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Maurene Goo - Creo en una cosa llamada amor

Aquí puedes leer online Maurene Goo - Creo en una cosa llamada amor texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2019, Editor: V&R Editoras, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Maurene Goo Creo en una cosa llamada amor
  • Libro:
    Creo en una cosa llamada amor
  • Autor:
  • Editor:
    V&R Editoras
  • Genre:
  • Año:
    2019
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Creo en una cosa llamada amor: resumen, descripción y anotación

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NO HAY NADA QUE NO PUEDAS LOGRAR SI SIGUES UN PLAN.

INCLUSO ENAMORARTE. Cuando Desi conoce a Luca decide que ha llegado la hora de dejar atrás su mala racha en el amor y, para conquistarlo, se vale de su mayor talento: la organización.

Robando ideas de los dramas de tv coreanos, realiza una serie de pasos para llegar a su corazón. Al fin y al cabo, todo en su vida lo ha conseguido con un plan y cada drama tiene su final feliz.

¿Qué podría salir mal?

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Para todo aquel que se haya
enamorado del amor por medio
de los dramas coreanos.

Cuando tenía siete años creí mover un lápiz con la mente Había oído la - photo 7

Cuando tenía siete años, creí mover un lápiz con la mente.

Había oído la historia de un hombre que había aprendido por su cuenta a ver a través de los objetos, para así poder hacer trampa en los juegos de cartas. El punto era que, si alcanzaba un estado de completa concentración, podría hacer cosas con su mente que un ser humano normal sería incapaz de realizar. Aprendió a levitar, caminar sobre brasas y mover objetos, entre otras cosas. Sin embargo, lo primero que intentó fue observar algo durante horas para hacer que se moviera.

Así que una tarde limpié mi escritorio y coloqué en la superficie, plana e impoluta, un lápiz mecánico rosado con motivos de conejitos.

Cerré la puerta de mi habitación y corrí todas las cortinas, envolviendo todo en la oscuridad en cuanto el sol comenzó a ponerse.

Me senté frente al escritorio y miré fijamente el lápiz. Rogándole que se moviera.

Lo miré sin parpadear por lo que me parecieron horas. Hasta que mi papá golpeó la puerta.

­­–¡Necesito privacidad! –chillé, sin quitar la vista del lápiz.

Mi padre refunfuñó desde el otro lado, pero al final se retiró arrastrando los pies.

Cuando llegó la hora de la cena, golpeó de nuevo y me dijo que necesitaba comer.

–¡Una pausa a la privacidad! –gritó.

Tenía la boca reseca y me moría de hambre, pero mantuve mis ojos fijos en los motivos de conejitos de aquel lápiz y le dije a mi papá que dejara la comida afuera.

En lugar de eso, abrió la puerta y asomó su cabeza adentro.

–¿Desi? –me llamó.

–Appa, estoy intentando hacer algo muy importante –repuse.

Un papá normal probablemente habría exigido una explicación de su hija de siete años. Habría mostrado curiosidad porque se hubiera encerrado en su habitación mirando un lápiz durante horas.

Pero este era mi papá. Y resultaba que yo era su hija. Así que se encogió de hombros y fue a preparar una bandeja de pescado, arroz y sopa de carne de res con rábano, la cual llevó con cuidado hasta mi escritorio para no mover el lápiz.

Olí la comida y me sentí mareada. Pero no podía permitirme mover los ojos fuera del lápiz.

–Esto… ¿Appa?

Sin mediar palabra, mi padre tomó un poco de arroz con la cuchara, lo mojó en la sopa, y lo acercó a mi boca. Lo comí de un solo bocado. Luego, tomó los palillos y me dio un poco del pescado. Lo mordisqueé. Acercó un vaso con agua a mis labios, la cual bebí con gratitud.

Una vez que terminé con casi toda la comida, mi padre me dio una palmada en la espalda y se retiró con la bandeja en sus manos.

–No te quedes hasta muy tarde –me dijo antes de cerrar la puerta.

Ya recargada y con mi cerebro más fuerte que nunca, continué clavando la vista en ese lápiz.

Entonces, ¿qué? Bien, juro por mi vida, y hasta este mismo día, que esto fue lo que sucedió: el lápiz se movió. Fue el movimiento más mínimo de todos, probablemente invisible para todos excepto para mí, pero en el segundo en que vi a ese lápiz rosado rodar ligeramente hacia mí y luego detenerse, chillé. Salté de mi asiento y me jalé el cabello con incredulidad. Corrí en círculos e hice una pequeña danza. Luego me zambullí de cara dentro de mi cama y me quedé dormida.

Intenté el mismo truco con algunos otros objetos: una goma que olía a fresas, una figura para pasteles de bailarina, un piñón. Pero no hubo suerte. A pesar de ello, durante años me creí capaz de mover objetos con la mente. En el fondo, supe que yo existía en esa pequeña esfera especial en donde las cosas mágicas suceden. Cosas que jamás le ocurren a la gente normal, pero sí a un grupo selecto de personas extraordinarias.

Esta creencia infantil en mi poderoso cerebro se fue desvaneciendo al pasar el tiempo. No estaba necesariamente perturbada por ello, o desanimada con la frialdad de la cruda verdad sobre cuán desprovista de magia estaba la vida real. Solo quité con cuidado esa etapa de mi vida.

Sin embargo, nunca dejé de creer en que uno puede lograr algo tan solo con enfocarse en ello. Siendo firme. Siempre con la mirada sobre el premio. Y de esa manera, no hay nada que no puedas controlar en tu propia vida.

Esta era una loca y poderosa herramienta para tener a disposición cuando tenías siete años y habías perdido a tu madre. Los recuerdos que tenía del tiempo posterior a su muerte se habían vueltos vagos, pero siempre implicaban una versión de mi padre que solo existía en aquellos meses. Una sombra de sí mismo, alguien que me acostaba en la cama, preparaba la cena y me daba la misma cantidad de atención. Pero cuando él creía que yo no lo observaba, era alguien que se sentaba en una silla por horas en la oscuridad. Alguien que regaba los geranios de mi madre a las tres de la mañana, quien configuraba la alarma de ella a las seis en punto, incluso cuando él no debía despertarse hasta una hora después. Alguien que se quedaba mirando un cuenco vacío durante cinco minutos cada mañana, aguardando a que ella le sirviera los cereales y la leche con su técnica simultánea patentada. Ella siempre cronometraba todo de manera correcta para que los copos y la leche completaran el tazón exactamente al mismo tiempo.

Entonces un día escuché a mi tía hablándole en tono silencioso a mi tío en la cocina.

“El tiempo cura las heridas”.

Y así fue que decidí acelerar el proceso.

Rompí el reloj despertador de mi padre y, con lágrimas en los ojos, le mostré las piezas. Le tomó semanas cambiarlas, y cuando lo hizo, lo configuró solamente para las siete en punto. Cada mañana le preparé su cereal antes de que pudiera sentarse y observar el recipiente vacío. Y mientras él comía, yo regaba los geranios.

Entonces mi antiguo padre regresó. Colocó la sortija de casamiento de mi madre en un pequeño plato de porcelana y quitó, con cariño, el polvo de todas las fotos de ella que había por toda la casa. Y seguimos adelante. Las sombras debajo de sus ojos desaparecieron y los geranios florecieron, trepando sobre la puerta del garaje.

El tiempo no tiene sentido. Desi Lee cura las heridas.

Solo era necesario un plan para ponerte en acción. Así fue como convencí a mi padre para dejarme criar gansos en nuestro patio trasero, como rescaté del cierre a nuestra mal financiada biblioteca de la escuela secundaria, como vencí el miedo a las alturas por medio del salto en bungee en mi decimosexto cumpleaños (y solo se me escapó un poco de pis), y como me convertí en la primera de la clase luego de un año. Creí, y aún sigo creyendo, que puedes construir tus sueños, ladrillo por ladrillo. Que puedes lograr lo que sea con perseverancia.

Incluso enamorarte.

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Si piensas en la vida como una serie de imágenes nostálgicas dispuestas en un montaje que va en cámara lenta, te perderás muchos de los fragmentos aburridos. En medio de las imágenes borrosas de ti soplando las velitas de tu pastel de cumpleaños

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