la mayor parte de sus páginas, si se piensa bien, giran alrededor de un episodio central: la guerra civil española de 1936-1939. No se trata, sin embargo, de un intento de narrarla una vez más, ni de reinterpretarla, ni mucho menos de rectificarla o de buscar revancha. Es, más bien, una reflexión sobre ella, un deseo de comprender cómo la vivieron sus protagonistas y la explicaron los intelectuales más influyentes del momento, un rastreo de las heridas que aún puedan quedar y alguna sugerencia sobre cómo ayudar a cerrarlas.

Todo esto, escrito por alguien que no es exactamente un especialista en aquel hecho histórico. Pese a haber publicado ya muchas páginas, más de las debidas, sobre la cultura política contemporánea española, no hay entre ellas ningún estudio serio sobre la guerra civil. Lo cual no quiere decir que no haya rondado mi cabeza desde hace muchos años. Porque no sólo es lo más grave que ha ocurrido en este país, que es el mío, a lo largo de varios siglos, sino que tuvo lugar poco antes de que yo naciera, mis padres la vivieron y yo crecí en el régimen que surgió de ella.

Como cualquier español de mi edad, puedo contar docenas de historias relacionadas con la guerra. Absurdas y crueles casi todas, ejemplares algunas. Al abuelo de uno de mis mejores amigos lo mataron los llamados «rojos», no por haberse significado en política, sino porque tenía tierras –no gran cosa– y porque iba los domingos a misa. El que, al revés, no iba a misa, sino que se cambiaba de acera cuando veía venir al cura, era el tío Joaquín, de quien mi padre decía que era muy buena persona y que jugaba mucho con él, que era niño; al tío Joaquín le fusilaron en Badajoz los que él hubiera llamado «fascistas». En el pueblo en el que yo crecí, donde decían que no había habido guerra, porque desde el primer día fueron territorio «nacional», hubo veintinueve fusilados, algo más de uno por cada cien habitantes, y varios de sus cuerpos siguen aún perdidos por el campo. En el pueblo de al lado, sin embargo, cuando llegaron los falangistas y pidieron la lista de los rojos al párroco, don Basilio –a quien recuerdo muy bien, bajito, gordo, socarrón–, este se irguió desde su metro cincuenta de estatura y les contestó: «aquí el más rojo soy yo, ¡fuera del pueblo!». Y allí no hubo muertos.

En mi caso, mi primer atisbo de la guerra me llegó a través de Remedios, una mujer joven de grandes ojos tristes, vestida siempre de negro, que venía a casa a lavar y se pasaba horas arrodillada, en el patio, restregando la ropa contra el tablero ondulado; me impresionaban las yemas de sus dedos, arrugadas como garbancitos por el agua fría. Ella fue la que en algún momento me susurró, medio a escondidas, que los falangistas no eran tan buenos como me contaban, que también habían hecho cosas... Hubo chicas a las que cortaron el pelo al cero, seguía, les dieron aceite de ricino o las desnudaban, ya sabes. No, yo no sabía, tenía seis o siete años. Mi madre me añadió que Remedios era de familia de sindicalistas –cuántas palabras nuevas– y le habían matado a un hermano cuando la guerra. Remedios se casó por poderes con un novio que estaba en Francia; mi padre le ayudó con el papeleo y yo aprendí aquello de «por poderes». Al poco de casarse, Remedios se marchó también a Francia. Alguien me dijo, en una visita al pueblo, unos sesenta años después, que acababa de morir allí. Nunca había regresado, ni yo volví a verla.

Todo era misterioso, como emanado de un gran agujero negro, porque a los mayores no les gustaba hablar de estas cosas. Siempre me intrigó y, sin embargo, nunca lo investigué en serio. Algún amigo, a quien respeté y quise mucho, y que aparecerá más de una vez en estas páginas, me lo preguntó un día: «¿Y tú por qué no has escrito nunca sobre la guerra? En tu libro sobre el anarquismo te quedaste en 1910; en el de Alejandro Lerroux te limitaste a su juventud radical, dejando de lado su papel en la Segunda República; en tu Mater Dolorosa estudiaste sólo el nacionalismo español del siglo XIX , cuando en la guerra el nacionalismo fue crucial…».

«Es que soy demasiado pesado, detallista», le contesté, «me acabo quedando en la introducción, apenas llego al primer capítulo; pero lo que siempre he querido entender ha sido la guerra civil». Y era cierto. Sobre los anarquistas, que por entonces creía lo más interesante, lo más romántico y original, que había producido el país, quería explicar lo que habían hecho en la guerra, que me parecía coherente con sus principios, aunque también violento y poco oportuno. Pero empecé por su ideología política, su visión del mundo, y nunca sobrepasé el siglo XIX . Con Lerroux, también me sedujo el fogoso demagogo que fue de joven y no tuve tiempo para pensar en aquel político conservador de los años treinta, a quien votaba el ciudadano medio, que quería ver progresar el país y menor peso clerical y militar, pero que tampoco soportaba el desorden. En el caso del nacionalismo, empecé por lo que creí que eran sus etapas de surgimiento y desarrollo inicial; y, una vez más, apenas entré en el siglo XX .

Ahora, por fin, me lanzo a escribir sobre la guerra. No ya como investigación, porque este trabajo no ofrece nada nuevo sobre ningún aspecto o período de aquel conflicto, ni tampoco como visión de conjunto. Es una obra menos ambiciosa, pero, a la vez, lo es más. Porque se trata de una reflexión global, compleja, que recorre, u oscila entre, al menos tres terrenos: la narración histórica, la construcción de la imagen colectiva y el rastreo de lo que queda de aquel trauma.

El primero de estos aspectos, el descriptivo, recuerda lo que pasó en España, cómo se llegó a la gran crisis política de los años treinta, cómo se desarrollaron los hechos antes, durante y después de la misma, en qué consistió la dictadura de 1939-1975 y cómo se salió de ella durante la Transición. Todo, por supuesto, de forma muy sintética, porque lo contrario sería enciclopédico y este libro quiere ser abarcable.

Para ello he procurado resumir lo que se sabe, sin innovaciones, pero con la información más amplia y fiable que he podido reunir. Los especialistas encontrarán, en esta parte narrativa, inexactitudes, simplificaciones, insuficiencia de fuentes… No es eso lo que me preocupa; es inevitable en un libro de síntesis. Lo que me dolería sería que encontraran que mis datos están escorados en uno u otro sentido, que esconden deformaciones, conscientes o inconscientes, que prejuzgan el resultado. Porque a la precisión quisiera añadir el mayor equilibrio del que soy capaz. Equilibrio, sospechoso término, como ecuanimidad o imparcialidad, que ya estará haciendo sonar las alarmas de algunos. Con él quiero decir sin previa toma de partido; lo que no significa equidistancia o asepsia, como espero demostrar; parto de la base de que había una legalidad constituida, que era la República, problemática pero no ilegítima, y que quienes conspiraron contra ella y organizaron el golpe militar que fracasó parcialmente fueron los responsables de la guerra.

El segundo nivel en el que se mueve esta obra se refiere a cómo vivieron los españoles aquellos hechos y cuáles fueron las interpretaciones que les proporcionaron sus intelectuales de mayor prestigio, en especial los historiadores; es decir, cómo se integró un hecho tan excepcional, tan brutal, en la imagen –complaciente, pero también autocompasiva– que habían construido sobre sí mismos en las décadas o los siglos anteriores. Es un terreno que conozco mejor, para el que incluso repito ideas ya expuestas en alguna publicación previa sobre la formación y el desarrollo de la historia de España.

El tercer aspecto versa sobre qué hacer tras aquel trauma, qué políticas se han adoptado en relación con las víctimas, y cuáles se podrían adoptar, para superarlo de una vez, si tal cosa es posible. El propio título del libro se refiere a esta vertiente. Es la parte más original, quizás, lo cual no quiere decir que sea pionera, porque existe toda una literatura especializada sobre el asunto que ni siquiera puedo presumir de conocer a fondo; de nuevo, espero que esta carencia se compense con la visión global en que se inserta todo. De lo que, desde luego, soy consciente es de que con ello entro en un terreno radicalmente distinto a los anteriores. No es ya pensar sobre el pasado, ni explicar cómo lo vieron en su momento, sino intentar influir sobre el presente. Lo que introduce una tensión, que recorre estas páginas, entre el supuesto análisis objetivo, distanciado, de un problema pretérito, y la intervención, la oferta de propuestas prácticas, para el día de hoy.

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