SINOPSIS
La Unión Soviética, 1962. El zapatero Stanislav Suvorov ha sido condenado a cinco años de cárcel. ¿Su crimen? Vender su automóvil con fines de lucro, contraviniendo las estrictas leyes de especulación del Kremlin. Al salir de prisión, la vergüenza social lleva a Stanislav al exilio voluntario en Siberia, trasladando a su familia de una vida continental relativamente cómoda en Grozny, la capital de Chechenia, a la fría y lejana Krasnoyarsk. Para algunos, es la capital del gulag; para otros, es la oportunidad de comenzar de nuevo.
Estos son los últimos días de una Unión Soviética en la que el Partido Comunista y la KGB se aferran desesperadamente al poder, en los que los extranjeros no son bienvenidos y los viajes fuera del país están restringidos, donde las colas de pan son diarias y debilitantes y donde expresar opiniones a favor de la democracia y los derechos humanos pueden suponer encarcelamiento o exilio.
En esta obra vemos transcurrir más de ochenta años de historia soviética y rusa a través del prisma de una familia, una imagen vívida de una parte compleja del mundo en un momento sísmico de su historia: de guerra errática y paz incómoda; del poder ciego y su abuso frecuente; de ideologías equivocadas y sofocante burocracia; de la lenta desaparición del comunismo y el abrazo caótico del capitalismo. Los Suvorov lo atestiguan todo. Tanto íntima como a gran escala, esta es una historia de vidas ordinarias maltratadas y moldeadas por tiempos extraordinarios.
CONOR O’CLERY
El zapatero
y su hija
Una memoria familiar de gente común
en tiempos extraordinarios
Traducción castellana de Silvia Furió
Nota del autor
Los padres de mi esposa Zhanna, Stanislav y Marietta Suvorov, y la propia Zhanna son los protagonistas de este libro, por lo que no soy un cronista demasiado neutral. Aun así, he tratado por todos los medios de relatar su asombrosa historia con la máxima honestidad y exactitud posible, y de explicar hasta qué punto su destino personal se vio afectado por los acontecimientos históricos que conformaron la Unión Soviética y la Rusia moderna, desde la época de Stalin hasta la era de Putin. Estoy enormemente agradecido a Marietta por su paciencia al recordar el pasado y los acontecimientos, a veces penosos, con gran nitidez, y, por supuesto, también a mi esposa. Doy asimismo las gracias a Larisa Airieva, la hermana de Zhanna, y a sus hijos Valera y Zoya, que colaboraron en la localización de documentos y fotografías. Michael O’Farrell, John Murray, Valera Airiev y Julia Halliday (O’Clery) aportaron valiosos comentarios a las primeras versiones del texto; y, sobre todo, Julia tuvo que revivir dolorosos recuerdos. Michael O’Clery dibujó los mapas y Paul Campbell me ayudó con sus explicaciones sobre el arte de hacer zapatos. Estoy en deuda con la embajada de Irlanda en Bucarest por su hospitalidad y guía. Un especial agradecimiento para Eoin McHugh y Brian Langan, antes de Transworld, que encargaron el libro y me ayudaron a desarrollar la idea. Gracias también a Andrea Henry, directora editorial de Transworld Publishers, cuyas sugerencias me permitieron expresar las emociones que marcaron los momentos culminantes y los momentos más bajos de la odisea familiar, y a Fiona Murphy, de Transworld Irlanda.
Un apunte sobre la citación onomástica: los rusos utilizan un nombre de pila, un patronímico y un apellido. Para evitar confusiones he omitido el patronímico y el uso del diminutivo en los nombres de pila, por ejemplo, Sonia, en vez de «Siranush». En cuanto a la grafía de palabras y nombres rusos, he utilizado, en la medida de lo posible, el sistema de transliteración más legible.
Stanislav murió antes de que empezase a trabajar en el libro. Para mí fue un gran privilegio haberlo conocido. Fue un héroe de la Unión Soviética, en el buen sentido, y estoy orgulloso de poseer dos pares de zapatos que confeccionó para mí.
¡Qué alegres estamos con nuestras copas de vino!
¡Dios no quiera, Dios no quiera que sea por última vez!
¡Dios no quiera, Dios no quiera que estemos bebiendo por última vez!
G EORGI S TRÓGANOV ,
«Canción de taberna caucásica»
Prólogo
El teniente perdido
El 11 de enero de 2017, una armenia diminuta de cabello blanco llega a Bucarest y toma un taxi desde el aeropuerto hasta el Grand Hotel Continental, situado en la calle Victoria. La nevada más copiosa de los últimos cinco años casi ha paralizado la capital rumana, y, para alcanzar el vestíbulo de entrada, la mujer se ve obligada a abrirse camino entre las altas paredes de nieve desde el otro lado de la calle, donde la ha dejado el taxista. Está acostumbrada a las condiciones invernales más rigurosas. Marietta Suvorova ha viajado desde la ciudad siberiana de Krasnoyarsk, a seis mil kilómetros al este, donde ha vivido la mayor parte de sus setenta y siete años, un lugar donde los inviernos son largos y duros.
Su hija mayor, Zhanna —con la que estoy casado desde hace veintisiete años— y yo nos unimos a ella ese mismo día, procedentes de Dublín. El propósito de nuestro viaje a Bucarest es encontrar la tumba de un oficial del ejército soviético de la segunda guerra mundial, el teniente Nerses Gukasián, padre de Marietta y abuelo de mi esposa. Murió en combate en algún país de la Europa central en 1944, cuando Marietta tenía cinco años, y está enterrado en algún lugar de Transilvania.