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Stanislav Andreski - Las ciencias sociales como forma de brujería

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Stanislav Andreski Las ciencias sociales como forma de brujería
  • Libro:
    Las ciencias sociales como forma de brujería
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1972
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Las ciencias sociales como forma de brujería: resumen, descripción y anotación

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Stanislav Andreski 8 de mayo de 1919 Czestochowa - 26 de septiembre de 2007 - photo 1

Stanislav Andreski (8 de mayo de 1919, Czestochowa - 26 de septiembre de 2007, Reading, Berkshire). Fue un sociólogo polaco conocido por su mordaz crítica de la «verborrea pretenciosa nebulosa» endémica en las ciencias sociales modernas en su obra clásica Social Sciences as Sorcery (1972).

Andreski formó parte del ejército polaco. Durante la invasión alemana-soviética de Polonia en 1939 fue hecho prisionero por los soviéticos, se escapó a Inglaterra y luchó contra los alemanes en el frente occidental en el II Cuerpo polaco Wladyslaw Anders.

En la Universidad de Reading (Reino Unido) fue profesor de la sociología, un departamento que fundó en 1965.

Hay cuatro obstáculos para alcanzar la verdad que acechan a todos los hombres, pese a su erudición, y que raramente permiten a nadie acceder con títulos claros al conocimiento; a saber, la sumisión a una autoridad indigna y culpable, la influencia de la costumbre, el prejuicio popular y el ocultamiento de nuestra propia ignorancia acompañado por el despliegue ostentoso de nuestro conocimiento.

ROGER BACON

CAPÍTULO 1

POR QUÉ ENSUCIAR LA PROPIA MADRIGUERA A juzgar por la cantidad las - photo 2

¿POR QUÉ ENSUCIAR LA PROPIA MADRIGUERA?

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A juzgar por la cantidad, las ciencias sociales están atravesando por un período de progreso sin precedentes: los congresos y conferencias proliferan como hongos, el material impreso se acumula y el número de profesionales se incrementa a una velocidad tal que, a menos que se lo detenga, superaría a la población del globo dentro de unos pocos siglos. La mayoría de los cultivadores están entusiasmados con esta proliferación y se suman al diluvio escribiendo panoramas de sus profesiones «en la actualidad», atribuyendo con ligereza la etiqueta de «revolución» a todo tipo de pasos insignificantes hacia adelante… o incluso hacia atrás; y asegurando incluso algunas veces haber atravesado ya el umbral que separa sus campos de las ciencias exactas.

Lo particularmente desalentador es que no sólo la avalancha de publicaciones revela una abundancia de retórica huera y una escasez de ideas nuevas, sino que las aportaciones más antiguas y valiosas de nuestros antecesores ilustres están siendo ahogadas en un torrente de verborrea sin sentido y sutilezas inútiles. Verbosidad ambigua y pretenciosa, interminable repetición de lugares comunes y propaganda encubierta, están a la orden del día, en tanto que por lo menos el 95 por 100 de la investigación no es en realidad más que rebusca de cosas que fueron descubiertas hace ya tiempo y redescubiertas muchas veces desde entonces. En comparación con hace medio siglo, la calidad media de las publicaciones (aparte de aquellas que se ocupan más bien de las técnicas que de la sustancia) ha decaído en diversos campos.

Naturalmente, tan atrevido veredicto pide una demostración y gran parte del presente libro está dedicada a suministrarla. Pero quizá aún más interesante que demostrar sea explicar; y ésta es la segunda tarea de la obra, siendo la tercera ofrecer unas pocas sugerencias acerca de cómo este triste estado de cosas podría ser, si no remediado, al menos aliviado. Entre otras cosas, trataré de mostrar cómo la tendencia hacia la esterilidad y la impostura en el estudio de las cuestiones humanas surge de tendencias generalizadas en la economía, la política y la cultura de nuestro tiempo; de modo que el presente trabajo puede ser colocado bajo el vago encabezamiento de sociología del conocimiento, aunque «sociología del no-conocimiento» describiría más correctamente el grueso de su contenido.

Dado que una tentativa de esta clase inexorablemente conduce al problema de los intereses creados y ocasiona imputaciones de motivaciones indignas, me apresuro a señalar que soy plenamente consciente de que lógicamente un argumentum ad hominem no prueba nada. No obstante, en materias donde prevalece la incertidumbre y en que la información se acepta generalmente por el grado de confianza que ésta nos merece, está justificado que uno trate de despertar en el público una actitud de vigilancia más crítica mostrándole que en el estudio de las cuestiones humanas la evasión y la impostura normalmente resultan más rentables que decir la verdad.

Para repetir lo dicho en el prólogo, no creo que el argumentum ad hominem en términos de intereses creados se aplique a las motivaciones de los inventores de novedades, quienes mucho más probablemente son visionarios y doctrinarios tan envueltos en el capullo de su imaginación que se hallan incapacitados para ver el mundo como es. A fin de cuentas, en toda sociedad con un alto índice de alfabetización hay gente que escribe disparates sobre todos los temas imaginables. Muchos de ellos nunca llegan hasta el impresor y entre los que atraviesan esta barrera, muchos permanecen sin ser leídos, mientras otros son promocionados, aclamados y sacralizados. El problema de la subordinación a los intereses creados resulta más pertinente en el nivel del proceso de selección social que gobierna la propagación de las ideas.

El problema general de la relación entre ideas e intereses es uno de los más difíciles e importantes. Marx basó todos sus análisis políticos en la suposición de que las clases sociales suscriben ideologías que sirven a sus intereses, teoría que parecería estar en contradicción con el hecho de que ningún creyente admitirá nunca haber escogido sus convicciones por su valor como instrumentos en la lucha para alcanzar la riqueza y el poder. El concepto de inconsciente de Freud, sin embargo, involucra lo que podría describirse como una astucia inconsciente —idea desarrollada en una forma especialmente aplicable a la política por Alfred Adler—. Si tales mecanismos de la mente pueden producir estrategias y subterfugios inconscientes en la conducta de los individuos, no hay razón para que éstos no operen a nivel de las masas. ¿Pero con qué tipo de evidencia podemos respaldar imputaciones de esta clase? Lo que torna el problema aún más difícil es la convincente observación de Pareto de que las clases gobernantes a menudo abrazan doctrinas que las encaminan hacia el desastre colectivo. Los mecanismos de selección (cuya importancia fue señalada por Spencer) que suprimen las pautas «inadecuadas» de organización, normalmente aseguran la supervivencia solamente de esos conjuntos sociales que abrigan creencias que respalden su estructura y modo de existencia. Pero, dado que la desintegración y destrucción de colectividades de todas clases y tamaños es tan visible como su continuada supervivencia, la concepción (o modelo, como se prefiera) de Pareto resulta tan aplicable como la de Marx. Una teoría satisfactoria tendrá que sintetizar estos enfoques válidos pero parciales y trascenderlos, pero éste no es el lugar para llevar a cabo un intento de esta índole. En el presente ensayo no puedo ir más allá de las imputaciones, apoyándose sobre evidencias circunstanciales de la congruencia entre sistemas de ideas e intereses colectivos, que revisten aproximadamente el mismo grado de plausibilidad (o vulnerabilidad) que las aserciones marxistas habituales sobre las conexiones entre los contenidos de una ideología y los intereses de clase. La limitación intelectual fundamental de los marxistas en este sentido consiste en que, en primer lugar, restringen indebidamente la aplicabilidad del concepto clave de su maestro sólo a agrupamientos (por ejemplo, clases sociales) que él mismo ha señalado; y en segundo término, que (naturalmente, por supuesto) nunca aplicarán este esquema de interpretación a sí mismos o a sus propias convicciones.

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