Carlos Taibo - Historia de la Unión Soviética (1917-1991)
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- Libro:Historia de la Unión Soviética (1917-1991)
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Historia de la Unión Soviética (1917-1991): resumen, descripción y anotación
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Historia de la Unión Soviética (1917-1991) — leer online gratis el libro completo
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Por lo demás, el número de habitantes de la entidad que acabó llamándose Unión Soviética se redujo significativamente en el período 1918-1922. Ello fue consecuencia, en primer lugar, de la pérdida de regiones densamente pobladas, como es el caso de las provincias polacas del Vístula, partes importantes de Bielorrusia y Ucrania, y las tres repúblicas del Báltico, territorios todos que a finales de siglo XIX reunían el 17% de la población del imperio ruso. A este factor se sumaron otras pérdidas, las ocasionadas por la guerra civil, evaluadas en unos dos millones de personas. Un número semejante de ciudadanos buscó la vía del exilio tras la revolución de Octubre o tras la derrota de los ejércitos blancos, mientras que fueron varios los millones de personas que perecieron como consecuencia de las epidemias que azotaron la región del Volga, y otras partes del país, en 1921. En conjunto, si la población total de la Rusia soviética era de 141 millones de personas en 1918, cuatro años después, en 1922, no alcanzaba los 134 millones de habitantes, para situarse en 147, sin embargo, en 1926. La Unión Soviética que nacía reproducía, de cualquier forma, muchos de los esquemas del imperio zarista que había conseguido derrocar.
La Nueva Política Económica (NEP)
En marzo de 1921, los delegados presentes en el X Congreso del Partido no dudaron en endurecer las medidas disciplinarias y en dar su visto bueno a la represión de la revuelta de Kronshtadt. Sin embargo, y en lo que era fácil que se interpretase como un intento de satisfacer muchas de las demandas de los revoltosos, procedieron a revisar las políticas económicas aplicadas durante el comunismo de guerra. Fueron varias las razones que aconsejaron este cambio de actitud. Por lo pronto, se habían multiplicado las quejas de los campesinos con respecto al sistema de requisamiento. La situación alimentaria en las ciudades era muy precaria y, además, la industria no parecía recuperar sus niveles de producción anteriores a la guerra mundial. Las perspectivas de nuevas revoluciones socialistas en Europa eran, en fin, muy escasas.
En consecuencia, y hasta 1928, se procedió a desplegar una Nueva Política Económica (Nóvaya Ekonomicheskaya Polítika, NEP) cuya primera característica no fue sino la supresión del sistema de requisamientos. El establecimiento paralelo de un impuesto en especie, mucho más benigno para la mayoría de los campesinos, estaba llamado a acrecentar las perspectivas de intercambio de los excedentes agrarios y a permitir cierto grado de desarrollo capitalista, inicialmente reducido al ámbito comercial, en el campo: en la certeza de poder vender sus productos en los mercados que se abrían, los campesinos disfrutarían en adelante de un estímulo poderoso para acrecentar su productividad. Al mismo tiempo, y para que pudiesen dar algún destino a sus renovados beneficios, era necesario que la industria —en particular, y en las palabras de E. H. Carr, la «pequeña industria artesanal»— generase una oferta importante de bienes de consumo. Para ello el Estado debía renunciar a algunos de los cometidos que habían sido suyos en las etapas anteriores, y de manera singular a muchas de sus funciones monopolísticas y al empeño de desarrollar en un plazo de tiempo extremadamente breve una poderosa industria pesada. No hay que olvidar que, como ya hemos señalado, en 1921 la producción industrial pesada apenas alcanzaba una quinta parte de los niveles de 1913, la mano de obra empleada se había reducido en un 60% y los suministros de productos industriales eran extremadamente precarios. Un economista, Vladimir Bazárov, describió las industrias como
[…] museos históricos en los que se puede contemplar en funcionamiento toda la revolución industrial desde el siglo XVII hasta nuestros días y en los que existe una acusada desproporción: los siglos XVIII y XIX están mucho mejor representados que el XX.
Goehrke, 1980, 288
En la opinión de Bujarin —principal defensor de la NEP, primero en colaboración con Stalin frente a la izquierda representada por Trotski, y más adelante frente al propio Stalin—, no solo la industria, sino el conjunto todo de la economía, estaba necesitada de inversiones. Solo si la agricultura entraba en una vía expansiva se generarían los recursos que a la postre permitirían un posterior desarrollo industrial. La prioridad estaba, pues, clara: se trataba de que el sector agrícola generase, por un lado, los alimentos necesarios para satisfacer la demanda correspondiente en las ciudades, y, por el otro, las materias primas que, con destino a la industria y al exterior, permitiesen importar equipos industriales pesados cuya necesidad resultaba —nadie lo negaba— imperiosa. Para Bujarin era un gran error exprimir a los campesinos, por cuanto se corría el grave riesgo de acabar con la gallina que producía los huevos de oro. En sus propuestas, y en otras palabras, una de las tareas prioritarias de la nueva política debía estribar en ganar pacíficamente para su causa al grueso de los campesinos, que de esta manera podrían «crecer en el socialismo».
Las medidas reseñadas se pusieron en funcionamiento a lo largo de 1921, no sin que el Estado retuviese —conviene recordarlo— muchas de sus potestades anteriores, y entre ellas el control sobre el sistema bancario, la industria pesada y el comercio exterior. Es verdad, con todo, que en el propio ámbito de la industria se introdujeron algunas novedades, que acaso daban cuenta de la voluntad, expresada por Bujarin, de combinar los objetivos de una planificación desde arriba con la iniciativa de agencias de rango inferior. Así, pronto se interrumpió el proceso de nacionalización iniciado antes de 1921, al tiempo que se adoptaron medidas orientadas a permitir un mayor grado de descentralización y racionalización, a fomentar el renacimiento de la pequeña industria privada y a atraer capitales foráneos. Las fórmulas organizativas también experimentaron cambios: la administración directa de las industrias fue reemplazada por trusts que, encargados de la gestión de grupos de empresas, dejaron de depender financieramente del Estado, disfrutando al tiempo de la posibilidad de vender sus productos en los mercados. Al amparo de todas estas novedades —y de algunas más, como el surgimiento de pequeños bancos de base mutualista o el reconocimiento de fórmulas de transmisión hereditaria de la riqueza— había hecho su reaparición la figura del empresario privado acaudalado, que empezó a ser conocido con el nombre de nepman. Muchos de estos népmani prosperaron al amparo del comercio y de una industria ligera que, necesitada de un menor volumen de recursos crediticios y generadora de rápidos beneficios, disfrutaba de una evidente prioridad financiera. Pese a todas estas innovaciones, el Estado seguía siendo, con mucho, el principal agente industrial, como lo indica el hecho de que a mediados de la década de 1920 corriese a cargo de nada menos que un 90% de la producción correspondiente.
Una de las primeras consecuencias de las nuevas políticas fue, como por lo demás era lógico, cierto empeoramiento del nivel de vida en las ciudades en comparación con el común en el campo. Si ya con anterioridad podía afirmarse que el desempleo urbano alcanzaba cotas alarmantes, que los salarios estaban prácticamente congelados y que las condiciones de vivienda no eran precisamente las mejores, ahora se avecinaba un nuevo problema: el encarecimiento de los productos agrarios. Aparte lo anterior, las jornadas laborales de hasta doce horas no eran infrecuentes, las condiciones de salubridad resultaban dramáticamente deficientes y los accidentes laborales se multiplicaban. Pese a los sanos principios recogidos en el Código Laboral de 1922, las posibilidades de resistencia de los obreros industriales se hallaban, por otra parte, significativamente recortadas: ya hemos visto que, desvanecida cualquier perspectiva de
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