Diseño de coleccion: Editorial Planeta Colombiana S.A.
Diseño y diagramación: ©Juan Galvis
©2018, Marco T. Robayo
©2018, Editorial Planeta Colombiana S.A
Calle 73 N° 7-60, Bogotá Primera edicion: octubre 2018
ISBN-13: 978-958-42-7375-8
ISBN-10: 958-42-7374-4
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El día que hayas
envenenado el ultimo río,
abatido el último árbol,
y asesinado el último animal,
Te darás cuenta
de que el dinero no se puede comer.
Proverbio indígena
Los cristianos con sus caballos y espadas y lanzas comienzan a hacer matanzas y crueldades extrañas en ellos. Entraban en los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban y hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos.
Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas.
Otros, daban con ellas en ríos por las espaldas, riendo y burlando, y cayendo en el agua decían: bullís, cuerpo de tal; otras criaturas metían a espada con las madres juntamente, y todos cuantos delante de sí hallaban.
Hacían unas horcas largas, que juntasen casi los pies a la tierra, y de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro Redentor y de los doce apóstoles, poniéndoles leña y fuego, los quemaban vivos […].
Brevísima relación de la destrucción de las Indias.
Fray Bartolomé de las Casas, año de MDLII
A mis queridos nietos:
Estefanía, Charlie,
Carlos Ferney, Angie Lizeth,
Isabella Marie y John Ryan.
En memoria de los más de setenta millones de
indígenas muertos a causa de la conquista española.
PRÓLOGO
La conmemoración de los quinientos años de la llegada de los primeros españoles a América generó animadversión y resentimiento hacia España en un gran sector de la población de los países latinoamericanos.
El ánimo se tensó aún más a raíz de las celebraciones que, por el bicentenario de la independencia, se presentaron en las últimas décadas en todas estas naciones. El resquemor no provenía solamente de las comunidades indígenas ubicadas a lo largo y ancho de los países de habla hispana de América, sino de la población en general.
El hallazgo del galeón San José en aguas territoriales colombianas en diciembre de 2015 suscitó una controversia en varios países, entre ellos España, que reclamaban como propio el tesoro avaluado en diez mil millones de dólares.
El pronunciamiento de España sobre el barco y la carga, a los que siempre ha considerado su propiedad, causó malestar en varios países de América, donde encontraron que la codicia del gobierno español parecía no tener límites, como si no fuera suficiente el daño que causó en esas tierras siglos atrás.
Para millones de habitantes de los pueblos latinoamericanos ahora todo es diferente: están dispuestos a dar batalla para recuperar y conservar hasta el último gramo de oro arrancado de las entrañas de su territorio. Por su parte, los defensores de la gestión española en América coinciden en el aporte significativo que hicieron sus conquistadores, que se vio reflejado años más tarde con la civilización y el adoctrinamiento de pueblos enteros. Rechazan enfáticamente cualquier calificativo de genocidio o saqueo por parte de sus emisarios y fustigan la indiferencia del pueblo hispano en América al no mostrar su agradecimiento y lealtad con quienes los sacaron de la oscuridad y les proveyeron una identidad. El urbanismo, la escritura, la civilización, el lenguaje, la religión y la cultura son, según ellos, solo algunas de las grandes contribuciones de España al ingrato pueblo americano.
Los más radicales defensores del pueblo español alegan que sí es cierto que tomaron el oro de los indígenas, pero que eso obedeció a un intercambio netamente comercial. No entienden el porqué de tantas protestas y lamentos si, en realidad, el oro para los indios no era otra cosa que una piedra sin valor. A su juicio, los pueblos nativos de América debían entender que a la llegada de Colón, tal y como él lo mencionara, lo único que había eran indígenas desnudos, carentes de dios, de ley y de rey.
Acusados y acusadores culpan a su contraparte de un falso y marcado sentido de patriotismo, y de acomodar las versiones de la historia a su conveniencia. Dos puntos completamente opuestos, expresados de manera enfática, reflejan una posición vertical, permanente e innegociable.
Los pueblos amerindios, quienes se consideran etnias damnificadas por la llegada del invasor, señalan a los españoles como hombres sin conciencia, que emprendieron una cruzada sin precedentes que culminó con la decadencia, masacre y extinción de muchas culturas. Su alcance fue tal que hoy, cinco siglos después, no han podido aún recuperarse. Muchas comunidades indígenas viven en pleno siglo XXI en medio de la más absoluta pobreza, plagadas de necesidades, sin programas de salud y acosadas por el hambre.
La tortura, el sacrificio, las violaciones, el saqueo, la esclavitud y la muerte fueron algunas de las acciones desarrolladas por los invasores luego de llegar a un territorio al que nunca fueron invitados. Según las estadísticas aportadas por diversos investigadores, se calcula que había cien millones de almas habitando el nuevo continente a la llegada de Colón. Los números cayeron tan dramáticamente que, con el paso de los años, algunas tribus se extinguieron de la faz de la Tierra, mientras otras aún luchan por sobrevivir. Se calcula que la población indígena se redujo en un 95 %, y hoy quedan solo cinco millones de nativos americanos en el continente.
Así como el número de muertes se incrementaba con los días, también un pujante negocio iba en franco crecimiento: el de la esclavitud. Cientos de barcos zarpaban de los puertos de Inglaterra, Portugal y España con destino a África, donde miles de esclavos negros eran recogidos y llevados a América. Allí, finalmente, eran canjeados por oro después de haber sido arrancados de su tierra y separados de sus hogares.
No se tiene una estadística clara de la cantidad de hombres y mujeres que le fueron arrebatados al continente negro, pero es de suponer que su número rebasa en decenas de miles la cifra más exagerada. Un crimen de lesa humanidad por el que ninguna de las naciones europeas se preocupó en pronunciarse alguna vez, quizá porque jamás tuvieron a bien arrepentirse.
Para algunos entendidos, la llegada de los españoles al Nuevo Mundo significó una recuperación financiera sin antecedentes, ya que las arcas del imperio estaban en su punto más crítico y, sin el oro proveniente de América, hubiera sido imposible el sostenimiento de los ejércitos en su afán expansionista en Europa. Otros apuntan, además, que el Siglo de Oro español jamás se habría presentado de no ser por el soporte que le dieron las riquezas llevadas desde el continente americano.
Siempre existirá la controversia, y acaso un ente independiente, libre de intereses particulares, podrá algún día dirimir el polémico asunto.
Lo que sí está claro, y quedó evidenciado por la Historia, es que, para infortunio de esas desgraciadas almas de nativos americanos y esclavos africanos, el único estamento que pudo ayudarlos a resarcirse del inclemente yugo de su enemigo, la Iglesia católica, se convirtió de pronto en su otro ensañado verdugo, quien procuró evangelizar mosquete en mano, apoyado en las premisas de la perversa institución conocida como “La Santa Inquisición”.