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Javier Moscoso - Historia del columpio

Aquí puedes leer online Javier Moscoso - Historia del columpio texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2021, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial España, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Javier Moscoso Historia del columpio
  • Libro:
    Historia del columpio
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial España
  • Genre:
  • Año:
    2021
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Historia del columpio: resumen, descripción y anotación

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Para mi madre Para mis hermanos El columpio se humedece con la lluvia - photo 1
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Para mi madre

Para mis hermanos

El columpio se humedece

con la lluvia fina del crepúsculo.

LI QINGZHAO

En el fango de vuestro desprecio yacía la estatua: ¡Pero su ley es precisamente que del desprecio haga renacer en ella vida y belleza viviente!

FRIEDRICH NIETZSCHE

INTRODUCCIÓN

En España, el columpio llegó al parque infantil en la posguerra, aunque tan sólo se popularizó después de la muerte de Franco. Los chirridos de sus enganches, sus idas y venidas, formaron parte del paisaje de un país que se movía entre el desarrollismo y la pobreza. Muchos críos del tardofranquismo hicieron cola a su lado, sabiendo que sólo podrían disfrutar durante un tiempo de aquella sensación de liviandad. Mientras que a los pequeños había que empujarlos (o «darles», como se decía entonces), los mayores aprendieron a doblar y estirar las piernas al compás de la marcha, de modo que su movimiento corporal permitiera ganar altura y aumentar la velocidad. Los más osados llegaban a colocar la silla casi perpendicular al suelo, como todavía sucede en algunos rituales coreanos o en las competiciones estonias. El trajín hacía inevitables los accidentes. En los casos más graves, el columpio impactaba con fuerza en los pequeños que, ajenos al peligro, correteaban por todas partes. Tampoco escaseaban las miradas furtivas bajo las faldas de las niñas levantadas por el viento, más por curiosidad que por impudicia. Las pocas brechas y contusiones se fueron reduciendo con los años. En el Madrid de los ochenta, mientras el alcalde animaba desde el balcón del ayuntamiento al consumo de cánnabis, las autoridades comenzaron a mejorar los sistemas de seguridad. Más tarde sucedió que el suelo, antes de arena, con su correspondiente y eterno charco, pasó a cubrirse de un material capaz de amortiguar los golpes. También se añadió a las sillas una estructura para las piernas que, a modo de arnés, hacía mucho más complicado el vuelco. Estas modificaciones no alteraron lo esencial de una experiencia que descansaba, desde tiempo inmemorial, en la excitación del sistema vestibular.

La historia del columpio es la historia de una resignificación. Con este artefacto ha ocurrido lo que con otras tantas cosas despreciadas por los adultos: que acaban en las manos de los niños. Sus orígenes mitológicos —¿pues hay acaso otros orígenes?— se remontan al momento en que la diosa Isis se columpió en el pene de su esposo muerto, que también era su hermano, bajo la forma alada de un milano. Conocemos esta historia a través del Libro de los muertos y de algunos otros papiros de la decimonovena dinastía. Hace ahora más de cinco mil años algunos elementos de este relato quedaron inmortalizados en los Textos de las pirámides. Lanzada al aire por la fuerza del amor —y, todo hay que decirlo, también por el pene de Osiris, cuya eyaculación hizo crecer las aguas del río, fertilizando la tierra—, la diosa de los mil nombres alcanzó las regiones del alto y el bajo Nilo (véase fig. 1 del álbum de ilustraciones). Desde allí cruzó el Mediterráneo, atravesó el mar Rojo y el golfo Pérsico hasta el antiguo reino de Kalinga, en el mar de la India, donde su culto se incorporó a las religiones brahmánicas. Fue en el Indostán, en el siglo XIII , donde el rey Narasingha Deva I (reinó c. 1238-1264) se hizo retratar encima de una tabla sostenida por dos cuerdas. Mucho antes, en algún momento del siglo V , en las cuevas de Ajanta, en Maharashtra, una mano había pintado a la nāga Irandati subida en un columpio (véase fig. 2). Del puerto de Orissa, el instrumento se expandió por el sudeste asiático, así como por las tierras de las sociedades nilóticas, en lo que hoy es Sudán del Sur, Uganda, Kenia y el norte de Tanzania.

Muy lejos del parque infantil, el columpio ha estado tradicionalmente asociado al sexo y a la muerte. Sus connotaciones sexuales llegaron a Roma en tiempos de Tiberio, a comienzos del siglo I . De aquellos años decadentes data la moneda de naturaleza erótica que el pintor y coleccionista Pirro Ligorio ( c. 1510-1583) incluyó en la edición de uno de los textos más importantes de medicina del Renacimiento: la Gimnástica médica de Girolamo Mercuriale (1530-1606). «La moneda existe, pero no es erótica», decían los eruditos del siglo XIX . Lo cierto es que sí existe, sí es erótica y se conserva en la Biblioteca Nacional de París. Para aumentar la confusión, la misma imagen de una mujer columpiándose se utilizó para ilustrar la sala de los juegos del Castello Estense, en Ferrara. El artefacto que los médicos del Renacimiento conocieron como petauro , y que el poeta latino Marcial (40-104) había comparado con un pene, se mantuvo apartado del humanismo sin dejar apenas rastro en las fuentes literarias.

En Europa, el columpio sobrevivió durante siglos en los márgenes de los manuscritos medievales, asociado muchas veces al mundo de la acrobacia, adonde había llegado probablemente a través del Asia central, transportado por comunidades indo-iranias. Los nobles de la Europa moderna lo redescubrirán a través de la porcelana de la dinastía Ming. Al otro lado del Atlántico, los colonos americanos convirtieron el balanceo en un símbolo más del nuevo patriotismo: frente a la rigidez de la silla Windsor, decían, la libertad de la mecedora cuáquera. Antes había sido la hamaca precolombina que Colón (1451-1506) redescubrió en su primer viaje a las Indias y que la reina católica incluyó en las Leyes de Burgos. Al parque público llegará en el siglo XIX , sobre todo como entretenimiento para adultos. Como no podía ser de otro modo, los niños tuvieron que esperar rigurosamente su turno.

Este no es un libro sobre la infancia, sino sobre la humanidad. No es obviamente una historia de la humanidad, sino sobre la humanidad. Traza la historia de un objeto que, en mayor o menor medida, nos ha acompañado desde los tiempos inmemoriales de la China preimperial o desde las leyendas de la Grecia clásica. En puridad, no se trata de un único libro, sino de dos que, por economía de medios, se han encuadernado juntos y que, para hacer la lectura más amena, se leen al mismo tiempo. Por un lado, la historia del columpio atañe al estudio de un objeto que, pese a las modificaciones en su diseño, nos resulta perfectamente reconocible.

Pero esta es también la historia de una experiencia: la que depende de la alteración de las estructuras anatómicas responsables de nuestros sentidos de la orientación y el equilibrio. Tanto desde el punto de vista de su materialidad como de la experiencia que desencadena, este libro intenta explicar qué hizo posible el uso general del artefacto, la obstinación con la que aparece en lugares y tiempos tan distantes. Desde el golfo de México hasta el sudeste asiático, desde el valle del Hudson hasta el del río Amarillo o desde el África negra al Báltico, el columpio pone en relación la danza del sol de los navajos con el balancín de los totonacas, o las leyendas de la Grecia antigua con las religiones brahmánicas. En la estela de otros académicos, queremos saber por qué culturas muy distintas comparten mitologías y rituales similares que involucran, en muchos casos, la fabricación de objetos funcionalmente idénticos. Para esclarecer un problema similar, el historiador Carlo Ginzburg comenzó por afirmar que los elementos universales de la cultura no pueden desligarse de las cualidades corporales a partir de las cuales se elaboran. Siguiendo en parte las intuiciones del filósofo Walter Benjamin, para quien la cualidad del relato dependía de su anclaje en la experiencia, Ginzburg se preguntaba por las similitudes formales que comparten diversos ritos euroasiáticos relacionados con el viaje al inframundo. A la hora de acceder a los elementos propios de la brujería moderna, antes de su reconceptualización por parte de los inquisidores, este famoso historiador de origen italiano se vio obligado a hacer un recorrido histórico y antropológico por las fuentes más variadas del chamanismo. Terminó por reconocer, sin mencionarla, una deuda nietzscheana: la solución está en el cuerpo, decía, en la experiencia narrada del cuerpo.

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