Dividida en cuatro volúmenes, la Historia de España en el siglo XX abarca un periodo especialmente controvertido, cuyo conocimiento es imprescindible para cualquiera que desee hacer un diagnóstico del presente. España ha sido protagonista de dos acontecimientos fundamentales en este siglo —la Guerra Civil y la Transición a la democracia— la cultura española ha alcanzado desde comienzos del siglo XX unas cotas que permiten establecer un paralelismo con el siglo de Oro.
Este tomo aborda la etapa comprendida entre el desastre de 1898 y la proclamación de la República en 1931, un periodo de cambio en el que empezaron a fraguarse las grandes cuestiones que marcaron el siglo XX español.
Una obra fundamental para entender la España de hoy.
Javier Tusell
Historia de España en el siglo XX
I. Del 98 a la proclamación de la República
ePUB r1.3
JeSsE06.02.14
Título original: Historia de España en el siglo XX (I. Del 98 a la proclamación de la República)
Javier Tusell, 2000
Retoque de portada: JeSsE
Editor digital: JeSsE
ePub base r1.0
JAVIER TUSELL GÓMEZ, (Barcelona 26 de agosto de 1945 — Barcelona 8 de febrero de 2005) fue un historiador español, catedrático de Historia Contemporánea en la UNED.
Nacido en Barcelona, se trasladó pronto a Madrid con su familia, donde curso el bachillerato y posteriormente las carreras de Filosofía, Historia y Ciencias Políticas.
Tras doctorarse y especializarse en Historia Contemporánea, se dedicó a la docencia desde 1966.
Especialista en la historia contemporánea de España, Tusell construyó una producción ingente e imprescindible para el conocimiento de la historia política de España en el siglo XX : elecciones y partidos políticos, Alfonso XIII, el caciquismo, el golpe de estado de Primo de Rivera, la democracia cristiana en España, Franco y su régimen, España y la II Guerra Mundial, las relaciones entre Franco y el Conde de Barcelona, los católicos bajo el franquismo, la oposición democrática a dicho régimen, Carrero Blanco, Arias Navarro, la figura del príncipe y después rey Juan Carlos. Todo ello para tratar de explicar un tema crucial y obsesivo para la generación a la qué perteneció: la democracia en España, las razones por las que no se estabilizó durante la Segunda República y las consecuencias de su fracaso —la dictadura franquista—, así como el restablecimiento de la democracia y el carácter de la Monarquía del rey Juan Carlos I y del Estado de las autonomías.
Introducción: La herencia del fin de siglo
En un tiempo todavía no muy remoto, la Historia del siglo XX español hubiera comenzado con unas consideraciones acerca del peso que sobre la centuria siguiente tuvo el llamado «Desastre del 98», es decir, la pérdida de las últimas colonias americanas. Hoy, en cambio, gran parte de esas consideraciones, habituales en ese pasado próximo, se consideran fuera de lugar. El mismo hecho de considerar la fecha de 1898 como una ruptura sería muy discutible. Todo hace pensar que, así como el periodo revolucionario abierto en 1868 dejó una huella considerable en quienes lo vivieron, en cambio la pérdida de las colonias no rompió la continuidad histórica en muchos terrenos como, por ejemplo, el económico e incluso el mismo juicio es válido para el político. La impresión de ruptura con el pasado se limita a contados terrenos, como más adelante se señalará.
La interpretación que durante mucho tiempo se ha hecho de la pérdida de Cuba y Filipinas se ha basado en recalcar aspectos críticos acerca del régimen político existente sin tener en cuenta unas realidades que convertían en virtualmente inevitable lo sucedido. Hay que tener en cuenta, en primer lugar, el tipo de colonialismo español a fines del siglo XIX . En Filipinas ni siquiera había logrado la difusión de la lengua —ni siquiera entre las tropas auxiliares indígenas, y la labor colonizadora parecía, en realidad, subarrendada a las órdenes religiosas—. En las islas de Micronesia —Carolinas, Marianas…— se basaba en el descubrimiento, pues en la práctica no había existido ocupación propiamente dicha y, menos aún, explotación comercial. En Cuba la explotación económica no sólo había existido sino que dio lugar a las fortunas más impresionantes del siglo en España.
Así se explica que la llegada de los recursos procedentes de la isla resultara indispensable para sostener la guerra carlista. Pero en los últimos años del siglo de todo ello subsistía principalmente un grupo de presión política que, si en el pasado había hecho vivir a Cuba en un sistema de excepcionalidad constitucional, en 1893 hizo imposibles las reformas de Maura y sustentó la resistencia a ultranza contra cualquier cambio en las Antillas hasta que fue demasiado tarde. Entretanto las circunstancias económicas variaban y hacían cada vez más profunda la distancia entre el marco político y el económico. Mientras que más del 90 por 100 de la exportación de azúcar sin refinar se dirigía a Estados Unidos la metrópoli conservaba el 40 por 100 de la importación cubana que, de todos modos, no era el más allá del comercio exterior español. Los concejales de La Habana eran en su inmensa mayoría peninsulares a pesar de que las críticas a la Administración colonial poco antes de la Restauración eran tan graves que un capitán general llegó a decir que tres cuartas partes de los funcionarios merecían ser licenciados. Si a comienzos de siglo la existencia de la esclavitud aseguró la fidelidad de la clase dirigente a la Corona española, a fines la crisis del azúcar de caña —por la aparición del de remolacha— contribuyó a crear una profunda inquietud que favoreció a los movimientos independentistas. Si la producción cubana había llegado a ser el 40 por 100 del total mundial, en los años finales de siglo se había reducido a casi la mitad. Aun así, durante mucho tiempo Cuba constituyó la esperanza de casi un millón de españoles que emigraron a la isla desde fines de siglo hasta los años treinta.
Sólo una situación de las relaciones internacionales favorable a España hubiera podido tener como consecuencia que Cuba siguiera perteneciendo a la Monarquía española pero, en este preciso momento, todo contribuyó, por el contrario, a hacerlo más difícil. Se le ha atribuido a Cánovas una política de aislamiento que explicaría, de acuerdo con la interpretación de sus críticos, la carencia de alianzas de España y, por tanto, su derrota en el momento decisivo. Pero ésta no es una descripción que se corresponda con la realidad. Cánovas sólo procuró evitar los compromisos, en especial los excesivos. La Restauración estuvo ligada a una de las alianzas europeas hasta mediados de la década final de siglo pero incluso si esa situación hubiera perdurado (y no fue el caso) el resultado hubiera sido idéntico porque no hubiera bastado para garantizar las posesiones coloniales. En un ambiente internacional en el que predominaba un áspero realismo (o, si se quiere, la ley darwinista del más fuerte) los derechos históricos no valían ante los poderes emergentes de nuevas potencias dispuestas a participar en el reparto. De esta manera se imponía una redistribución colonial en la que las perdedoras tenían que ser aquellas naciones «moribundas», denominación que empleó el secretario del Foreign Office lord Salisbury precisamente para referirse a España tras su derrota. Estados Unidos actuó como el ejemplo mismo de potencia deseosa de ejercer su imperialismo y por eso no cejó de plantear a España la única solución que para su clase dirigente resultaba inaceptable, la venta de la isla.