Mi
Mayor
Legado
Un telegrama a la conciencia de los padres.
Una urgente misiva al corazón de los pastores.
JOSÉ LUIS NAVAJO
Mi mayor legado
© 2011 José Luis Navajo
2ª Edición 2011
3ª Edición 2011
Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América.
Grupo Nelson, Inc. es una subsidiaria que pertenece completamente a Thomas Nelson, Inc.
Grupo Nelson es una marca registrada de Thomas Nelson, Inc. www.gruponelson.com
Ediciones Noufront
Ctra. del Pla de Sta. María, 285 nave 9 (polígono industrial de Valls)
43800 VALLS - Tarragona (España)
Tel. 977 606 584
info@edicionesnoufront.com / www.edicionesnoufront.com
Diseño de cubierta e interior: produccioneditorial.com
Fotos de cubierta: Istockphoto / dreamstime
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Depósito Legal:
ISBN: 978-84-92726-78-3
Impreso en Estados Unidos de América
DEDICADO:
A ti, Gene.
Pusiste en evidencia lo imperfecto de la máxima popular:
Detrás de un gran hombre hay una gran mujer
al demostrar que junto a un pequeño hombre también puede
haber una gran mujer.
RECONOCIMIENTOS
Mi más sincero agradecimiento a:
Mis hijas: Querit y Miriam. Porque habéis inspirado, sin saberlo, cada pensamiento de este libro.
Gene. Tu fe en mí tan sólo es comparable a tu amor por mí. No tienes que persuadirme para que te ame, pero, ¡cuán a menudo me persuades a creer!
Marcos y Conchi. Vuestra amistad es una ayuda en los malos momentos. Vuestra ayuda ha evidenciado la amistad en todo momento.
A cuantos rodeándome con su amor me recuerdan lo mucho que Dios me quiere al situarme en un paraíso de amistad. No enumeraré vuestros nombres, pero llevo la relación impresa en el corazón.
A mi editor, Juan Triviño y al increíble equipo de Ediciones Noufront. Con vuestra profesionalidad y esfuerzo convertís cada libro en una grata sorpresa.
Y a ti, querido lector. Estás dedicándome una parte de lo más valioso que posees: tu tiempo. Confío en que la inversión te resulte rentable y que las sencillas palabras que brotaron de mi corazón encuentren cabida en el tuyo.
Índice
Me emociona presentar esta nueva edición de Mi mayorlegado.
Fue el primer libro que escribí.
Doce años han quedado atrás… once libros quedaron en el camino… Pero este humilde trabajo tiene la peculiaridad de haber nacido sin la pretensión de ser publicado.
Como miembro del cuerpo pastoral de la iglesia Salem, en la ciudad de Madrid, una de mis funciones consistía en escribir unas líneas para el boletín de la iglesia.
No sé cómo ni de dónde surgió la idea de ir hilando retazos de la vida de un padre-pastor empeñado en transmitir a su hijo el mayor legado que tenía: su salvación, su visión y su pasión.
Boletín a boletín surgieron breves historias, muchas veces inconexas, pero todas con idéntico hilo conductor: la transferencia de valores… un trasvase de tesoros… de corazón a corazón… de padre a hijo… de pastor a discípulo.
Muchos me han preguntado: ¿en qué te inspiraste para escribir las historias y cómo llegaron a convertirse en una novela?
La respuesta no es fácil, ni breve tampoco. Por esa razón, rara vez la he compartido. Sin embargo es importante, y hoy, si estás dispuesto a sentarte un momento y permitirme abrir el corazón, intentaré dar respuesta a esas dos interrogantes: ¿cómo y por qué nació Mi mayor legado?
Déjame que te cuente:
Hoy soy esposo, padre y pastor, pero no siempre lo fui…
Lógico, ¿verdad?
No tanto.
Lo que intento decirte es que no siempre fui esposo, padre y pastor, porque hubo un tiempo en que era pastor, esposo y padre.
Captas la diferencia, ¿verdad?
Porque en este asunto el orden de los factores altera el resultado… lo altera muchísimo.
Afortunadamente, Dios decidió intervenir para sanar la extrema miopía con la que venía observando mi escala de valores.
La cirugía fue radical y produjo dolor, pero trajo sanidad.
Quitada la venda de mis ojos pude corregir el nefasto orden de prioridades que mantenía hasta ese momento. Comencé a calibrar las cosas en su justo valor, y aprecié, por fin, las joyas que tenía a mi lado, y cuyo resplandor no me había deslumbrado con frecuencia, simplemente porque mis ojos estaban orientados a tesoros de menor precio.
Todo ocurrió más o menos así:
Mi esposa Gene, mis hijas —Querit y Miriam— y yo, acudimos a un congreso donde debía impartir unas conferencias.
Al comienzo del evento los organizadores nos trasladaron una inquietud: entre los asistentes había matrimonios con hijos pequeños y no habían previsto servicio de guardería. Eso impediría que los padres disfrutaran con calma de las reuniones y conferencias.
Mi agilísima mente de pastor-padre se activó de inmediato y funcionó… tan mal como acostumbraba en casos como éste.
—Tranquilos —dije rápidamente—. Mi hija, Querit, cuidará de esos niños durante las reuniones.
Por aquel entonces yo ya era despistado —siempre lo he sido—, pero no tanto como para olvidar que Querit acababa de cumplir diez años de edad.
Me acerqué a ella y no me resultó nada difícil hacerla ver en aquel grupo de niños hiperactivos «una inmejorable oportunidad de servir a Dios».
Incluso al fondo de su mirada vi arder la llama de la ilusión.
—Así os ayudaré, ¿verdad? —dijo la pobre sin saber lo que le venía encima. (No ceso de dar gracias a Dios por no permitirme añadir a esta descabellada idea la de incorporar también a Miriam, con sus tres años de edad, como monitora adjunta).
Dios fue muy bueno —siempre lo es— derramando Su gracia en las reuniones. Vimos a jóvenes quebrantados rindiendo sus vidas a Dios. Matrimonios reconciliándose…
Las escenas eran realmente emocionantes.
Lágrimas de confesión, de consagración, de arrepentimiento, de puro gozo…
Había tanto para ver, y todo tan bueno, que me olvidé de un detalle: ver el reloj. Cuando por fin lo hice habían pasado cerca de tres horas de reunión.
Quien sirve a Dios sabe bien que cultos intensos provocan post-cultos intensísimos.
No fue diferente en este caso.
Todos querían hacernos partícipes de sus hermosas experiencias e inquietantes dudas.
En especial un joven captó mi atención acercándose con un enorme sentimiento de frustración:
—¿Por qué Dios bendijo hoy a todos menos a mí? —disparó a bocajarro.
La respuesta no era sencilla, así que salí a caminar con él; mi mano sobre su hombro y mi oído atento a su queja.
Estaba sentada en una piedra, con su cabeza inclinada y su mirada fija en el suelo… supe… —¡es cierto!, ¡lo supe de inmediato!—, que algo le ocurría, pero su pastor-padre estaba ocupado.
Media hora me llevó lograr que aquel muchacho se quedara más tranquilo, y entonces me acerqué a mi pequeña Querit.
Seguía en la misma piedra, con su cabecita todavía inclinada… mirando al suelo todavía…
—¿Qué te ocurre, cariño? —le pregunté.
Jamás podré olvidar esos ojos que me enfocaron.
Seguían brillando, sí, pero no ahora por la llama de la ilusión.
Un río de lágrimas anegó sus ojitos desbordándose sobre sus mejillas y logrando, casi, ahogarme a mí también.
Página siguiente