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Sinopsis
En El afán sin límite, Jahren nos desvela la relación directa entre los hábitos humanos y la situación actual de peligro que vive nuestro planeta. A través de los capítulos de ágil lectura de este libro, la autora nos explica la historia detrás de los grandes inventos científicos – empezando por la energía eléctrica, la agricultura a gran escala y la fabricación en cadena de los automóviles-, que, a pesar de sus grandes beneficios para la humanidad, liberan gases de efecto invernadero a nuestra atmósfera como nunca antes lo habían hecho. A continuación, Jahren explica las consecuencias actuales y futuras de la emergencia climática global – tanto en forma de grandes temporales como en el aumento del nivel del mar- y las acciones que todos podemos emprender para luchar contra ella.
El afán sin límite es un relato único en el que la voz personal e inimitable de Hope Jahren logra combinar de forma vivaz la explicación científica de los mecanismos del cambio climático y su historia personal. Un libro imprescindible que dejará una huella indeleble en todo aquel que lo lea.
El afán sin límite
Cómo hemos llegado al cambio climático y qué hacer a partir de ahí
Hope Jahren
Traducción de Ana Pedrero Verge
Para mi madre
y por mi padre
Prólogo a la edición española
La primera edición de este libro, escrita en inglés, mi lengua materna, se publicó el 3 de marzo de 2020. Estaba muy emocionada, ya que los meses que preceden a la publicación de un libro se dedican a tomar decisiones de diseño y a buscar desesperadamente hasta la última errata. Hacía mucho que había terminado la fase de investigación, esos meses felices en los que había trabajado junto a la ventana de mi despacho, con la vista puesta en el jardín mientras las hojas del otoño revoloteaban, y la nieve formaba volutas primero y arreciaba después para cubrir el campus de un manto blanco hasta dar paso, al fin y como siempre, a todo lo verde. Entre una ensoñación y la siguiente, descargaba conjuntos y conjuntos de datos oficiales y peinaba las cifras en busca de patrones en el consumo, los desechos y el cambio climático a lo largo de las cinco cortas décadas que llevo de vida.
La tarea me resultaba placentera a pesar de la dureza de los resultados que arrojaban mis análisis: en los últimos cincuenta años, al tiempo que la población global se duplicaba, la producción de alimentos se triplicaba y el consumo energético se cuadruplicaba, y todo ello daba lugar a unos problemas climáticos graves que bien podrían ser irreversibles. Había formulado el proyecto, terminado mi investigación y redactado los resultados de la forma más clara y honesta de la que fui capaz; El afán sin límite estaba listo para llegar al lector. Había cumplido mi parte y pronto llegaría el momento de descubrir qué opinaban los demás de mi trabajo. Por fin llegó el mes de marzo, los primeros ejemplares se enviaron a las librerías y yo me sentía radiante de felicidad.
En la misma semana en que El afán sin límite se publicaba en inglés, la cifra de pruebas positivas de la COVID-19 en España superaba los cien casos diarios. La semana siguiente, la cifra aumentaba hasta los mil casos diarios. Antes de que terminara el mes, en España se informaba de casi diez mil casos nuevos de COVID-19 al día, y Europa entera se confinó. En Noruega, el país en el que vivo, se cerraron los centros de trabajo, así como los colegios, y el uso del transporte público quedó limitado a profesionales médicos y otros funcionarios. Pasamos los días en casa y salíamos únicamente para ir al supermercado o a la farmacia.
Hoy es 1 de julio, ciento veinte días exactos desde de la fecha de publicación del original. Afortunadamente, la epidemia de la COVID-19 ya no asola Europa y la cifra diaria de contagios ha remitido prácticamente hasta los niveles de principios de marzo. Aliviados, empezamos a salir de nuestros hogares y a volver a los espacios públicos para trabajar y esparcirnos y aprender; estamos volviendo a usar el transporte público y a comprar, e incluso nos atrevemos a soñar con viajar en vacaciones. Tenemos mucho por reconstruir: hemos perdido un trimestre entero en casi todas las facetas de la economía. Además, todavía esperamos que llegue una vacuna, una cura o al menos un tratamiento para el virus, pero hasta que lleguen tales avances, deberemos interactuar de una forma distinta.
A menudo se me pregunta si, una vez la sociedad haya regresado a la «normalidad» tras la COVID-19, consumiremos tanta energía, desecharemos tanta comida o perjudicaremos al medio ambiente tanto como antes. Y siempre respondo que 2020 nos ha enseñado que jamás debemos confiar en quien se diga capaz de predecir el futuro, pero que lo más importante que he aprendido del confinamiento provocado por este coronavirus es que, de todas las veces que conducimos y consumimos y nos reunimos y compramos y volamos y viajamos —todo lo que llevábamos años haciendo porque era lo que requería el trabajo, la familia, la vida— muchas han resultado ser opcionales. Para bien o para mal, o a lo mejor o a lo peor, hemos pasado tres meses enteros sin recurrir constantemente a los hábitos que los últimos cincuenta años de consumo instauraron en nosotros y, en general, hemos sobrevivido.
Mi universidad pronto volverá a abrir sus puertas, y yo volveré al trabajo. Estoy deseando estar rodeada de gente, aunque sea manteniendo la distancia. Estoy encantada de ver que El afán sin límite da su primer paso en su camino en español, y sueño con los maravillosos sonidos de otro mundo que oiré cuando alguien me lea las páginas que escribí en un idioma que solo entiendo a medias. Lo cierto es que ahora creo todavía con más fuerza en el mensaje esperanzador de este libro: que la capacidad de la humanidad de crear un problema entraña también su capacidad de resolverlo.
Igual que todos mis conocidos, detesto y temo a la COVID-19 y desearía que jamás se hubiese cernido sobre nosotros, pero reconozco que me alegra todo lo que hemos descubierto mientras le plantábamos cara. Por primera vez en al menos una generación hemos bajado el ritmo hasta detenernos, nos hemos desprendido de todo y hemos vivido sin nada. Lo que nos convierte en un pueblo que, cuando debe, puede.
H OPE J AHREN