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Cristina Domenech - Señoras ilustres

Aquí puedes leer online Cristina Domenech - Señoras ilustres texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2020, Género: Política. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Cristina Domenech Señoras ilustres

Señoras ilustres: resumen, descripción y anotación

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Heroicas mujeres que amaron y desearon a otras mujeres.

Poetas como Safo o Emily Dickinson, las artistas Frida Kahlo y Tamara de Lempicka, las literatas sor Juan Inés de la Cruz y Virginia Woolf, una gran diva de Hollywood y hasta una reina de Inglaterra son algunas de las genias que protagonizan el nuevo libro de la académica Cristina Domenech, que cuenta además con las maravillosas ilustraciones de Medusa Dollmaker.

Señoras ilustres es un recorrido fascinante por la vida intelectual y amorosa de estas señoras con un talento desmesurado y una vida con facetas a menudo silenciadas o tergiversadas por la historia.

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Señoras ilustres — leer online gratis el libro completo

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M i primer agradecimiento es para Medusa Dollmaker por prestarse a ilustrar a - photo 1

M i primer agradecimiento es para Medusa Dollmaker, por prestarse a ilustrar a mis señoras y darle a este libro un pedacito de su inmenso y morrocotudo poder. Las dos hemos pasado un año muy difícil y el parto ha sido complicado, pero al final nuestro bebé es radiante y lustroso, y ahora la mitad de tu poder es mía para siempre.

Gracias a mi editor, Gonzalo Eltesch, al que algún día canonizaré ilegalmente hasta que el Vaticano venga a por mí. Su paciencia, su cariño y su entusiasmo nunca han flaqueado, ni siquiera cuando este año caótico me ha convertido en una autora caótica.

Gracias a mi madre, Yolanda, que siempre es la primera en leer lo que escribo y decirme si he sido excesivamente barroca, si sueno demasiado académica o si el humor cínico se me ha ido de las manos. Su apoyo constante y sus críticas constructivas son los mejores nutrientes que puede pedir un texto recién salido del horno, y el mejor primer contacto humano posible.

Mis gracias también van para mi adorada Rocío Vega, la guardiana platónica de mi corazón y apoyo constante, que jamás ha faltado cuando he necesitado poner mis ideas en orden.

Gracias también a Victoria Álvarez, que acudió en mi ayuda cuando necesité a una historiadora del arte, y que siempre es un remanso de paz decimonónico en los días tempestuosos.

Mi agradecimiento más victoriano para Hache, que dificultó y facilitó mi trabajo a partes iguales. Pase lo que pase, tu presencia quedará para siempre en las páginas de este libro.

Gracias a Mili Hernández, Nacho Esteban, Ramón Martínez y Carlos Valdivia, por la pasión que sienten por la cultura y la historia LGBTQ. Aunque nos separa la distancia, contar con su presencia en mi vida es un tesoro de valor incalculable y un aprendizaje constante.

Y, por último, el agradecimiento más importante de todos: a mis lectores en Twitter que desde el primer día quisieron aprender más sobre la historia de las señoras que se empotraron hace mucho. Os negáis a responsabilizaros del éxito de mi primer libro y lleváis un año escurriendo el bulto, pero sois quienes lo hicieron posible y lo habéis vuelto a hacer con este que tenéis en las manos. Gracias por querer saber siempre más. Gracias por mandarme tantísimo cariño y apoyo. Gracias por hacerme llegar historias maravillosas sobre lo que estas señoras significan en vuestra vida.

Muchísimas gracias.

S olo puedo comenzar este capítulo con el regocijo de los justos los puros y - photo 2

S olo puedo comenzar este capítulo con el regocijo de los justos, los puros y los que saben que están sentados en un trono de evidencia contrastable. ¿Cuánto hemos tardado en este libro en poder decir que una señora es bollera de forma inequívoca y sin que nadie pueda soplar siquiera en nuestra dirección? Demasiado, pero la espera acaba aquí y ahora.

Anne Lister es un personaje del que ya he hablado tanto en redes sociales como en mi anterior libro, pero es interesante revisitarla desde un punto de vista cultural ahora que su nombre ha pasado del casi anonimato a ser suspirado por miles de bolleras en todo el mundo tras el estreno de la serie inspirada en su vida, Gentleman Jack. Además, su presencia aquí es altamente beneficiosa para construir una progresión histórica coherente, porque Anne Lister es una figura clave que nos hace replantearnos todo lo que sabemos sobre homosexualidad femenina en la historia.

Como señora que estudia señoras antiguas que se comían la cara, es rarísima la vez que no he de pelearme a navaja cuando tengo que hablar de mujeres del siglo XIX. Es una época que solemos imaginar decorosa y (sin ánimo de jolgorio) encorsetada. Es además la época en la que la amistad romántica, ese fenómeno en el cual la amistad entre mujeres se vivía de forma exaltada y pasional, estaba en su cúspide. Casi todo intento de hablar de homosexualidad femenina en el XIX acaba amorosamente placado por diez académicos jurando que todo está en nuestra imaginación, y la amistad romántica anula todo el homoerotismo de la época. La naturaleza de esta amistad romántica y sus excesos hacen que cualquier comportamiento afectivo o erótico entre mujeres pueda justificarse como algo completamente inocente si dices «no homo» lo bastante fuerte, y eso ha complicado tradicionalmente el estudio de las señoras que se empotraron hace mucho. Este hábito de hacerle parry a toda insinuación de bollerismo decimonónico estaba tan extendido que hace apenas unas décadas todavía se debatía si en el siglo XIX las señoras que se ennoviaban tenían sexo. Esto era una discusión académica real y muy seria. Os prometo que no me lo estoy inventando.

Y entonces llegó Anne Lister.

Oh, Anne. Bendita Anne, magnificente Anne, maravillosa Anne. Hace un par de capítulos os decía que hacen falta una confesión jurada de lesbianismo, doce justificantes médicos y un cuerno de unicornio liofilizado para empezar a considerar que una señora histórica podía querer darse besos con otra a tiempo completo. Pues Anne nos proporcionó la confesión y los justificantes médicos, y no nos facilitó el cuerno de milagro.

Anne Lister nació en 1791, en Halifax, Inglaterra. Y, tras su muerte en 1840, nos dejó un regalo de valor incalculable: veintiséis diarios y catorce cuadernos de viaje que suman casi cinco millones de palabras; unas siete mil páginas de notas meticulosas sobre su vida diaria a principios del siglo XIX, aunque al leerlas es inmediatamente evidente que Anne no era la típica señora de principios del XIX.

Entre las muchísimas cosas excepcionales que hizo durante su vida, cabría destacar que Anne heredó y reformó el hogar familiar, Shibden Hall; viajó ávidamente por toda Europa; escaló un número alarmante de montañas llevando falda y corsé; se adentró en el mundo de la venta de carbón, un negocio exclusivamente masculino, y capeó las burlas y amenazas de sus rivales; estudió una amplia variedad de temas, desde geología hasta lenguas modernas y clásicas, pasando por matemáticas, filosofía, medicina y anatomía, estas últimas bajo la tutela de algunos de los científicos más brillantes de su era, como Georges Cuvier y Étienne Geoffroy Saint-Hilaire.

Pero a día de hoy Anne es más conocida por las entradas de sus diarios, que están escritas en código y detallan sus encuentros románticos y sexuales con otras mujeres, incluyendo su matrimonio con la heredera Ann Walker en 1836 (matrimonio que Lister consideraba oficiado por la iglesia y sagrado). Y cuando digo que los detalla quiero decir que los detalla muy fuerte: nos informa del recuento de orgasmos cada vez que se acuesta con una señora, de qué partes del cuerpo se usaron en la reyerta y de cómo de contenta se quedó cada una.

Los diarios de Anne están blindados a prueba de académicos intentando placarte con la excusa de la amistad romántica, y su mera existencia evidencia lo poco que sabemos sobre las relaciones entre mujeres de la época. Anne no tenía dificultades para encontrar señoras que llevarse al catre (si os digo que se acostó con cuatro hermanas de la misma familia, os podéis imaginar el porcentaje de éxito que tenía al tirar la caña), muchas de ellas casadas y sin ningún interés en buscar pareja femenina, lo que me provoca muchísimas preguntas sobre lo normalizado que estaba para estas mujeres acostarse con otra sin esperar ni percibir consecuencias. Lo hacían discretamente, por supuesto, pero la ingente cantidad de mujeres que pasaron por la cama de Anne Lister hace pensar que era algo más común de lo que nos imaginamos.

Anne, sin embargo, era diferente: no estaba dispuesta a casarse con un hombre, ni podía concebir sus relaciones con mujeres como algo ocasional; se negaba a ceñirse a la moda femenina de la época y expresaba su masculinidad con tanta libertad como le permitía el decoro decimonónico; y, sobre todo, Anne se hacía preguntas sobre su atracción hacia otras mujeres.

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