Annotation
En el nombre del padre: inaugura la señal de la cruz. En el nombre de la madre se inaugura la vida.
«La adolescencia de Miriàm/María finaliza de una hora a otra. Un anuncio le pone un hijo en el regazo. Aquí tenemos la historia de una joven, obrera de la divinidad, narrada por ella misma. Aquí tenemos el amor desmesurado de Iosef por la esposa prometida y entregada a algo muy distinto. Miriàm/María, judía de Galilea, arrolla toda costumbre y toda ley. Llevará a cabo su tarea pariendo sola en un establo. Ha callado. Aquí se narra su gravidez arriesgada, el viaje y la perfecta eclosión de su regazo. La historia sigue siendo misteriosa y sagrada, pero con las cuerdas vocales de una madre yunque, fábrica de chispazos.»
Miriàm/María parió sola. Éste es el mayor prodigio de aquella noche de natividad: la pericia de una joven y madre, su soledad asistida. Nada de estrella y magos en camellos, sino la sabiduría de parturienta de Miriàm/María. Y De Luca nos la cuenta.
ERRI DE LUCA
En el nombre de la madre
Traducción del italiano
de Carlos Gumpert
1ª edición: marzo de 2007
2ª edición: mayo de 2007
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Título original: In nome della madre
Diseño grífico: Gloria Gauger
© Giangiacomo Feltrinelli Editore, Milán 2006
© De la traducción, Carlos Gumpert
© Ediciones Siruela, S. A.
ISBN: 978-84-9841-067-9
En el nombre de la madre
привыкнуть, детской, к пустыня.
Acostúmbrate, hijo, al desierto.
Joseph Brodsky
En hebreo antiguo existen dos emes, una normal que va en cualquier lugar de la palabra y una que solo la cierra. En el nombre de Miriàm hay dos emes, una de exordio y otra terminal. Tienen dos formas opuestas. La eme final, mem sofit en hebreo, está cerrada en todos sus lados. La inicial está hinchada y tiene una abertura hacia abajo. Es una eme grávida.
Premisa
Las noticias acerca de Miriàm/María provienen de las páginas de Mateo y de Lucas. Aquí se agranda un detalle por ellos esbozado: el ascua de la natividad en el cuerpo femenino, el más perfecto misterio natural.
En el fondo carece de peso, es el escupitajo de un minuto, el concurso masculino. En esta historia está ausente sin que se sienta su ausencia.
No está escrito en sus libros que en el establo hubiera parteras o demás personal en torno al parto. Lo que no está escrito forma igualmente parte del relato: no los había. Parió ella sola. Ese es el mayor prodigio de aquella noche de natividad: la pericia de una joven madre, su soledad asistida. Nada de astros-cometa ni de Magos, tres, por pistas de camellos: la sabiduría del parto de Miriàm/ María.
Aquí se agrandan detalles;para intentar una aproximación.
«En el nombre del padre»: inaugura la señal de la cruz. En el nombre de la madre se inaugura la vida.
Prólogo
Maestral de marzo
No es raro en la naturaleza el inseminarse al viento, como las flores.
Flor es el nombre del sexo de las vírgenes, quien lo coge,desflora.
Miriàm/María quedó preñada de un ángel en adviento
con las puertas de par en par, a mediodía.
El viento se enroscó a su costado
soltando la cintura, dejó semilla en el regazo.
Fue ascendida sin apartar el dobladillo del vestido.
En la primera cosecha del trigo contaba tres meses
desde el maestral de marzo que le besó el aliento
haciéndola matriz de un hijo de diciembre,
que es luna de kislev para ella, Miriàm/María,
hebrea de Galilea.
Primera estancia
Se lo dije ese mismo día. No podía pasar una sola noche con ese secreto. No transcurrirá entero el día sobre la ruptura de tu alianza. Estábamos prometidos. Para nuestra ley es como estar casados, aunque no aún en la misma casa. Y resulta que yo estaba encinta.
La voz del mensajero llegó junto a una ráfaga de aire. Me había levantado para cerrar los postigos y, apenas en pie, fui cubierta por un viento, un polvillo celeste, de esos que obligan a cerrar los ojos. El viento de marzo, en Galilea, viene del norte, de los montes del Líbano y del Golán. Trae buen tiempo, hace que golpeteen las puertas e hincha la estera de los zaguanes, que parece preñada. En brazos de aquel viento, la voz y la figura de un hombre estaban delante de mí.
En nuestra historia sagrada los ángeles tienen un cuerpo humano normal, no los distingues. Se sabe que lo son cuando ya se han ido. Dejan un don y también una ausencia. Ni siquiera Abraham los reconoció en las encinas de Mambré, los tomó por viandantes. Dejan palabras que son semillas, transforman un cuerpo de mujer en terrón de tierra.
Yo estaba de pie, y lo ví a contraluz delante de la ventana. Bajé los ojos que había vuelto a abrir. Soy esposa prometida, y no debo mirar a los hombres a la cara. Sus primeras palabras frente a mi espanto fueron: «Shalóm Miriàm». Antes de que pudiera gritar, pedir ayuda contra el desconocido que había penetrado en la habitación, aquellas palabras me mantuvieron quieta: «Shalóm Miriàm», las mismas con las que Iosef se había dirigido a mí el día de nuestro compromiso. «Shalóm lekhà», contesté entonces. Pero ahora no, hoy no pude arrancar una sílaba de los labios. Me quedé muda. Era toda la acogida que le hacía falta; me anunció el hijo. Destinado a grandes cosas, a salvaciones, pero no presté demasiada atención a las promesas. En el cuerpo, en mi seno, se había abierto un espacio. Una pequeña ánfora de arcilla aún fresca se había depositado en la cavidad del vientre.
Mi Iosef, hermoso y compacto como para besarse los dedos, se apretaba los brazos contra el cuerpo, procuraba mantenerse quieto, replegado como con dolor de tripa. La noticia era para él un torbellino de aire que destechaba la casa. Buscaba un refugio con el cuerpo, la cara extraviada, los músculos de los brazos a punto de reventar. Se protegía el vientre tenso y delgado, no se permitía tocarme, sacudir mi calma, tan opuesta a su pesadumbre, sin poder fingir un poco de desasosiego.
Yo estaba de pie, con la espalda recta, una agilidad nueva me daba esbeltez, me percataba de ser más alta y más ligera precisamente hacia el centro del cuerpo, bajo las costillas en el recoveco del vientre. Allí donde él acusaba el golpe y el peso con los músculos contraídos de un atleta en pleno esfuerzo, yo recibía un impulso de abajo arriba, como para que me entraran ganas de echarme a saltar.
Sus cabellos de mechones agitados golpeaban sobre la frente clara, bailaban delante de los ojos. Se los arreglé un poco con un par de caricias rápidas. En su revuelo era aún más hermoso.
—¿Qué más te ha dicho?, ¿qué más? —preguntaba Iosef jadeando con la cabeza entre las manos, los ojos en el suelo—. Esfuérzate por recordar, Miriàm, es importante, ¿qué más quería hacer saber?
Los hombres dan mucha importancia a las palabras, para ellos son todo lo que cuenta, lo que tiene valor. Iosef las quería para poder conservarlas, referirlas. Se imaginó enseguida las consecuencias legales. El anuncio había roto nuestra promesa. Estaba embarazada de un ángel en adviento, antes del matrimonio. Por eso pedía más palabras que referir a la asamblea, en busca de una defensa frente a la aldea.
—¿Qué más te ha dicho, Miriàm? Te lo ruego, esfuerza la memoria, ha sucedido hace pocas horas sólo.