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Para
Ivan, Alexia y Gilles, por su amor infinito que me hace creer que todo camino es posible
En 2002, Carina Morillo vivía en Luxemburgo junto a su familia. Al cumplir su hijo menor, Ivan, los dos años y medio fue diagnosticado con autismo, y entonces decidieron volver a la Argentina.
Ese regreso se convirtió para ella en un camino de transformación. Fue darse cuenta de que su currículum de logros no le servía para hacer frente a las dificultades de su hijo, y que su única certeza era que quería la felicidad de Ivan. Que su familia fuese feliz. Ser feliz ella misma. Por nada del mundo se iba a apartar de ese objetivo.
Descarnado e inspirador, Plan B trata sobre el poder del amor y el coraje frente a los obstáculos y las oportunidades que pueden surgir cuando nos despojamos de nuestros prejuicios y aprendemos a aprovechar nuestro verdadero potencial. Una invitación a mirar la realidad como un lugar de eternas posibilidades.
CARINA MORILLO
Es cofundadora y presidente de la Fundación Brincar por un Autismo Feliz (www.brincar.org.ar), que desde 2010 trabaja para mejorar la calidad de vida de las personas con autismo desde su detección hasta la vida adulta, acompañando a las familias, brindando formación profesional, concientizando a la comunidad y generando espacios, actividades y oportunidades de inclusión que les permitan desplegar todo su potencial y el valioso aporte que pueden brindar a la sociedad. Fundó Brincar por inspiración de su hijo Ivan, con la convicción de que todos tenemos derecho a una vida feliz y de calidad.
Economista por el Babson College de Boston, Estados Unidos, y máster en Programación Neurolingüística por la Escuela Argentina de PNL & Coaching, su labor solidaria en 2014 fue distinguida con el Premio Abanderados de la Argentina Solidaria que entrega Canal 13. En 2016 fue oradora en TEDxRiodelaPlata, y en 2017 la Fundación Brincar fue declarada de interés por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
Carina es mamá de Alexia y de Ivan (hoy, de 21 y 19 años, respectivamente) y está casada con Gilles desde hace veinticinco años. Su familia es su mayor orgullo.
Morillo, Carina
Plan B / Carina Morillo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Vergara, 2020.
(Libro Práctico)
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-950-15-1508-4
. Relaciones Interpersonales. I. Título.
CDD 158.2
Diseño de cubierta: Juan Pablo Cambariere
© 2020, Carina Morillo
Edición en formato digital: agosto de 2020
© 2020, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A.
Humberto I 555, Buenos Aires
www.megustaleer.com.ar
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ISBN 978-950-15-1508-4
Conversión a formato digital: Libresque
El autismo llegó a mi vida sin pedir permiso. Inesperado, hace diecinueve años.
“No te parecés a nadie”, fue lo que le dije a Ivan cuando lo tuve por primera vez en mis brazos. Sin saber lo que decía, salieron esas palabras de muy adentro mío, adivinando. El alma siempre se entera antes.
Tengo cincuenta y un años. Estoy casada con Gilles, mi gran compañero de ruta hace venticinco; soy la mamá de dos adultos, Alexia, de veintiún años e Ivan, de diecinueve. Miro fotos de cuando recién nacieron y me desconozco, como si fuera otra. Siento que viví muchas vidas. Hoy ya somos todos grandes en casa.
Ivan tiene autismo. Es no verbal, y se comunica a través de un IPad donde está todo su universo de palabras en imágenes. Su diagnóstico cambió mi vida para siempre. Sobre todo, cambió mi forma de mirarla. Es un antes y un después.
De un plumazo la vida dejó de ser “normal” para convertirse en otra cosa que iba a tener que aprender a descubrir. Pero para eso debería olvidarme de todo lo que sabía y empezar de cero.
La mujer que iba a 180 kilómetros por hora por la autopista, en línea recta y sin tropiezos, la mujer para la que el Plan A era ser exitosa y lograr (y lograr más) se quedó de repente sin guion.
Abanderada del colegio, recibida a los 22 años con medalla de oro, casada a los 26 y de regalo para mis 30, tal como lo había planeado, Alexia. A los 25 era directora de Conferencias de una revista internacional de finanzas, vivía en Miami y pasaba mi vida en un avión entre Nueva York, Sao Paulo, Buenos Aires, Bogotá, Santiago, Caracas, Quito, a puro mercado de capitales. Era independiente económicamente de mis padres, pagaba mi alquiler, tenía un auto y una vida social frenética.
Con Ivan de apenas dos meses, nos mudamos por el trabajo de Gilles a Luxemburgo. Primer mundo. Aunque cueste encontrarlo en el mapamundi, tiene el mayor PBI per cápita del mundo, un país que funciona con precisión suiza. Con la honestidad que caracteriza a los luxemburgueses, a los tres meses de llegar, la Comuna donde vivíamos me avisó por carta que me correspondía una pensión del Estado —por tener dos bebés y ser ama de casa—, retroactiva al día que habíamos pisado suelo en ese gran ducado. A la semana empezaron a depositar religiosamente todos los meses mi sueldo de mamá. Ahí aprendí a separar los residuos en siete bolsas diferentes, con un calendario para cada tipo. A los pocos meses, con un préstamo, nos compramos nuestra primera casa, antigua, reciclada, de color rosa, en el medio de la campiña, muy cerca de la frontera con Bélgica. La vida me sonreía y era color de rosa, como mi casa.
Me había convertido en una ciudadana del primer mundo. Plan A seguía en pie.
Pero después llegaron los momentos de las sospechas de que algo con Ivan no iba bien. El bebé sonriente que había caminado al año como indicaba el manual y, para sorpresa de todos, había aprendido a hablar muy rápido palabras en castellano y francés, se me iba de entre las manos. Empezó a dejar de pronunciar las palabras que antes decía. Su juego era pobre: lo invitaba a construir torres de lego, apenas ponía uno y disparaba. Si me escondía detrás de la cortina, no me buscaba, me podía quedar horas enrollada ahí, esperando, que ni se inmutaba.