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Debry - S.O.S. Venus

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Debry S.O.S. Venus
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    S.O.S. Venus
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    Bruguera
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P E TER DEBRY


S.O.S. VENUS
Colección
LA CONQUISTA DEL ESPACIO n. º
Publicación quincenal
Aparece los VIERNES

SOS Venus - image 3

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

BARCELONA - BOGOTÁ - BUENOS AIRES - CARACAS - MÉXICO


Depósito Legal B . 44.014 – 1970

Impreso en España - Printed in Spain

1. ª edición: diciembre , 1970

© PETER DEBRY - 1970

sobre la parte literaria

© MIGUEL GARCÍA - 1970

sobre la cubierta


Concedidos derechos exclusivos a favor

de EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)


Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusi vamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con persona jes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A.

Mora la Nueva, 2 - Barcelona - 1970


CAPÍTULO PRIMERO

El capitán exclamó colérico:

—¡La identificación, Rebs! ¿Qué les pasa? ¿Están atontados o qué?

Las antenas de radar de su casco le hacían parecer a Satán. Un joven y somnoliento Satán, pero peligroso.

—Sí, señor. De acuerdo —replicó Sim Lavern , mirando en torno.

Aquello era Ristavik. Un nuevo mundo para Lavern que acababa de llegar de un campamento de trabajo de «máxima seguridad» al interior de las márgenes del Círculo Ártico.

Pestañeó Lavern ante la hilera de edificios de trescientos metros de altura, y los jets y cohetes esparcidos por las pistas.

El hombrecillo junto a Lavern estornudó, dándole un codazo.

—De acuerdo, de acuerdo —afirmó Lavern .

Y entró en la salita de seguridad. En el teletipo que estaba en la esquina de la sala fue tecleando:

Información. Sim Lavern, Reb, PVD-131014, y Homer Olsen, Reb, S TZ-417742, recién llegados a...

Miró las letras y números de código en la placa de identificación del aparato.

...Estación 6-Radio 9-455, Ristavik, Islandia. Pregun tamos. ¿Cuáles son las órdenes?

La respuesta procedente de la máquina ideadora llegó al insta n te. Una simple letra: «R». La máquina había recibido y comprendido el mensaje. Ajustaba ahora sus fichas. Las órdenes iban a aparecer de un momento a otro.

Una azafata de Recreo Amoroso apareció en la sala. Sus labios habían empezado a incurvarse en la sonrisa de bienvenida propia de su trabajo, pero sus ojos vieron los collares que llevaban Lavern y Olsen.

Sus labios se cerraron en delgada línea. Rebs.

Abandonó la sala. Y el capitán de Seguridad sonrió burlón.

La campanilla del teletipo tintineó y la máquina fue transm i tiendo:

Acción. Sigan adelante hasta "Convoy 15 3", pista 9, compartimiento 79.

Lavern pulsó la tecla significando que acusaba recibo del mens a je.

Sobre su hombro, el capitán tras leer, sonrió con sarcasmo:

—Si desea mi opinión, creo que esto equivale a un viaje sin r e greso al Banco de cadáveres.

—Sí, señor. De acuerdo.

Lavern no estaba para discusiones. No podía. Ningún Reb podía discutir con un hombre que llevase las antenas del capitán.

—Bien, pónganse en marcha —ordenó el capitán—. Y recuérdelo bien, Lavern. Nada de correrías.

—Lo recordaré —dijo Lavern en voz muy baja, tocándose el c o llar que ceñía su cuello.

El capitán se alejó.

Estornudando, rezongó Olsen:

—Vamos ya, Sim.

—De acuerdo. ¿Cuál era el número?

—«Convoy 153», pista 9, compartimiento 79. Es fácil de reco... ¡atchiss! Maldita sea... He pillado un resfriado espantoso. Salgamos de esta heladera.

Sim Lavern echó a andar. Caminaron sin escolta hasta una hilera de coches. Entraron en uno de los vehículos. Los empleados del a e ropuerto y viajeros les miraban, pero apenas veían el collar de hi e rro, inmediatamente en cada rostro parecía que bajaba una cortina.

Nadie les habló.

Lavern marcó en la taladradora el número de código de su pu n to de destino, y el coche emprendió una veloz carrera por amplias avenidas hasta una inmensa estructura de mármol, al otro lado de la ciudad. Sobre la amplia entrada se arqueaba el enorme rótulo:

«Estación de subtrenes.»

Fueron avanzando a través de la ruidosa multitud; todo el mu n do les cedía prontamente el paso.

«Nada de correrías», había dicho el capitán, meditó Lavern. Cl a ro que no. Era imposible. No era saludable para un hombre llevando el collar, salirse del camino marcado.

Y no era saludable para nadie hallarse en su inmediata vecindad.

—Pista 9, ¿no?

—«Convoy 153», pista 9, compartimiento 79 —recitó Olsen—. ¿Es que eres incapaz de recordar algo tan fácil?

—Ahí está la pista 9 —y se dirigió Lavern hacia donde señalaba una flecha de luces intermitentes.

La pista nueve era un andén de carga. Bajaron inmóviles por la larga escalera de peldaños movientes y salieron al andén general de los subtrenes.

Debido a que los subtr e nes surcaban el mundo entero, les era imposible a los dos Rebs tener la menor indicación del paradero f i nal. Desde Islandia podían, tal vez, enviarles al Brasil, o a Sudáfrica o al Canadá.

Los monstruosos taladros atómicos de la planificación habían horadado rectos túneles surcando en inmensa red el mundo entero. Los subtrenes partían como cohetes a través de túneles pasando por entre arcos de fuerza electroestática. Al no existir fricción su veloc i dad era similar a las de los viajes interplanetarios.

—¿Dónde está nuestro convoy ? —masculló Olsen mirando en torn o.

Una luz resplandeciente inundaba las plataformas, reverberando en los gigantescos globos de aluminio que se hallaban en sus hang a res.

Hombres con camiones y grúas estaban cargando una larga hil e ra de esferas de transporte en la plataforma contigua a la que est a ban los dos viajeros con rumbo desconocido.

Un grupo pequeño de pasajeros empezó a aparecer por los pe l daños movientes de una plataforma-andén a cien metros de dista n cia.

Dijo Olsen:

—Me apuesto seis a cuatro que el próximo es el nuestro.

—A lo mejor.

Deseó Lavern que su compañero acertase. Hacía frío en aquel andén. Un aire helado bramaba en torno a ellos procedente de los ventiladores.

Olsen estornudó rui dosamente, y moqueó lloroso. Lavern te m blaba escasamente protegido en su mono de tela basta que era el uniforme de los campamentos de «seguridad máxima».

Masculló Olsen con extraño acento debido a su creciente resfri a do:

—Me gustaguía sabeg qué futugo nos espega.

Hizo ruidos grotescos para despejarse garganta y nariz.

Lavern prefería no meditar sobre aquel punto. Un hombre ll e vando el collar de hierro podía permitirse muy pocas esperanzas sobre ningún futuro.

Si acaso podía pensar en el día en que el collar le fuese quitado.

Una sirena de aviso aulló en el enorme pozo. Respingó Lavern.

Olsen giró más lentamente como si hubiese estado esperando aquella señal. Luces rojas destellaron de las enormes compuertas de los cierres de la pista nueve.

Fueron boqueando las válvulas de aire. Las compuertas termin a ron de abrirse y apareció un tractor remolcando el convoy especial que estaban esperando.

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