Primera edición: octubre, 2018
© María Negroni, 2018
© Vaso Roto Ediciones, 2018
ESPAÑA
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eISBN: 978-84-121910-4-2
BIC: DCF
María Negroni
Archivo Dickinson
Dios es más íntimo en mí, que yo.
SAN AGUSTÍN
Índice
Las palabras de Emily
En un libro publicado en el 2004, titulado Arte y fuga, empecé un poema de este modo:
I–me–more–far–
God–night–sea–die–
¿y eso qué es?
las palabras
que más usaba Emily Dickinson
Imaginará el lector mi sorpresa cuando, casi diez años después, entre los papeles privados de la poeta de Amherst que la Universidad de Harvard puso a disposición del público, descubrí un repertorio entero de 9 000 palabras, ordenadas alfabéticamente –lo que en inglés se llama un Lexicon– que registraba de modo exhaustivo las recurrencias verbales de la autora.
Dickinson, se sabe, es una poeta dificilísima e imprescindible. Su dicción insumisa, los desajustes que su sintaxis instaura en la lengua inglesa, creando un idiolecto propio y, sobre todo, el ritmo sincopado con que rompe la trampa de la comprensión temática a favor de la imprudencia del pensamiento, siempre me sedujeron. El catálogo confirmaba, además, mis intuiciones: la riqueza lingüística en Dickinson es, ante todo, un sumario de obsesiones.
No pude sustraerme a la tentación. Disponía increíblemente de sus palabras organizadas con la meticulosidad del Diccionario Webster, de cierta intimidad por haberla traducido (como si el esfuerzo diera licencias), y también de una identificación de larga data. Se me ocurrió que, con eso, podía alcanzar para intentar algo imposible: hacerla hablar de nuevo.
Archivo Dickinson es así un homenaje y una desmesura. Cualquier logro del libro debe atribuírsele a ella. Las fallas y defectos son sólo míos.
MARÍA NEGRONI
2018
Dolor
Una fuente de agua donde debo llamear por mí misma hasta que todo se apague mucho, como si estuviera agonizando, casi un cuerpo sin boca ni ojos ni corazón ni etcétera, lanzado a su propia turbulencia en cero beatitud. Otra vez Eros, quién si no –cerca de mí y lejos de mí– irresistible bicho. ¿Qué hacer para amar sus heridas doquier? Mi casa bebe enardecida y animales erróneos por toda partitura.
Extravagancia
Toda la vida quise que el yo estuviera ausente, que las abejas –ciegas– dieran ser al ser. Por ese anhelo, pasa un panal de silencio, y un coraje nace, para el que no existe forma pronominal.
Me gusta soñar otros mundos, escribir –con los labios– la abstracción del deseo.
Cuerpo abajo, la irrealidad liba frenética.
Si sigo así, me quedaré del todo huérfana.
Sueño
La mujer avanzaba por un jardín de escarchas. La blancura le pareció un engaño, algo así como un tedio irresuelto. Esperó a que un zorro la acostara en la vida.
«El problema», pensó, «es que retornaré como ceniza. A esto le llamamos perfección imperfecta: durar, exiliarse en la carne de la propia astucia, sin renunciar jamás a las neuralgias –ningún día en un año–».
La mujer sucumbió sin dejar rastros o el jardín se esfumó con las fauces abiertas.
Biografía
Me llamo Emily. Nací en Nueva Inglaterra, un 10 de diciembre muy blanco y altivo, y otra vez blanco. Mi padre nos leía la Biblia con ojos de Pentateuco, asegurando que ese libro, que es el Libro de los Libros, contiene cuanto existe de inhallable en lo real. Tuve que buscar cómo engendrarme de algún modo, recurrir al silencio que es nido muy vacío, muy en paz. Así inventé los bosques, el desquiciado mundo, la antigüedad del agua. Ésa fue mi forma de partir. Aún no he regresado.
Peligro
Yo no quería depender de un solo ser. Me hubiera muerto de temblor, de espera. Preferí balbucear como una idiota en el jardín manchado del lenguaje, esperar su sentencia –de Muerte– con mi laúd de música mía. Yo quise que la mente dictara las palabras, no lo oscuro que sentía. Yo quería ver Amherst a la luz de septiembre, cuando el aire deja de ser aire y la boca está plena de lo que no tuvo. Dulce vino mucho que se da de beber, siempre más, en el bosque de al lado. Nada como una música que no se puede tocar.
Límites
Afuera, el mundo. Con tales ansias de pertenencia a nadie, tales vestigios de la deficiencia que me dejan muda –toda– y blanca.
Adentro, cofres diminutos que guardan un esfuerzo inmenso: una gran conversación con Dios de la cual derivan, por igual, el deslumbramiento y el hambre.
Aéreo
Un brío espiritual, un boceto de idea, casi nada. De esa luna parto. De ese lustre –líquida linterna– como chispazo entre dos nadas. Y después me alejo, astuta, en ánimo, de la casa terrestre, y amo sagradamente, es decir confundo el bosque del cuerpo con el cuerpo del bosque, hecho de mañanas de gran sonido que anochecen lejos. Algo así, muy preciso. Como un terror que viene, que se llena de figura humana y repta por el polvo.
Verano
Roto el después, el antes, el tal vez mañana, el mundo se encabrita, y las cigarras, los cascarudos, los bichitos de luz, debajo de las ramas, se dan cita en el estío galopante, con pasmosa impertinencia.
No se puede pedir más.
La finitud cabalga como puede.
Aptitud
Para moverse en nada que no sea la nada, con sus recreos, sus prácticas erráticas, su mejor hambre que fabrica lobos. Para flirtear con la altura cuando, en la página negra, se van abriendo claros, y aparecen letras como insectos que aspiran a algún odio del todo indefendible.
Para ser pájaro, música en la jaula, brevedad tan breve que ni la muerte puede prolongarla.
Nada de esto y todo esto alcanza para vivir, por supuesto.
Cobardías
«Huye en el lugar. Invéntate fábulas», dice el lenguaje.
«Cambia el sexo del miedo por ceniza».
Fortaleza
Se golpea una puerta y aparece una sombra. Nadie sabe quién es, ni qué viene a ovillar en el sur del alma.
La presencia es escueta y avanza a durísima pena, dejando atrás anaqueles, con obras de Whitman, Emerson, Mr. & Mrs. Browning.
Ceremonia muy sobria en un cuarto dispuesto para la reclusión y la duda. En ese silencio se educan los miedos, se disimula el amor, se pergeña un tratado sobre aquello que es cierto sólo por dentro.
La violencia es una ternura olvidada.
Circunferencia
Todo lo que muere de humo blanco en la cocina de lo vivo, sale por la ventana y vuelve a entrar, transformado en asombro. Así se engaña al cuerpo, se reemplaza el vacío con cantos filosos. Y todo en dirección a algo tremendo, con rondas de ida y vuelta, entre un agua enlutada y signos que señalan su propia lenta cuna. Señoras y Señores: ese trompo –inútil y perfecto– es sólo una idea clavada en su sombra. Yo misma, algún día, emitiré luz y volaré, no con alas sino con muchas cintas, y cambiar de lugar será, para mí, cambiar de mundo suavemente.