Agradezco a Penguin Random House Grupo Editorial la reedición de este libro, originalmente titulado El hombre que detuvo a García Lorca. Ello me ha permitido corregir algunos lapsus y añadir unos datos nuevos, debido sobre todo a la obra de Gabriel Pozo Felguera, Lorca, el último paseo (Granada, Ultramarina, 2009). Libro que confirma, gracias a las declaraciones de Emma Penella recogidas por el autor, el papel decisivo de su padre, Ramón Ruiz Alonso, en la denuncia responsable del asesinato del poeta. Creo que ello justifica, con otros pormenores aludidos, el cambio de verbo en el título de mi estudio.
Capítulo I
Ramón Ruiz Alonso, enemigo mortal del socialismo
D E S ALAMANCA A G RANADA
Ramón Urbano Lorenzo Ruiz Alonso nació el 14 de noviembre de 1903, a las dos de la tarde, en el pueblo salmantino de Villaflores, situado en plena meseta castellana a unos veinte kilómetros de Madrigal de las Altas Torres y a treinta de la capital provincial. Tenía, es decir, cinco años y medio menos que Federico García Lorca, que había venido al mundo el 5 de junio de 1898 en otro pueblo, Fuente Vaqueros, ubicado, como al poeta le gustaba subrayar, en «el corazón de la Vega de Granada».
Los padres de Ramón, Ricardo Ruiz Hernández y Francisca Alonso Fraile, eran —como los de Lorca— acomodados labradores. «Nací en una familia a la que el bienestar sonreía y la vida agasajaba», escribió en su manual fascista Corporativismo, publicado en 1937.
Como sus hermanos José, Ángel y Ricardo, fue educado durante algunos años por los salesianos del colegio de María Auxiliadora de Salamanca. Allí coincidió, al parecer, con José María Gil Robles, quien, cuatro años mayor que él, sería más tarde su orientador y jefe político.
En 1977 unos vecinos de Villaflores nos aseguraron, durante una visita al pueblo, que los padres de Ramón perdieron mucho dinero con los juegos de azar y que, en consecuencia, la familia pasó por una etapa muy difícil. Ruiz Alonso se refiere a ello, evitando explicaciones, en Corporativismo. En los felices tiempos, escribe, las gentes llamaban a su padre «don Ricardo» y a su madre «doña Francisca». Luego vino el derrumbe y nacieron, según el autor, sus «rebeldías»: rebeldías muy tenaces. «Yo no las pude vencer jamás —relata—, porque venidos mis padres a menos, empobrecidos totalmente, aunque enriquecidos moral y espiritualmente más que nunca, yo vi a aquellas mismas gentes llamar a mi padre “el señor Ruiz” y a mi madre “la señora Paca”.»
No cabe duda, pues, de que hubo un período de penuria. En su libro recuerda, además, cómo «años atrás, las primeras veces mi madre, y después yo mismo, iba con un pucherito a un Colegio salesiano de Galicia a buscar comida para todos».
Según dijo en 1933, sus padres se vieron forzados a emigrar, no sabemos en qué año, a Argentina.
En Madrid una «buhardilla» de la calle del Barco, número seis, albergó por un tiempo a la familia. «Recuerdo de una noche —sigue apuntando el autor de Corporativismo— que la cena para cinco personas consistió en dos grandes patatas cocidas con agua y sal».
En el padrón municipal de 1924 correspondiente a dicha dirección no consta la presencia de la familia Ruiz, pero sí en el siguiente, el de diciembre de 1930. Viven entonces en el piso tercero exterior del inmueble los padres de Ramón, dos de sus hermanos —Ángel y Ricardo— y su hermana María de la Fuenciscla.
Falta el futuro diputado de la CEDA, que en una fecha no determinada se había mudado a Barcelona donde volvió a ser alumno de los salesianos, esta vez en sus Escuelas Profesionales, así llamadas. Pero «las necesidades de la vida —escribió en 1932—, cruel también conmigo como con los demás», le obligaron a abandonar aquel establecimiento, donde los hijos de don Bosco lo «enseñaron a saber rezar entre el repiqueteo del yunque herido por el martillo». Luego consiguió trabajo en su primer taller. Allí, como obrero fervorosamente católico entre tantos no creyentes, se sintió «solo en el mundo, desamparado, huérfano».
En 1967 Ruiz Alonso recordaba con gran cariño a los salesianos, que tanto le habían ayudado durante su juventud, inculcándole en catolicismo fervoroso, y nos explicó que durante varios años presidió su Asociación de Antiguos Alumnos.
Poco antes de la llegada de la República en abril de 1931, trabajaba como delineante en la Compañía de Trabajos Fotogramétricos de Madrid, fundada por el aviador Julio Ruiz de Alda (luego uno de los primeros colaboradores falangistas de José Antonio Primo de Rivera). Las cosas iban mejorando.
Nuestro hombre era alto, bien parecido, fornido, arrogante y enfático, con una mata de pelo negrísimo y una risa estentórea. En 1929 se casó con Magdalena Penella Silva, hija del famosísimo compositor valenciano Manuel Penella (1850-1939), descubridor de Concha Piquer y autor, entre otras obras de gran éxito, de las zarzuelas El gato montés (1916) y Don Gil de Alcalá (1932), así como de la popular canción Amapola, hecha famosa en todo el mundo, décadas después, por Plácido Domingo. El 2 de marzo de 1930 nació en Madrid la primera hija de la pareja, Manuela —nombrada así en honor del abuelo—, que, con el correr de los años, iba a ser la célebre actriz Emma Penella.