Venezuela: 1498-1728
Conquista y urbanización
RAFAEL ARRÁIZ LUCCA
@rafaelarraiz
Agradecimientos
Con este tomo colocamos el punto final a una navegación que iniciamos en la Universidad Metropolitana, en Caracas, en 2006 y que, dadas las circunstancias, se abordó en el sentido contrario de la cronología histórica.
Al igual que el segundo tomo de esta trilogía, este primero (1498-1728) pude escribirlo gracias al auspicio de la Universidad del Rosario, en Bogotá, donde he podido concluir la Historia Política de Venezuela (1498 a nuestros días), integrada por los tres tomos publicados por mis queridos amigos de la editorial Alfa, en Venezuela, en esta biblioteca de autor que generosamente lleva mi nombre.
Quedo muy agradecido de mi asistente de investigación, Diana Plata Alarcón, quien fue tan diligente en sus tareas que sin ella no habría podido terminar este trabajo en el tiempo previsto. Desde el punto de vista de la investigación, el período estudiado ha sido el más arduo, dada la menor cantidad de documentos a mano y de bibliohemerografía disponible. No obstante, gracias a la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República de Colombia, tuvimos acceso a todo el material existente. Sin este acervo no habría sido posible adelantar el trabajo.
RAL
Introducción
El período que historiamos en las páginas que siguen suma 230 años. Se inicia con la llegada del almirante Cristóbal Colón a las costas del golfo de Paria, en su tercer viaje a las Indias, en agosto de 1498, y concluye con la Real Cédula de creación de la Compañía Guipuzcoana, en 1728.
Hemos dividido el período en cinco capítulos. Uno primero que incluye los viajes iniciales, el sistema contractual de las capitulaciones y los primeros intentos fundacionales, tanto de civiles como de clérigos, así como la primera explotación perlífera de Cubagua y el avenimiento pacífico de Juan de Ampíes con los indígenas de Coro. Nos detenemos, también, en la figura histórica de Bartolomé de las Casas y su fugaz estadía cumanesa.
El segundo se concentra en los 17 años de los Welser y su fascinación por El Dorado. En él se intentan aclarar las condiciones en que se radicaron y a lo que se dedicó en esta tierra la casa prestamista alemana, así como la organización de las huestes que fueron la fórmula hispana de penetración en el territorio, no respetada por los teutones en su naturaleza asociativa y, en tal sentido, fuente explicativa de las desavenencias entre los alemanes y los españoles que les acompañaban en la aventura de penetración en el territorio ignoto.
El tercero, más dilatado, comprende la fundación de las ciudades, el régimen de las encomiendas, la resistencia indígena y la trabajosa conquista del territorio, así como también estudia el desafío externo de los piratas y corsarios que, recordemos, no fue un reto menor el que representaban. También, se revisan dos extrañas rebeliones de distinto signo y origen; una de negros cimarrones: la de Miguel de Buría (1553) y la otra de peninsulares en trance de desconocimiento de la autoridad imperial: la de Lope de Aguirre (1561).
El cuarto capítulo también trabaja las persistentes incursiones extranjeras, la vocación agrícola-ganadera incipiente y la decepción minera, así como otros aspectos reveladores de la trama de las provincias de la futura Venezuela. Entre ellos, la asombrosa cantidad de «pueblos de indios» fundados, tarea que llevó a tejer una trama urbana completa entre las ciudades y los pueblos.
El último se concentra en el cambio de la dinastía de los Austrias a los Borbones y los primeros 28 años del siglo XVIII, cuando se funda el Virreinato de Nueva Granada y se crea la Universidad de Caracas. Finalmente, arriesgamos unas conclusiones.
No trabajamos el período prehispánico porque se escapa a los linderos temporales que nos hemos fijado, además de que es materia de tal especialización que va más allá de nuestras posibilidades y empeño. Merece un estudio para el que no estamos preparados. El epicentro de este trabajo es la historia política y no la antropología, la etnohistoria o la arqueología. No obstante, advertidas las cinco teorías conocidas sobre el origen del poblamiento de América (la autóctona, la africana, la asiática, la oceánica y la del origen múltiple), optamos con el profesor Rafael Strauss por la asiática y suscribimos sus palabras:
«Sin embargo, y a pesar de que el cuerpo de consideraciones acerca del poblamiento de América sigue teniendo carácter provisional, parece evidente que los pobladores del continente americano son de origen asiático y es posible asegurar, por ejemplo, que los elementos predominantes proceden de la Siberia oriental y que el poblamiento de América se produjo de pequeñas oleadas que cruzando por el estrecho de Bering llegaron hasta Alaska, siguieron hacia las llanuras centrales norteamericanas, continuando luego hacia los actuales territorios de México, Centroamérica y Suramérica (Strauss, 1992: 15).»
Damos por sentado que los habitantes que hacen contacto con los europeos a partir de 1498 eran en su mayoría caribes y arawak, ubicados los primeros entre el lago de Maracaibo, la península de Paria y las riberas del Orinoco; mientras los segundos poblaban desde el golfo de Paria hasta la desembocadura del Amazonas. Esta simplificación no olvida que otras etnias también poblaban parte del ámbito espacial para el momento del encuentro entre europeos y aborígenes. Ofrezcamos un mínimo mapa, que no agota el tema y es más ejemplar que exhaustivo.
Oriente: sálivas. Guárico: guamos, maipures, otomacos. Río Meta: guahibos, yaruros. Delta del Orinoco: guaraúnos. La península de la Guajira y el lago de Maracaibo: motilones, guajiros, onotos, bobures, zaparas, aliles, ambaes, toas, kirikires, buredes. En la Gran Sabana: pemones. Paraguaná: caquetíos. Los Andes: chamas, giros, timotes, cuicas. En Lara, Yaracuy y Falcón: jirajaras, ayamanes, achaguas, betoyes, gayones.
Reiteramos que más allá de la mención de estos pobladores originarios, no será materia de nuestro trabajo su dilatado período de formación, ni sus etapas de desarrollo. Los restos más antiguos de presencia humana en Venezuela, hasta ahora, datan de cerca de 15.000 años, y los antropólogos han establecido cuatro períodos: el Paleoindio (20.000 a.C.-5.000 a.C.); Mesoindio (5.000 a.C.-1.000 a.C.); Neoindio (1.000 a.C.-1.500 d.C.) e Indohispano (1.500 d.C. a nuestros días).
Es evidente que la etapa en la que los indígenas resistieron la invasión europea será la última, y de ella recordaremos las figuras de sus caciques principales: Manaure, Guaicaipuro, Baruta, Naiguatá, Cayaurima, Huyaparí, Caricuao, Maturín, Sorocaima, Tiuna, Tamanaco, Terepaima, entre otros. Como vemos, la mayoría forma parte de la toponimia nacional, bien sea porque designan ciudades, municipios, urbanizaciones, mercados o centros cívicos. Con algunos de estos recios defensores de sus propiedades y culturas iremos topándonos en esta breve historia política. Echamos de menos que no contemos con un estudio pormenorizado del estado en que se encontraba la población indígena para el momento en que los españoles comenzaron a tomar posesión del territorio.
Acudiremos a fuentes documentales en la medida de nuestras posibilidades, así como a las primeras historias que sobre este período se escribieron y a las monografías posteriores que han ido esclareciendo aspectos brumosos o poco estudiados. Como siempre, intentaremos atender a los fenómenos sociales en la misma medida en que advertiremos el peso de las aventuras individuales. En tal sentido, la historia política española será marco ineludible para la comprensión de estos hechos americanos, así como la singularidad de lo específico será foco de atención de las relaciones que precisemos. Todo el período de la casa de los Austrias (1506-1700), así como el comienzo de los Borbones, serán los tiempos monárquicos que auscultaremos en el período.