Mayormente despejado
Mayormente despejado
Pablo Reina González
Mayormente despejado
Primera edición: 2019
ISBN: 9788417813048
ISBN eBook: 9788417772413
© del texto:
Pablo Reina González
© de esta edición:
CALIGRAMA, 2019
www.caligramaeditorial.com
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Impreso en España – Printed in Spain
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A mi hermano.
« Lo que más me gusta de un libro es
que te haga reír un poco de vez en cuando » .
El guardián entre el cen teno ,
J. D. Salinger
Prólogo
Los cuadernos Gran Jefe
de Pablo Reina
Rafael Ángel Aguilar Sánchez
«De todos modos, yo no quería ser nada. Y lo estaba consiguiendo».
La senda del perdedor,
Charles Bukowski
Estoy sentado al fondo de un pub solitario de Exmouth, un pueblito minúsculo del sur de Inglaterra, y hay un tipo que me mira desde la barra como si estuviera observando a un demente. Él me ha visto cada mediodía de la primera semana de mis vacaciones entrar solo con mi mochila, pedir una pinta y acomodarme junto a un ventanal, sacar mi lector electrónico y quedarme allí, a mi aire, hasta que da la hora de comer, que allí es bastante imprecisa. Leo con emoción, paso las páginas virtuales en el cristal líquido de la tableta y, a veces, me río a carcajadas. Otras veces parece que se me va a escapar una lágrima de ternura. Ese hombre maduro que charla con la camarera, que a veces sale a fumar y que no para de beber, no sabe que lo que me conmueve es un libro que ha escrito un amigo —o, mejor dicho, el hermano de un amigo que ya es también mi amigo— y que, en el texto, me reconcilio con lo mejor que me ha dado la literatura: viajo por el mundo, me reconozco en las tribulaciones de un joven con ganas de vivir, me llegan adentro sus apreciaciones puntillosas, críticas, irónicas y sensatas sobre la vida diaria.
Sucede que Pablo, nuestro autor, escribe por momentos como habla, o como a mí me habla su hermano, que ya digo que es mi colega desde siempre. Y a mí me da la impresión, con frecuencia, de que en ese pub de Gran Bretaña estoy charlando, como tantas tardes y noches, con mi amigo del corazón. Así que me enternezco porque echo de menos a José María, nuestra manera de intentar arreglar el mundo, de consolarnos, de compadecernos por nuestra suerte, por nuestro lugar en el universo, por las cosas que íbamos a hacer y nunca hicimos o de alegrarnos por los éxitos que alguna vez vivimos también.
May ormente des pejado es el testimonio de una vida que a mí me toca cerca. Pablo y yo nos hemos criado en el mismo barrio, en Bami, en el sur de la ciudad de Sevilla, aunque él, ellos, vivían en una zona más noble, en Villa Siurot, mientras que yo arrastraba como podía el complejo de pasar mis noches en un pisito menesteroso. Así que Pablo y yo hemos visto más o menos las mismas cosas: al personal sanitario desayunando con sus batas en los veladores de las calles que rodean nuestros domicilios, al prodigio de la primera máquina de escribir electrónica, a los gorrillas desarrapados, a los adolescentes que van en pandilla al instituto de la avenida de la Palmera y que luego cogen el 33 —¿sigue esa línea del bus urbano pasando por allí?— para llegar a la universidad. Pablo quiso una vez ser periodista, como yo. Y quiso volar, como yo. Ver mundo. Tener experiencias. De eso tratan sus escritos. No cabe duda de que, en un momento dado, sintió la punzada juvenil y rebelde de marcharse a otro sitio, a otros sitios, y él lo hizo porque es un hombre valiente. Quito, Vancouver, Moscú, San Francisco, Las Vegas. Aquí, en las páginas que siguen, él da cuenta de todo lo que le sucedió y de todo lo que imaginó.
Preciso en la descripción de las situaciones, observador minucioso de la condición humana, audaz y desternillante cuando fabula, este cazador del «no», este coleccionista de naufragios, se atreve a perseguir las emociones de la vida y es capaz de plasmarlas sobre el papel con una calidad literaria que sorprende en un autor novel; la mirada con la que analiza el mundo que le rodea tiene el pulso narrativo de alguien que ha de seguir escribiendo por el bien de sus lectores, así que le voy a regalar una buena remesa de cuadernos Gran Jefe para que el tipo del fondo de la barra del pub de Exmouth no pare de mirarme con envidia por lo bien que me lo paso con las cosas que escribe el hermano de mi amigo, que ya es mi amigo.
Dulce introducció n al caos
En la actualidad, la red de redes, además de ofrecerme a todas horas la tentadora oportunidad de desposar a una rusa sospechosamente despampanante, me define, de manera acertada, como una persona comunicativa, sociable y presta a confiar en el prójimo; incluso hay quienes piensan que demasiado. No obstante, debo reconocer que no siempre ha sido así. Durante mi adolescencia y parte de mi juventud, en la oscura era preinternet, me caracterizaba por una notable tendencia al retraimiento y una irritante carencia de expresividad, en especial en el ámbito familiar, lo cual me granjeó el cariñoso apelativo fraterno de «hurón». Sin embargo, con el paso del tiempo, y, sobre todo, gracias a las numerosas experiencias vividas hasta la fecha, esta faceta indeseada de mi carácter se ha atenuado de forma considerable, en especial, durante mi estancia de un año en Canadá, donde el pasatiempo número uno consiste en entablar conversación con extraños, muy por encima de la tala manual de árboles y el consumo indiscriminado de sirope de arce, que ocupan el segundo y tercer lugar respectivamente, actividades realizadas sin distinción, con camisa a cuadros negros sobre fondo rojo. El canadiense, por lo general, en especial en la provincia de British Columbia, se caracteriza, además, por su extrema amabilidad, educación y afán de servicio, lo que hace imposible al visitante detenerse para hojear un plano sin verse rodeado en cuestión de segundos por decenas de ciudadanos peleándose literalmente por facilitarle todo tipo de indicaciones. De hecho, lo habitual será que el turista regrese a su hotel por el camino más corto y con el Facebook echando humo de solicitudes de amistad e invitaciones a cenar en familia esa misma noche, debiendo decantarse por una sola de ellas, para desconsuelo del resto de potenciales anfitriones, que deberán continuar al acecho de nuevas víctimas desorientadas, cada vez más escasas debido al uso abusivo de aplicaciones móviles de geolocalización.
En cuanto al referido carácter huraño, sospecho que su origen es, en gran medida, genético, heredado por vía paterna en línea recta en segundo grado de consanguinidad, o lo que es lo mismo, de mi abuelo, al cual solo conozco por referencias. En este sentido, cuentan las crónicas de la época que era un ser humano más hermético que un traje de astronauta, renuente a manifestar cualquier tipo de emoción o sentimiento y con tendencia a encerrarse en sí mismo como un molusco en peligro. Su esposa, también conocida como mi abuela, le acompañó hasta el final de su hosco periplo vital, proporcionándole dos vástagos y dedicando su sufrida existencia, en primer lugar, al bienestar de su marido e hijos, y en segundo y último, a las tareas domésticas. Una vez viuda y sin otra forma de vida conocida, empleó el resto de sus años en colaborar, de luto riguroso, en la ingrata labor de crianza, con desigual fortuna, de cinco nietos por parte de hija, sin llegar a vislumbrar en ningún momento los etéreos conceptos de individualidad o realización personal.
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