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Keith Luger - La cosa que vino de venus

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Keith Luger La cosa que vino de venus
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    La cosa que vino de venus
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    Editorial Bruguera, S.A.
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La cosa que vino de venus: resumen, descripción y anotación

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KEITH LUGER LA COSA QUE VINO DE VENUS Colección LA CONQUISTA DEL - photo 1
KEITH LUGER
LA COSA QUE VINO DE VENUS
Colección LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.° 49 Publicación semanal Aparece los VIERNES EDITORIAL BRUGUERA, S. A. BARCELONA -BOGOTÁ- BUENOS AIRES -CARACAS- MÉXICO Depósito Legal B 19.805-1971 Impreso en España -Printed in Spain 1ª edición: julio, 1971 © KEITH LUGER -1971 sobre la parte literaria © RAFAEL GRIERA -1971 sobre la cubierta Concedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva, 2. A. A.

Mora la Nueva, 2 -Barcelona- 1971 Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia ULTIMAS OBRAS PUBLICADAS EN ESTA COLECCIÓN 44. -La otra tierra. - Glenn Parrish. 45. -Cyborg. 46. -Más allá de Katmandú. - Peter Debry. 47. -Los mercenarios de las estrellas. - A. Thorkent. 48. -El número uno. - Glenn Parrish. · CAPITULO PRIMERO Frank Bennet creyó oír en sueños el timbre del teléfono. · CAPITULO PRIMERO Frank Bennet creyó oír en sueños el timbre del teléfono.

Lo mandó al diablo mentalmente. Pero aquella campanilla seguía percutiendo en su cerebro. -Elizabeth... -murmuró-. Coge un martillo y cárgate ese bicho. Nadie le hizo caso.

El teléfono seguía sonando. Y entonces despertó. Miró a la otra parte de la cama. No había nadie. Había estado soñando con Elizabeth. -Está bien...

Está bien -dijo. Alargó la mano hacia la mesilla de noche donde estaba el teléfono. -¿Dónde demonios es el fuego? -gritó por el micro. -¿Eres tú, Frank? -Sí, soy el fastidiado Frank. -Emergencia. -Te plantó Anne, ¿eh, Bill? -Anne y yo hemos hecho las paces.

Este es un aviso oficial, Frank... Emergencia. -Entiendo, el general Kusman quiere que realicemos otra prueba para hacer frente al peligro atómico. -No es una alarma atómica. Escucha, Frank, ¿estás despierto? -Sí, maldita sea, tú me despertaste del todo, y estaba en lo mejor de mi sueño... -Frank, un objeto no identificado se está acercando a la Tierra. -¿Y para eso me llamas?... ¡Vete al infierno, Bill! ¿Cuántos objetos no identificados se acercan a la tierra al cabo del año? -Pero éste tiene algo especial. -¿Qué tiene de especial?... ¿Es un rosco?... -No se sabe qué forma tiene, pero está viajando a una velocidad de 150.000 kilómetros por hora. -¿Un meteorito?... -No, Frank. -¿Por qué no? -A esta velocidad se habría deshecho al pasar por cinco lugares diferentes entre Venus y nosotros. -¿Por qué no? -A esta velocidad se habría deshecho al pasar por cinco lugares diferentes entre Venus y nosotros.

Y ya te he dicho de dónde viene. -De Venus. -Sí, Frank, de Venus. Según el informe oficial que yo tengo delante, tú formas parte de la expedición que irá a Venus dentro de seis meses. -Soy sólo el tercer piloto. -Fue avisado el primero y el segundo, y Ray Marvin y Jerry Taylor deben estar ya en camino.

Sólo faltas tú a la reunión. -¿Qué reunión? -La que ha convocado tu jefe, el general Kusman, para las seis de la mañana. -¿Qué hora es? -Las cinco y media. -El general Kusman se irá al infierno por hacer levantar a sus hombres a las cinco y media de la mañana. -El infierno te lo vas a encontrar aquí, Frank, si no te das prisa. Bill colgó.

Frank se metió en la ducha y dio la llave del agua fría. Se puso a gritar porque no recordaba ninguna canción. Pero eso lo acabó de despertar. Poco después, ya estaba vestido con su uniforme de capitán del Comando de Pilotos del Espacio asignado al proyecto «Cohete Azul», nombre con que había sido bautizada la expedición a Venus. Todavía era de noche. Al llegar a la calle miró al cielo.

Hacía una noche estrellada, no podía verse ningún objeto identificado o que volase hacia la Tierra a ciento cincuenta mil kilómetros por hora. Viajó en su coche hasta la base. Como siempre, el centinela le dio el alto. No bastaba que el soldado le iluminase la cara y lo identificase como el capitán Frank Bennet. Hacía un par de meses un saboteador se había introducido en la base utilizando una máscara perfecta, la del comandante Robert Wolson, y logró hacer saltar por los aires el Cohete Rojo que tenía como destino Júpiter y resultó que aquel hombre estaba loco y también murió. Desde entonces, las órdenes habían sido rigurosas.

Se tenía que hacer la comprobación con la tarjeta en la computadora que estaba en la casilla. Entregó su tarjeta y poco después se la devolvieron y la puerta se abrió electrónicamente, y él pudo entrar en la base. Estaba clareando cuando dejó su coche en el estacionamiento. Entró en el edificio y subió a la tercera planta. Dos soldados con metralleta le dejaron el paso libre. -A sus órdenes, capitán. -¿Cómo están las cosas, Connors? -Creo que muy mal. -¿Por qué? -El general Kusman ha ordenado la cancelación de todos los permisos. -¿Por qué? -El general Kusman ha ordenado la cancelación de todos los permisos.

Estamos llamando a todos los oficiales con permiso. -¿Ya llegó el general? -Sí, señor. Está en el salón Verde. Sólo falta usted. Lo siento, pero llega con diez minutos de retraso. -Que el cielo se apiade de mí -dijo Frank con un gesto cómico.

Entró en el salón Verde. El general Kusman estaba reunido con media docena de hombres y una mujer. Dos de los hombres eran los pilotos Ray Marvin y Jerry Taylor. Los otros eran cuatro varones poseedores de los cerebros más privilegiados del planeta Tierra. Su compatriota, Albert Carroll, el francés Pierre Aron, el alemán Warner Kraus y el ruso Vladimir Zedin. La mujer era la inglesa Nancy Haley, doctora especialista en Medicina del Espacio, y que Frank había catalogado como digna de servir de modelo a la mejor casa de modas de París porque poseía una figura sensacional, esbelta, de rostro bellísimo, ojos verdes y unas curvas impresionantes y proporcionadas.

Y esas curvas eran lo que él observó con fijeza porque le atraían como un imán. -¡Capitán Bennet! El ladrido era del general Kusman, un hombre alto, de cabello canoso, que poseía toda la energía del mundo. Se decía que uno de los hechos más famosos protagonizados por Kusman fue que había estado sitiado en una cueva con cinco hombres durante cuarenta días, y Kusman no pegó un ojo en todo ese tiempo, y gracias a su coraje logró, salvar su vida y la de sus compañeros. -Buenos días, general Kusman. -¿Dónde diablos se metió? -Estaba en mi apartamento. -Estoy en plena forma, señor. -Su retraso parece indicar todo lo contrario. -Su retraso parece indicar todo lo contrario.

Frank pensó que el general tenía que estar enterado de lo que había pasado la noche anterior. El y un antiguo amigo, Eddie Anders, se habían encontrado en el restaurante de la base y allí conocieron a dos enfermeras, y luego se marcharon los cuatro juntos, pero alguien los vio salir muy alegres del restaurante, la doctora Nancy Haley. Miró a la inglesa y ella, muy seria, parecía decirle: «Usted es un fresco, señor Bennet, y debe pagarlo.» El general interrumpió aquellas miradas con su voz detonante: -Caballeros, sigamos donde estábamos cuando el capitán Bennet se dignó llegar... Usted estaba haciendo uso de la palabra, doctor Zedin. El ruso asintió: -Estaba diciendo que la distancia entre Venus y la Tierra oscila entre cuarenta millones y doscientos sesenta millones de kilómetros. Calculo que en este momento la distancia es de unos sesenta millones.

Por tanto, nos encontramos en una dé las fases en que los dos planetas se encuentran más cercanos. -Gracias, profesor, pero lo que a mí me interesa es ese objeto. -No puedo informarle a ese respecto. -¿Doctor Kraus?... -Es un vehículo. -¿Tripulado? -Puede estarlo. -¿Cómo ha llegado a esa conclusión, doctor Kraus? -Por su dirección. -¿Cómo ha llegado a esa conclusión, doctor Kraus? -Por su dirección.

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