Gimferrer - Alma Venus
Aquí puedes leer online Gimferrer - Alma Venus texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Barcelona, Año: 2012, Editor: Grupo Planeta;Seix Barral, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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Alma Venus: resumen, descripción y anotación
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Alma Venus — leer online gratis el libro completo
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Índice
A Cuca, Alma Venus
… Deflexit partim stringentia corpus Alma Venus.
V IRGILIO
Alma Venus: inno quotidiano alla rivoluzione dell’eterno.
A NTONIO N EGRI
¡Vano ajedrez, ayer combate de ángeles!
O CTAVIO P AZ
And the fire and the rose are one.
T. S. E LIOT
Perch’i’ no spero di tornar giammai.
G UIDO C AVALCANTI
Con las luces antípodas del aire,
el pestañeo de la oscuridad;
entre los albañales vive el sol:
el sol, hecho de risas fruncidoras,
el sol, hecho de láminas de azufre,
el zoco de las nubes pelirrojas
que el invierno segó con sus manos de mimbre.
En esta luz decapitada, el cielo
dice sílabas rojas al quemarse;
no es la vida un poema paisajístico,
es la cobra de fuego de la muerte,
es el correo de la oscuridad.
Pero vivimos sin el bisturí
que saja el tremedal: imago mundi
en el instante, no en su sucesión,
sino ahorcado en pedernal de llama,
en la coraza cóncava del aire.
Che morte tanta n’avesse disfatta
no lo creemos nunca: la alquería
del soportal de las fosforescencias
nos da en los ojos sólo un destellar,
como la luz del viento en Compostela,
como el jardín de gárgolas y espíritus,
como la confusión del cielo astado
en la noche de cal ferruginosa;
vamos al cielo por el aire ardido,
vamos por la llovizna del ayer.
El día ha cosechado sus tarántulas
en la condescendencia de la luz:
replegados en sí, los nubarrones
no dilatan el aire: lo reúnen,
como la vida en un cajón de nieve,
como en la perlesía de los años;
sentiremos el viento en nuestras ingles,
la voz de algún amigo vuelta un eco de piedra tallada,
la cabalgada a oscuras de Tiresias.
Unreal City, mas ciudad de escudos:
escudería del alarde en andas,
invernadero en ciega combustión.
Así a tientas el hielo presentía la hoguera:
la muerte venteó la juventud.
Con la lentilla del perfil del viento,
juegos de agua en la Venaria:
las vaciadas órbitas del parque,
como la luz que pace en los jardines;
tiene el amanecer color pastel,
como apenas pintado, un arañazo,
en la corsetería de la noche.
La dominante del azul que cambia,
en el jardín volcado de la cúspide,
no piedra, mas fulgor en transparencia,
esta visita nítida: el recuerdo,
donde se habita la diafanidad.
Somos contemporáneos del baile
y Piero Tosi nos vistió con blondas:
en el salón de los zócalos blancos
la vida es el dibujo de aquel vals.
Yo te daría tantas azucenas
como el jardín de circunvalación;
yo te daría tantos arriates
como la anochecida al suspirar.
Es un instante el alba y el crepúsculo,
somos instantes de alba en el crepúsculo,
no el agua en sí, sino el reflejo de agua,
crack in the mirror, o fracaso de cristales,
cristalería de la posesión,
cuando enlazamos lo que nos posee,
pero no poseemos lo enlazado:
la tigre de Bengala del deseo rayado en la noche comanche,
la pintura de guerra de la luz
en los espejos de la primavera.
Todo en el aire son deslumbramientos:
viste el cielo la pólvora en caftán.
En esta última etapa, el artesano
encala el muro: el Campo Santo Vecchio,
desenrejada claridad en trazos,
cede al día en blancura exterminada,
el blanco ardiente que nos resucitará.
En esta última etapa, ya la mano
no respira en las voces del pigmento,
en el aliento, al susurrar, del muro:
ya no es la mano de un resucitado,
sino la mano de un encalador.
¿A la mano el encausto qué le dice?
¿Cómo se solemniza el caolín?
Hay un tiempo en que muro y mano son
sólo una cosa, noche articulada,
la luz en vela en campo hasta el barbecho;
la familiaridad con el vacío
es un llenar con el vacío el muro
y no hay blancura donde el muro existe:
la mano palpa hasta encontrar el muro
en la respiración de cada grieta,
y así, más que contorno, somos mano,
y, más que adivinar, reconocemos.
En la viñeta de color de púrpura
aguarda el vampirismo del poniente:
todo nos hundirá en luz enconada,
rasgueadores de la cal del muro.
En esta última etapa, cada trazo
dibujará en el muro un cormorán:
el gabinete del país del agua
sorbe las manos del encalador.
Un despacho de nubes, una historia
de pechinas y sábanas tendidas:
nubes sobre Moguer, J. R. J.
verde y azul, los únicos colores
en trotacalles de marinería.
(¿Qué granados? Granadas del recuerdo,
granadería al viento desgarrada.)
En ningún sitio vivirá Moguer
sino en aquellas nubes de invención,
más palabras que nubes, más Moguer
en el poema que en la realidad.
Agazapadas cintas milagreras
aletean aún en Pasolini,
no en palabras friulanas: califales,
las páginas de azul andalusí.
Restañando a la vez las dos heridas
—ausencia en Coral Gables, muerte en Ostia—
de mar a mar la vida iguala al mito,
y es el poema el mayor mito: túnica
inconsútil del aire de los sueños.
¿Quién quería vivir y no ha vivido?
Yo, que me proyecté, soy proyección:
el bulto en sombras me miraba a oscuras,
pero trazó a cordel mi propia vida,
design for living, el poetizar:
la claraboya de cristal hojoso
por la que pasan nubes de Moguer.
Un tableteo de ametralladoras
—¿hubo campos aquí? ¿mustio collado?—
del parque de los aires indiscretos
llega hasta la gualdrapa del balcón.
No tuvo la experiencia de una guerra
esta generación de miriñaques.
Una Beretta es de puño de nácar
en la vitrina: como Colt o Browning,
son palabras absortas de romance,
pero empuñarlas es empuñar fuego
y el tronío al tronar faena muerte.
Fusilamientos en el monte oscuro,
y no con pincel cárdeno de Goya:
Companys, Laval, o Brasillach y el Che,
la epifanía sórdida del plomo:
«nuevos gritos de guerra y de victoria»
sobre su muerte oyó Ernesto Guevara.
(Cardeña de Ruy Díaz, hoy de Paesa:
el paladín da paso al transformista.)
Para morir, para vivir del todo
—para morir de haber vivido, y basta—
en la asonada de tizona al viento,
madre de toda cosa, dijo Heráclito,
madre de los acechos del corral.
Unos zapatos negros de charol
tan puntiagudos como un espadín:
la elegancia simpática del crimen,
como en copa labrada de acqua toffana,
la procesión de luces del veneno
(su quemazón, una culebra roja)
que es tan lujoso como agonizar.
Por el desmonte con la luz del día
cae el ventalle de los cedros rotos.
No vadeaba el río Aminadab;
la luz puso su sello en la gehena.
Hay que bajar así: como polea
por el pozal del viento descuajado.
La misa negra de la poesía
como aquelarre de Rosemary’s Baby,
pero también con sol de talismán:
alquimia de oro y hojalatería
sin altar de Artemisa o sitial de Sesostris;
no hay murmullos de elfos en el bosque sagrado.
La espada tinta en sangre de la noche
corta en dos los jardines del druida
y, en el puño del sol, Stonehenge
estrella su delito mineral.
Giotto en Asís mira el azul traslúcido,
pero el poema no es transparentable:
pule la rosa lívida del miedo
hasta el terror de piedra diamantina
que quemará la mano con agujas candentes
y en el labio pondrá besos de sosa caústica.
¿Es misterio de Eleusis? Hechicera,
la de cara tiznada, mascarilla,
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