LUIZA IORDACHE CÂRSTEA
CARTAS DESDE EL GULAG
Julián Fuster Ribó, un español en la Unión Soviética de Stalin
Índice
A mi madre El país del exilio no tiene árboles.
Es una inmensa soledad de arena. Solo extensión vacía donde crece
la zarza ardiente de los sacrificios. El país del exilio no tiene agua.
Es una sed sin límites, sin esperanza de cercanas fuentes
o de un sorbo en el cuenco de una piedra. El país del exilio no tiene aves
que encanten con su música al viajero. Es desierto poblado por los buitres
que esperan el convite de la muerte. Alza el viento sus torres deleznables.
Sus fantasmas de arena me persiguen a través de la patria de la víbora / y de la zarza convertida en fuego.
Jorge Carrera Andrade, VII, El país del exilio
Corriendo felices o arrastrándonos desdichados por la larga y tortuosa calle de nuestra vida, pasamos junto a vallas, vallas y más vallas de madera podrida, tapias de arcilla, cercas de ladrillo, de hormigón, de hierro. No nos paramos a pensar qué podía haber detrás de ellas. No intentamos elevar la mirada ni el pensamiento por encima de las mismas, pese a que, precisamente allí, empezaba el país del GULAG, tan cerquita, a dos metros de nosotros. Y tampoco nos percatamos del sinfín de puertas y portezuelas, bien ajustadas y disimuladas, que había en aquellas vallas. Todas aquellas puertas estaban preparadas para nosotros, y he aquí que, de pronto, se abrió rápidamente una, la fatal, y cuatro blancas manos masculinas, que no sabían de trabajo físico, pero llenas de energía, nos agarraron por las piernas, por las manos, por el cuello, por la gorra, por las orejas..., nos arrastraron como un fardo y se cerró para siempre, detrás de nosotros, la puerta, la puerta de nuestra vida anterior. Y nada más. Queda usted detenido.
Alexandr Soljenitsin, Archipiélago Gulag
Ante esta inmensa desgracia los montes se doblegan / y dejan de correr los grandes ríos,
pero más fuertes aún son los cerrojos de la cárcel, que esconden los lechos de tablas
y la infinita tristeza. Ya no sopla para ti la fresca brisa, / ni se enciende para ti el tierno ocaso.
Anna Ajmátova, Dedicatoria (1940)
PRÓLOGO
Este libro de Luiza Iordache Cârstea es el resultado de largos años de investigación sobre unos hechos ocultos, pero no del todo desconocidos, que marcaron la vida de una parte de los republicanos españoles que se vieron obligados a un forzado exilio tras el final de la Guerra Civil de 1936-1939.
Cerca de medio millón de españoles traspasaron la frontera con Francia o huyeron hacia sus colonias en el norte de África en los primeros meses de 1939. Una pequeña parte recaló en la Unión Soviética: exiliados políticos que empezaron a llegar desde abril de 1939. Fueron algo más de un millar de personas con una clara adscripción política vinculada al Partido Comunista de España (PCE). Eran dirigentes, oficiales militares, cuadros medios y militantes de base a los que acompañaban sus familias. Fue un exilio pequeño desde el punto de vista numérico y muy selectivo. Iban al país que en los años treinta se consideraba el «paraíso» de la clase trabajadora y que había instaurado la «dictadura del proletariado». ¡Tremenda paradoja la que encierra la conjunción de esas dos palabras!
Cuando estos exiliados llegaron a la Unión Soviética, ya estaban allí otros españoles que habían arribado en 1937 y 1938. Eran casi 3.000 niños evacuados en expediciones oficiales organizadas por el Gobierno de la República española, acompañados de educadores y personal auxiliar. Junto a ellos, jóvenes pilotos de la última de las expediciones que habían partido hacia la Unión Soviética para seguir cursos de pilotos de aviones de caza, y tripulantes de los barcos españoles que se encontraban en ese país o navegando hacia él y que fueron incautados e incorporados a la marina mercante soviética. Estos colectivos de adultos presentaban una mayor diversidad ideológica dentro del espectro de la izquierda y fueron los que sufrieron de manera más directa la falta de libertad y el control ideológico a los que se les sometió desde su llegada a la Unión Soviética.
Una vez aquí, los que se acogieron a las directrices marcadas por los dirigentes del PCE, que a su vez obedecían las consignas emanadas del Partido Socialista de la Unión Soviética (PCUS) y del Gobierno presidido por la omnipresente figura de Stalin, sobrevivieron con mayor o menor fortuna. Los que cuestionaron comportamientos o actitudes de los dirigentes fueron considerados enemigos o traidores, por lo que se les prohibió la salida del país, a la vez que contribuían a alimentar la extraordinaria maquinaria represiva estatal de prisiones y campos de concentración o de «trabajo correctivo». Es lo que dio en denominarse Gulag (Dirección General de Campos y Colonias Correccionales), conocido en el mundo occidental tras la publicación, en 1973, del libro Archipiélago Gulag de Alexandr Soljenitsin. Algunos de los miembros de los colectivos de republicanos españoles acabaron en esos campos tras su paso por las cárceles soviéticas, donde fueron torturados. Es el caso del protagonista de este libro, Julián Fuster Ribó.
La autora del libro es una joven historiadora y politóloga, licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad de Bucarest en 2003. En 2007 obtuvo el Diploma de Estudios Avanzados en Ciencia Política por la Universitat Autònoma de Barcelona con un trabajo que recibió el Premio a la Memoria de Doctorado del Instituto de Ciències Politiques i Socials. En 2008 el Instituto se lo publicó con el título: Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956) . En esos momentos este trabajo resultó una investigación pionera en una línea en la que Luiza ha seguido profundizando y que la ha convertido hoy en día en una reconocida especialista en este tema. Tres años después defendía su tesis doctoral, editada en 2014 por RBA con el título En el Gulag. Españoles republicanos en los campos de concentración de Stalin.
Conocí a Luiza Iordache a través de un buen amigo común, el doctor Miguel Marco, investigador estudioso del colectivo de Los médicos republicanos españoles en la Unión Soviética (Barcelona, Flor del Viento ediciones, 2010). En un largo correo que me escribió Luiza en agosto de 2009, me trazaba su trayectoria investigadora sobre el tema, todavía breve pero muy intensa. Para entonces ya había consultado más de veinte archivos en España y diversos países europeos y había empezado a tomar contacto con familiares de algunos de esos españoles, entre ellos con los de Julián Fuster, pero también con los de otros republicanos que me interesaban de manera especial porque me había topado con ellos en mis investigaciones sobre el colectivo de los niños evacuados a la Unión Soviética durante la Guerra Civil. Nombres como los de Francisco Ramos Molins, Pedro Cepeda, José Tuñón o Juan Bote me resultaban muy conocidos.
En particular me interesaba Juan Bote, maestro que acompañó a una de las expediciones de niños y que desde el principio mantuvo una actitud crítica. Como me confirmaron algunos testimonios orales que recogí de estos niños, solía decirles: «Menos marxismo y más matemáticas». Esta actitud le condujo al campo de Karagandá, situado en una región esteparia de la República de Kazajstán. La figura de Juan Bote también ha sido objeto de estudio por parte de Luiza Iordache en su concienzudo trabajo: «Maestros de los “Niños de la Guerra” de España en la Unión Soviética. Juan Bote y la represión del Gulag» ( Migraciones y Exilios, 14, 2014, pp. 105-123).
Mi conocimiento personal de Luiza se remonta a 2011, cuando formé parte del tribunal ante el que defendió su tesis doctoral. Me di cuenta de que tenía ante mí a una excelente investigadora por su meticulosidad, rigor y precisión en el análisis y por su atinada perspicacia, su agudeza y su sagacidad en la interpretación. Cualidades todas que con el transcurso de los años ha ido afinando y de las que constituye un claro ejemplo el libro que el lector tiene entre sus manos.
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