Salvador Sáinz
Las Parábolas
de Don Nadie
Retorno al Umbral
Las Parábolas de D on Nadie
Ret orno a l Umbral
Salvador Sáinz
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© Salvador Sáinz, 2018
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
universodele tras.com
Primera edición: junio, 2018
ISBN: 9788417436469
ISBN eBook: 9788417435615
A Dios, a la vida y la existencia.
A mis ancestros, mi familia,
mis amigos, mis maestros y a mí mismo.
Pues en todo lo anterior, he encontrado los motivos y las enseñanzas para escribir este libro.
Muchas gracias
Prólogo
De retorno al umbral
Cuando las circunstancias actuales propician distintas formas de inmoralidad en nuestra sociedad, resulta reconfortante y hasta cierto punto esperanzador, la lectura de Las Parábolas de Don Nadie , libro de Salvador Sáinz. El texto aglutina una serie (moral alegórica, en estricto sentido del concepto y cuyo pretendido encauce, es arribar a la esencia de una verdad aleccionadora o de enseñanza) de cogitabundas parábolas, desde cierto punto lejanas para nuestra postmodernidad, casi extrañas, diría también que casi anacrónicas, o lo que podría ser en última instancia, una especie de disciplina en riesgo de extinción de acuerdo a la advertencia de nuestro hoy. Donde campea una realidad que podríamos encontrar en cualquier país, al borde (para variar perpetuamente cíclico) del caos, dígase social, económico, político, religioso y existencial, insertos como estamos en una cultura concebida como occidental. En contrapunto, pudiera recalcar a una panorámica (relativa no absoluta), de los avatares del pensamiento oriental, percibido en la intromisión filosófica del Zen o frente a la peculiaridad poética del Tao, cuya entraña de percepción me atrevería a reconvenir como indescifrable (o impenetrable), dentro del misterio que para los occidentales tendría que provocar el fundamento del mismo ideario sugerido, correlativo (implícito entre sus atributos primordiales abstractos) con la contemplación profunda y la meditación trascendental.
Vayamos a dar un paseo meditativo bajo el retorno al umbral donde nos podríamos encontrar —por enésima vez—, delante del espejo de nuestra acaso extraviada espiritualidad o, quizá acariciados en la órbita del arraigado egotismo, ante el reflejo de la inutilidad de nuestros florecientes egos. De cualquier manera, por otra parte, aquí la guía omnisciente del sabio rectificador resulta ser pauta incógnita. En el mejor de los casos, él mismo pudiera representar la perturbadora transpiración del mundo, o la marea del mar agitando una barca sin tripulantes, o la sonrisa en la cima de un atardecer, o la metamorfosis de la duda ontológica en una plácida aurora, o el conveniente presagio de un acontecimiento ejemplar durante la noche, o el resplandor u ocaso de una laberíntica certidumbre vital, o el don del fiscal que abruma a un poder corrompido, o el infortunio de la persistente muerte, o la creencia e incertidumbre de eso que se edifica como la omnipresencia de Dios, o la pobreza y la riqueza anímica o monetaria, o la charca que esconde la simulación del producto financiero de un avariento, o el filo opresor y liberador de la locura, o el milagroso proceso de transfiguración de una mariposa a su estado definitivo… hasta padecer la hora de morir. En consecuencia, tal ente acapara a un maestro sin nombre, presumible incorpóreo o quimérico, alternando su vínculo con su alumno encarnado como un trashumante azaroso e incondicional, sujeto fiel a las instrucciones del alegórico preceptor.
Remarcada tal vez su modestia socrática, el autor nos dice que las parábolas del libro aquí implicado, « no tienen dueño, pues la luz es derecho de todos y propiedad de nadie». A fin de cuentas, aclara Salvador Sáinz: « dime quién eres para decirte que no eres nada… mejor dicho, lo ERES TODO» , sentencia él, siendo ecuánime y prosélito de la naturaleza humana (implícito el soslayo panteísta) o de Dios, aguzando subrepticiamente el dilema interrogatorio de la especulación divina, según a usted le plazca. Reveladores ambos enigmas del orden y la armonía presuntas del Ser. Despojado éste, para el caso digamos etéreo de sus ataduras y los prejuicios, inherentes en aquellas utópicas (ahora vistas así) sociedades tachadas de antiguas. O, para enjaretarle el desafío de un vigoroso escarnio moderno, lo que incluso podría liar una anatema fincada en un secreto desde luego, inconcebible, paradójicamente civilizadas , orondamente instituidas en pleno siglo XXI. Pero asoladas, notificábamos por una galopante inmoralidad al doblar la esquina del umbral dicho.
Las Parábolas de Don Nadie , loable factura literaria de cánones éticos, fronterizos algunas veces a la homilía sentenciosa tradicional, o la toma de conciencia callada en su gestación, a través de múltiples respiraciones del tiempo en el quehacer reflexivo de Salvador Sáinz, y que, entre la interioridad de su silencio, encara a los estruendos de la violencia y la velocidad contemporánea, convulsionadas en disímbolas encrucijadas; verbi gratia, por el momento, los involucrados avasallamientos políticos, a cual más de recalcitrantes. Ajenos, por supuesto, a los anhelos imperturbablemente fortalecidos en los ecos de las páginas aquí apercibidas. Esas que, al transitar por sus pasajes, en lo personal, fungieron igual a un antídoto contra la aberración de tantas e inútiles disputas ideológicas. Suavemente, transportado entre esas hojas de paz, me invade un reposo recóndito.
Alberto Barreto Villalobos
U n viejo monje que había llevado toda una vida contemplativa y de santidad en varios monasterios, siempre estudioso y disciplinado, al final de sus días tomó la decisión de abandonar la vida monástica y emprender un largo viaje sin retorno. En cierta ocasión llegó al mercado de una importante ciudad para comprar algunas viandas para su camino, cuando tropezó con un joven. Aquel joven huía afanosamente, pues había robado un par de manzanas en el mercado. Él no tenía que comer ni donde vivir, era un mendigo que había quedado huérfano a temprana edad, debido a que sus padres habían muerto en una epidemia que azotó la ciudad. Al tropezar con el maestro en su frenética huida, cayó a los pies del sabio.
—¿Por qué lo persiguen? —preguntó el monje a los hombres que corrían detrás del chico.
—¡No lo defienda! Ha robado y lo llevaremos ante la justicia —respondieron sus perseguidores.
—¡Tomad! Aquí está el pago por la fruta que tomó. Las manzanas están pagadas, dejadlo en paz —dijo el monje sacando de sus ropas un par de monedas, mismas que tomaron los hombres retirándose del lugar, profiriendo ofensas e insultos contra el protector del mendigo.
—Muchas gracias, es usted muy amable, pero… ¿quién eres? ¿por qué me ayudas? —dijo aquel joven mendigo visiblemente agitado.
—No importa quién soy, importa quién eres tú y no soy yo quien te ayuda, pero te digo que me gustaría que tú hicieras lo mismo por mí. —Le respondió el sabio con mirada penetrante mientras le tendía la mano para ayudarlo a levantarse.
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