Venus OHara - La máscara de Venus
Aquí puedes leer online Venus OHara - La máscara de Venus texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: ePubLibre, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:La máscara de Venus
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2014
- Índice:4 / 5
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La máscara de Venus: resumen, descripción y anotación
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La máscara de Venus — leer online gratis el libro completo
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Agradecimientos
Primero, me gustaría dar las gracias a David Figueras y a Javi Moreno, de Planeta, por creer en La máscara de Venus. También a Sabrina Rinaldi, por el diseño gráfico, y a todas las personas de Editorial Planeta que han participado en este proyecto y que no he tenido el placer de conocer todavía.
A la fotógrafa Cristina Reche y a la maquilladora Meritxell Seva, por la cubierta y por realizar un sueño venusiano personal.
A los cuatro hombres a los que dedico este libro, por apoyarme cada día. Entre ellos Lars Koudal, mi webmaster y gran amigo, por su comprensión y su confianza continuas. También a P, un hombre que adoro y que siempre está a mi lado, sobre todo en los momentos clave.
Gracias a Valérie Tasso, a quien admiro mucho, por su frase excelente y sobre todo por entretenerme con sus libros en los viajes largos de metro cuando iba a trabajar a la imprenta.
Gracias también a mis seguidores, que me apoyan y me animan cada día.
Y, por último, pero no por ello menos importante, ¡gracias a ti por leerme!
Mi fascinación con el desnudo femenino comenzó mucho antes de dibujarlo por primera vez. Yo era el tipo de niña que le quitaba la ropa a su muñeca Barbie para echar un vistazo a los encantos que yacían debajo. Recuerdo haber estudiado sus pechos de plástico: eran impúdicos y grandes en comparación con el resto de su cuerpo. Me preguntaba cuándo tendría yo los míos, y cómo iban a ser. Cada vez que oía que alguien se acercaba a mi habitación, instintivamente la vestía de nuevo, porque sabía que estas cosas estaban mal vistas. Tampoco podía estudiar y dibujar desnudos en la escuela, porque era algo que quedaba prohibido en mi colegio católico. Así que dibujaba flores, paisajes y retratos.
Nací en el norte de Inglaterra, en una familia irlandesa muy numerosa. Tenía decenas de primos en los cinco continentes y, cada vez que había una boda familiar, recuerdo que mis padres siempre competían para saber a quién me parecía más. Según mi padre, salía a su familia y, según mi madre, a la suya, pero la conclusión general era que yo era una mezcla de los dos. A pesar de que en las reuniones familiares me sentía guapa, aquello ya no me bastaba de adolescente, cuando empezaba a desear que los chicos se fijaran en mí; sin embargo, mi piel blanca como la nieve hacía que esto fuera poco probable. «Eres igual que un fantasma», me decían mis compañeros de clase. En aquella época, en un mal día me sentía fea; y en un buen día, me sentía invisible.
Traté de encontrar la manera de cambiar el tono de mi piel. Primero probé crema bronceadora, pero olía fatal y, para mi horror, después de haberla frotado por todo el cuerpo y de esperar las cuatro horas recomendadas para ver los resultados, se había acumulado en las rodillas y los codos y tenía un tono entre naranja y panceta. Pero lo peor de todo era que en la ducha no salía y duraba casi una semana. Mis compañeros de clase se rieron de mí y me preguntaron si había ido de vacaciones, cuando sabían perfectamente que no.
En otra ocasión, traté de tomar el sol en mi jardín, sin protección solar, durante un fin de semana en que hubo una ola de calor. Deseaba quemarme la piel para quedarme igual que los turistas que regresaban de sus vacaciones, que más parecían langostas que personas. Sin embargo, por mucho que lo intentara, mi piel permanecía blanca como la leche, tanto que me llegué a preguntar si aquello me pasaba porque no tenía pigmentación o algo parecido. Supongo que en esa época, en vez de destacar entre la multitud, quería encajar en ella, pero después me di por vencida y pensé que sería mejor aceptarme naturalmente tal como era.
A los dieciséis años, fui a un nuevo instituto para prepararme para los exámenes de selectividad. También era una institución católica; sin embargo, ahí nos dejaban dibujar desnudos en la clase de bellas artes. En cambio, para hacer los deberes de las clases de modelo en vivo, teníamos que ir a otro centro por la noche, ya que en nuestro instituto católico una modelo desnuda no habría sido posible, por culpa de las monjas, por supuesto. El otro centro estaba lejos, y siempre había tanta gente que a veces apenas se podía ver bien a la modelo.
Para ganar tiempo, y para adquirir una valiosa práctica en el dibujo, comencé a dibujarme a mí misma desnuda delante del gran espejo de mi habitación. Cuando mostré mis autorretratos al profesor, me preguntaba, mientras él se ponía a corregir los trazos enseguida, si se habría dado cuenta de que la modelo era yo. Esos dibujos eran los trabajos preliminares para unos cuadros al óleo, y teníamos que hacer uno cada trimestre.
También estudiábamos historia del arte y, al estudiar a los viejos maestros, comprendí que muchos de ellos habían quedado cautivados por aquellos desnudos recostados de piel blanca y cabellos rojos. Estudié las pálidas Venus pelirrojas, tan en boga durante el Renacimiento, y me pregunté si no habría nacido unos cuantos siglos demasiado tarde. Puede parecer obvio, pero yo llevaba mucho tiempo representándome a mí misma como una Venus, aunque sin darme cuenta de lo que eso significaba.
Pero por mucho que disfrutara de mis clases de bellas artes, sabía que, después de la selectividad, aquello no pasaría de ser un hobby. Me imaginaba que en algún momento tendría que hacer algo más «serio» en la universidad. Aparte del arte, mi otra gran pasión eran los idiomas, y mi intención era estudiar francés en la universidad más adelante.
Durante el primer trimestre en mi nuevo instituto, conocí a James, mi primer novio. Tenía diecinueve años; y a menudo esos tres años de diferencia me parecían muchos más, porque él había pasado un año sabático viajando por todo el mundo y era mucho más experimentado en absolutamente todo.
Lo veía en la cafetería, siempre solo, sentado en la misma mesa, absorbido por algún libro. Aunque era alto, guapo y moreno, lo primero que me llamó la atención de él fue su forma de vestir: me gustaba su estilo vintage, porque mi look preferido consistía en ropa de segunda mano de los años setenta. Pero esto era mucho más que ropa. Para mí, James representaba un rechazo de la moda contemporánea y la cultura mainstream en general.
Además de su indiferencia por los avances de la tecnología, todo lo que le gustaba provenía de otras épocas, incluso la música que escuchaba. No era el típico tío de fútbol y cervezas y tenía el aspecto de alguien que pasaba más tiempo en la biblioteca que en el gimnasio, un atributo que sigue atrayéndome en los hombres hasta el día de hoy.
La primera vez que hablamos, yo estaba colocando uno de mis cuadros para una exposición a la entrada del instituto. Me parecía que estaba torcido y no paraba de acercarme y alejarme de él para ajustarlo. Era un autorretrato de un desnudo femenino, una Venus de cuerpo entero con vello púbico, algo que no se solía ver en la pintura clásica, ni en el instituto donde yo estudiaba.
—¿Esto lo has hecho tú? —preguntó una voz.
Me volví para ver quién lo preguntaba y me quedé de piedra. Era él.
—Sí —dije con una sonrisa, sorprendida, y algo nerviosa de repente.
—Me gusta el triángulo —sonrió mientras miraba el pubis de mi Venus fijamente.
—Gracias —me ruboricé.
—De nada —dijo, y se volvió y lo vi desaparecer por el pasillo.
A partir de aquella mañana, cada vez que coincidíamos en la cafetería nos saludábamos, y poco a poco los saludos se fueron convirtiendo en conversaciones delante de la máquina de café, hasta que un día me invitó a salir para tomar una copa. No podía creerlo: yo, que en mis mejores días todavía me sentía invisible, pensaba que James estaba fuera de mi liga en todos los sentidos…
Pronto fuimos inseparables y empezamos a quedar a diario. Yo tenía un nudo en el estómago cada vez que nos veíamos. Me enamoré de él de una manera que nunca he vuelto a sentir, y que espero no volver a sentir nunca, simplemente porque aquello llegó a ser enfermizo. Por ejemplo, hubiera aguantado lo que fuera para estar a su lado, incluso los comentarios condescendientes que de vez en cuando me lanzaba. Le gustaba mostrar su superioridad intelectual siempre que se presentaba la oportunidad de hacerlo.
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