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Cliff Brandley - Perdidos en Venus

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Cliff Brandley Perdidos en Venus
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    Perdidos en Venus
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    Editorial Bruguera, S.A.
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Perdidos en Venus: resumen, descripción y anotación

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CLIFF BRADLEY

PERDIDOS

EN VENUS

Colección

LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.° 70

Publicación semanal

Aparece los VIERNES

Perdidos en Venus - image 3

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS - MEXICO

Depósito legal B 1971

Impreso en España - Printed in Spain

a edición: octubre, 1971

© CLIFF BRADLEY - 1971

sobre la parte literaria

© JOSÉ TRIAY - 1971

sobre la cubierta

Concedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A .

Mora la Nueva, 2 - Barcelona – 1970

Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia.


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65 — El poder invisible - Keith Luger.

66 — Tiempo invertido - Glenn Parrish.

67 — Un trazo de luz - A. Thorkent .

68 — La araña espacial - Glenn Parrish.

69 — El planeta de los muertos vivientes - Keith Luger.


CAPÍTULO PRIMERO

Yuri Kruglov despertó lentamente, sintiendo una ligera náusea. Al pronto, le pareció estar flotando en una densa atmósfera de plasma, luego se dio cuenta de que estaba vivo y al parecer, sin lesiones graves.

Se incorporó despacio. El piso de la nave hallábase en un plano inclinado, y él había quedado sujeto entre su sillón y su mesa de trabajo. Comenzaron a dolerle casi todas las partes del cuerpo y notó sabor a sangre en la boca, pero un examen somero le indicó que no había heridas grandes. De todos modos, estaba muy mareado.

De repente vio emerger por detrás de uno de los paneles electrónicos a Ilya Kuratchev. Tenía toda la cara ensangrentada y se tambaleaba como un borracho, pero le descubrió y le habló, como un hombre aturdido por duro golpe en el cráneo.

— ¿Qué pasó, Yuri? ¿Dónde estamos?

—No lo sé. Ni la menor idea. Pero juraría que hemos llegado al suelo de Venus. La nave está inmóvil, ¿no lo notas?

Ilya se movió en su dirección, agarrándose a todo.

—Lo que noto es como si me hubieran estado golpeando con martillos. ¿Y los demás?

—Ni idea. Acabo de despertarme. Tendremos que averiguarlo.

Los dos cosmonautas se reunieron, mirándose. Ilya Kuratchev comenzó a limpiarse la cara de sangre. Tenía una aparatosa brecha desde casi el centro de la frente para atrás, que seguía manando sangre. Kruglov se lo dijo, observó la herida y se la diagnosticó.

—No afecta apenas al hueso, pero estás perdiendo mucha sangre. Hay que curarte.

—Antes veamos qué ha sido de los otros.

En el cuarto de controles estaban ellos solos. Sergei Malinine y Klaus Brandt se encontraban en los mandos cuando ocurrió el desastre; Vera Oleskova y Jrazek, en sus puestos de trabajo. El comandante Suvorov dirigiendo la maniobra... ¿Qué habría sido de ellos? ¿Vivirían?

—Nos encontrábamos a veinte mil seiscientos metros sobre Venus cuando estalló aquello sobre nosotros —gruñó Kuratchev. Era ingeniero en electrónica y comandante aviador—. No tuve tiempo ni de averiguar lo que era...

—Una colosal descarga eléctrica, millones de voltios tal vez. Hizo estallar los circuitos, a pesar de los aisladores magnéticos, lo vi un instante antes de desvanecerme.

—Entonces hemos caído desde veinte kilómetros de altura. Es un milagro que no nos hayamos pulverizado...

Lo era. Aunque ellos, los científicos, no creían en milagros, habría que buscarle una explicación. Pero lo más urgente consistía en averiguar lo sucedido al resto de la tripulación de la cosmonave.

La compuerta de salida se había atascado, sin duda por la violencia del golpe. Estaban peleando con ella cuando escucharon la voz dura y agradable del comandante de la cosmonave hacia el lado de la que daba paso a la galería:

—Vaya, veo que están bien.

Se volvieron con la misma aliviada sensación. El comandante Suvorov también presentaba señales de lesiones, pero su alta figura —un metro noventa centímetros —respiraba energía serena y tranquilizadora, como siempre. Kruglov le contestó mientras iban hacia él:

—Acabamos de despertar e íbamos a averiguar qué ocurrió a ustedes. Pero la compuerta está atrancada.

—Ya lo noté. Bien, los demás se hallan en aceptables condiciones, salvo Malinine. Sufre fracturas múltiples en la pierna izquierda, también otras lesiones de menos importancia. ¿Qué es lo suyo, Kuratchev?

—No gran cosa, comandante. Un corte superficial y escandaloso.

—Me alegro. Vamos a necesitar de todos nuestros conocimientos y de mucha buena suerte para salir de aquí.

Ellos dos le conocían, dieron a sus palabras toda la importancia debida. Kruglov inquirió, tenso:

— ¿Sabe qué nos sucedió y dónde nos encontramos?

—Al parecer, entramos en un potentísimo campo eléctrico justo cuando se desataba una de esas colosales tempestades de Venus. Los datos que me estaba transmitiendo Dedushka (abuelo), indicaban una carga electrostática del orden de 10.000 Am , cuando me avisó que nuestra nave iba a actuar de condensador energético. No me dio tiempo a otra cosa, sino a conectarle la orden de disparar los retrocohetes, luego todo estalló y perdí los sentidos. Me he recuperado no hace ni cinco minutos.

— ¿Estamos en la superficie del planeta?

—Todo permite suponerlo. Aún no miré al exterior; Dedushka cerró los portones exteriores una fracción de segundo antes de que estallara esa carga eléctrica sobre nosotros.

— ¿El... está bien?

—No demasiado. Ha debido sufrir más que nosotros las consecuencias del estallido. Vamos.

Los hombres salieron sin más hablar. Todos conocían perfectamente la gravedad de la situación.

Hallaron a los restantes miembros de la tripulación reunidos, pero no todos estaban ya despiertos. Vera, por ejemplo, aún yacía por tierra en su cabina de trabajo, donde estaba descansando cuando ocurrió el accidente. La recogieron, devolviéndola a su litera.

—No tardará en recuperarse, sólo tiene conmoción cerebral, no hay lesiones visibles y el corazón funciona normalmente.

Sergei Malinine estaba bastante mal. Ahora mismo, Jrazek y Brandt, el primero todavía conmocionado —era el médico de la expedi ción, entre otras cosas— se dis ponían a reducir sus fracturas. Acogieron a los que llegaban con alivio y satisfacción.

—Ha sido mala suerte, Sergiuschka... En fin, creo que para todos pudo ser peor...

Dejando a Kuratchev allí, para que curaran su brecha, el comandante y Kruglov se encaminaron al «domicilio» de Dedushka, el enorme y maravilloso cerebro electrónico que dirigía automáticamente todos los movimientos de la cosmonave, siendo a la vez su corazón.

Allí estaba, silencioso, con su ojo rojo brillando mortecino. Cuando los dos cosmonautas se le acercaron y el comandante conectó el impulso electrónico, allí dentro sonaron una serie de ruidos ominosos, entre los cuales apenas si pudo escucharse con claridad la ronca voz del ingenio.

—Graves averías... Circuitos magnéticos quemados... Electroimanes defectuosos... Fallan los campos del sector C...

Ceñudos, los cosmonautas pusieron manos a la obra. Kruglov era especialista en cibernética, pero no alcanzaba la enorme capacidad del comandante Suvorov, un verdadero genio capaz de abarcar todo el complicadísimo campo de aquella ciencia aún a medio desarrollar en sus posibilidades. Un hombre de excepción Igor Sergeievitch Suvorov, coronel aviador, ingeniero en electrónica, constructor de cosmonaves, y cosmonauta, con cinco vuelos a Marte y a Venus en su haber, todo ello a los treinta y nueve años. Para Kruglov, que tenía treinta y tres y era comandante de ingenieros, en éste su primer vuelo cósmico de larg a distancia —no contaban los ru tinarios de entrenamiento de la Luna— el coronel Suvorov significaba una garantía casi total del éxito y seguridad.

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