Estoy en deuda con Joanna Lawrence, de la Plenum Publishing Company, por hacer de El hombre en busca del sentido último una realidad. También me siento profundamente agradecido hacia la Honorable Swanee Hunt, Embajadora de Estados Unidos en Austria, por darme el honor de escribir el Prólogo de este libro. Ha sabido captar el verdadero espíritu de este libro. También estoy en deuda con el doctor Jay Levinson, mi ayudante y amigo, por el trabajo que ha realizado coordinando la multitud de detalles logísticos que se desplegan en este trabajo. También en deuda con mi yerno, el doctor Franz Vesely, que ha ejercido de «editor ejecutivo» en Viena, proporcionándome consejo y ayuda cada vez que lo necesitaba. Sin el esfuerzo diligente y gratuito de Franz y Jay, este libro no hubiera llegado nunca a convertirse en realidad. Por último, aunque por ello no menos importante, quiero expresar mi amor y aprecio hacia mi esposa, Elly. Es mi luz, mi inspiración, mi apoyo.
A ellos, como a todo el resto de colaboradores no mencionados, expreso mi aprecio más profundo.
Prólogo
El primero de enero de 1994 me detuve al pie de las escaleras de mi residencia en la Embajada, y me sentía algo confusa. Aquel hombre canoso y menudo, con ágil andar, no se parecía en nada a lo que yo esperaba. Estreché la mano de mi invitado, el doctor Viktor Frankl, y le dije:
—Leí su libro hará cosa como de veinticinco años, y todavía lo recuerdo.
—¿Lo recuerda en su mente o en su corazón? —preguntó él.
—En mi corazón.
—Eso es bueno —contestó, como si estuviera impartiendo una bendición.
A lo largo de los meses siguientes, me confié al profesor Frankl, tomándole como confidente y consejero. Tanto si los temas iban de la política exterior americana en Bosnia, como si se trataba de problemas familiares de salud, o de mis prioridades personales o profesionales, Viktor y Elly se convirtieron en mi punto de apoyo, en una fuente vital de sabiduría. Y cuando la sabiduría no nos alcanzaba para todo, ellos no escatimaban el consuelo que me proporcionaban.
Impartían lo que veían con amabilidad, comprensión y amor. Estaba lo suficientemente cerca de ellos como para conocer algunos de sus trabajos. Y yo no cesaba de preguntarme acerca de cuál era la fuente de la que emanaba su fuerza.
Este libro pretende dar una respuesta a esta pregunta. Ya que en él nos encontramos con un Viktor Frankl enfrentándose a la finitud de su punto de vista pero con infinitas posibilidades. No confunde en ningún momento sus propias limitaciones con la limitación última, definitiva, del mismo modo que tampoco confunde su propio ser con el ser último.
Hay también una gran dosis de tolerancia en su manera de pensar, como una gracia en su concesión de que los símbolos que utilizamos para referirnos al significado último sólo ponen de manifiesto una realidad que no podemos experimentar de forma directa: los campos de concentración en los que él sufrió y en los que un día deseó morir, creados para aniquilar a aquellos que eran diferentes. Así crea el doctor Frankl un espacio para contener la amplitud de la experiencia humana de lo metafísico.
Puede que para algunos, Dios tome una forma antropomórfica. Para otros, puede que se confunda en el sí-mismo (el self). En todo caso, el significado último es perfectamente capaz de absorber cualquier intento de comprender y definir lo infinito.
Pero para Frankl una tolerancia tal no implica una falta de capacidad para juzgar las diferentes situaciones. Porque el mal existe en el mundo, y su vida lleva la marca de sus cicatrices. La búsqueda inconsciente del significado último puede conducir a fines nefastos: nacionalismo flagrante, celos obsesivos, odio étnico, trabajo compulsivo. Cincuenta años después de haberse escrito este libro, pasé una tarde con Viktor y Elly hablando no sólo de Austchwitz, sino también de Srebrenica: un significado diabólico y perverso creado por alguien sádicamente corrupto.
Así pues, se nos recuerda de nuevo que la teoría abstracta no constituye un fin en sí mismo. Tiene que encontrar su correlato en la vida diaria. En lo que respecta a este pequeño libro, se nos presenta el imperativo moral de reflexionar sobre ello. Tal y como se refleja en el pensamiento de Frankl, debemos darnos un espacio para meditar en qué es lo que cada uno de nosotros sostiene con mayor pasión, y, hasta en nuestros momentos de diálogo más íntimo, contribuir en la fuerza universal del bien.
Tolerancia, celos, benevolencia, odio, decencia. ¿Qué constituye lo definitivo en nuestras vidas? Tal y como nos recordaría el doctor Frankl, somos nosotros quienes elegimos.
S WANTEE H UNT
Embajadora de Estados Unidos en Austria
Prefacio
El título de este libro es idéntico al del artículo del Premio Oskar Pfister que leí en el encuentro anual de la Asociación Americana de Psiquiatría en 1985. El texto íntegro de aquel artículo se reproduce aquí bajo la forma del capítulo 9. Por lo que respecta a la primera parte de este volumen, ya se ha publicado anteriormente bajo el título «The Unconscious God», en 1975, como una traducción al inglés del original en alemán de 1947, «Der unbewusste Gott». A su vez, ese libro se basó en un manuscrito que preparé para una presentación a la que había sido invitado en Viena, sólo unos pocos meses después de haber finalizado la Segunda Guerra Mundial.
Así pues, la historia que culmina con la publicación de este libro se remonta a hace más de cincuenta años. Releyendo lo que escribí en 1947, en 1975 y en 1985 tengo la sensación de que, en conjunto, representa una secuencia consistente de ciertos pensamientos sustanciales referentes a un tema lo suficientemente importante. Así pues, espero que algo de lo que haya escrito durante estas décadas pueda ser de valor a quien lo lea.
Sea como fuere: «Ves, no mantuve mis labios cerrados».
V. F.
Prólogo a la primera edición en inglés
El material utilizado en este libro procede de una conferencia que ofrecí recién acabada la Segunda Guerra Mundial, ante la invitación formulada por intelectuales vieneses. Mi audencia estaba compuesta de no más de una docena de personas. En 1947, esta conferencia se publicó en forma de libro en alemán. Y sólo ahora, veintiocho años después de su publicación original, aparece la edición traducida al inglés. También se han publicado ediciones traducidas al español, danés, holandés, francés, griego, hebreo, italiano, japonés, polaco, serbo-croata y sueco.
Teniendo en cuenta el tiempo transcurrido desde la primera edición (más de un cuarto de siglo) se comprenderá perfectamente que no estoy en situación de suscribir absolutamente todas y cada una de las palabras que se publicaron en 1947. A lo largo de todo este tiempo, mi manera de pensar se ha desarrollado considerablemente: se ha desarrollado y espero que también haya madurado.
Por ello, en la presente edición se han introducido algunos cambios, modificando ligeramente algunos pasajes. Sin embargo, me he reprimido deliberadamente a la hora de realizar grandes cambios, ya que, de mis veinte libros, éste es el más organizado y sistematizado, y sería una pena destruir la estructura cohesiva de este volumen intercalando demasiado material diverso que haya podido ir incorporando con el paso del tiempo.