Esta Biblia no solo le cuenta a los niños la historia de la salvación de manera rigurosa, sino que lo hace teniendo en cuenta el contexto histórico, y la ilustra con magníficas imágenes que le hacen cobrar actualidad y le dan más fuerza al relato.
Los personajes bíblicos, santos y héroes emergen de manera simpática, amena y convincente para atraer a los pequeños lectores y ayudarlos a descubrir, comprender y admirar las Sagradas Escrituras y la vida de Jesús.
El libro más exitoso de todos los tiempos, que no debe faltar en ninguna biblioteca, llega así de un modo clásico y moderno a la vez, con un mensaje necesario y esperanzador, hoy más vigente que nunca, al alcance de todos los que quieran acercarse a escucharlo y leerlo.
Esta versión cuenta con su correspondiente Imprimatur (Padua, 5 de julio de 2010, Onello Paolo Doni, Vic. Gen.), indispensable para corroborar que todos los hechos narrados están aprobados y son oficiales.
Dios, con el arco iris, nos dice su voluntad de recuperar la Creación, ensuciada y violentada por la maldad humana.
Del diluvio se salvan Noé, su mujer y sus tres hijos con sus respectivas mujeres. Los tres hijos de Noé se llaman Sem, Cam y Jafet. El arco iris es bello, pero frágil. Como el bien. Por cierto, este arco de amor es manchado casi inmediatamente por la actitud de uno de los hijos de Noé. El arco iris del Señor aún no se ha apagado en el cielo, cuando un hijo de Noé, Cam, comete una fea acción. Noé se ha quedado dormido de un modo un tanto descompuesto. Ha bebido vino más de la cuenta, sin tener experiencia en los efectos de la bebida. Cam lo observa, burlándose de él. Sus hermanos le reprochan su actitud. Ni siquiera el diluvio universal ha servido para cambiar el ánimo de ciertos hombres vulgares. De Sem, Cam y Jafet, derivan los principales pueblos que desde entonces habitan en la zona del Medio Oriente.
La torre de Babel
La humanidad, después de que en el cielo apareció el arco iris, signo de la presencia y del amor del Creador, camina nuevamente por senderos de maldad. Recorre el valle oscuro. Otra vez quiere ponerse en el lugar de Dios y hacerse juez del bien y del mal.
Dios en el cielo parece molesto. El hombre se siente dueño de la Tierra, quiere invadir el lugar de Dios. Piensa que Dios goza en el cielo de especiales privilegios. Dios está cómodo en su trono. Servido por ángeles. Con una corte celestial. Esto es lo que piensa la ignorancia de los hombres.
En otros pueblos y otras civilizaciones, los dioses en el cielo no están tan de acuerdo entre sí. Hay divinidades masculinas y divinidades femeninas. Cada dios o diosa tiene sus propios gustos y sus propios devotos. Cada divinidad protege a quien la venera, a quien le reza. En el cielo se componen las partidas. Unos son devotos de Venus, otros de Júpiter, unos de Neptuno y otros de Juno.
En una palabra, los hombres no se conforman con la Tierra. Quieren dar un vistazo entre las nubes. Quieren ocupar un lugarcito también en el cielo. Quieren hacerse un nombre. Quieren volverse importantes como los dioses.
En Babel, en la Mesopotamia, se construyen altas torres para conservar las cosechas: los zigurats. Son depósitos o silos de trigo y cebada. Los habitantes de Babilonia dicen:
–¡Vamos, construyámonos una ciudad y un zigurat, cuya cima toque el cielo, y hagámonos un nombre!
Durante años y años, los habitantes de Babel ponen un ladrillo tras otro. La torre nunca les parece suficientemente alta. Por fin, cuando ya piensan haber llegado a las moradas de los dioses, la torre se derrumba como una choza. ¡Qué polvareda! Ya no se reconocen las caras unos a otros. Una capa de polvo y lodo cubre los rostros.
El orgullo, sin el amor, sin la protección del Creador del mundo, sin leyes que respetar, sin la guía del corazón, no puede subir a lo alto, ni ir lejos.
Los pueblos de la Tierra se dispersan. Ya nadie se entiende. Cada uno habla una lengua distinta. Incluso los gestos se vuelven ambiguos, incomprensibles. Uno alza su mano como gesto de saludo y el otro lo interpreta como una amenaza.
No se saludan ni siquiera cuando se encuentran casualmente a lo largo de los caminos del mundo. Cada hombre se ha transformado en una isla. O peor, en una amenaza. Hay tantos pueblos como individuos. Sobre la Tierra reina el caos más absoluto. El polvo del derrumbe de la torre ha oscurecido el azul del cielo. ¡Nada de arco iris! La oscuridad está sobre el mundo.
Pero Dios no abandona a la humanidad. Con el arco iris ha prometido estar junto al hombre. Esta vez Dios no utiliza un arco iris para demostrar su ternura, su abrazo. Elige a una persona: un hombre, el único hombre de corazón puro.
Dios elige a un hombre simple, manso, pacífico. Un hombre sin futuro, porque es viejísimo. Tiene una mujer viejísima y no tiene hijos. Este hombre se llama Abram. Y con Abram, Dios interviene directamente en la historia de la humanidad.
Desde ese momento la historia del mundo se vuelve historia sagrada.
Con Abram comienza la historia de la Salvación.
La historia de los patriarcas
(Génesis 12–50)
La vocación de Abram
Abram es un descendiente del hijo de Noé, Sem. Pertenece al grupo de los semitas. Los semitas habitan en las bocas del Éufrates. Están divididos en clanes. Un clan es un conjunto de familias, guiadas por el varón más anciano del grupo. El jefe del clan dura en su cargo hasta su muerte. Antes de morir, con una bendición que es como una investidura, transmite su autoridad y todos sus bienes al hijo varón primogénito.
El clan del semita Teraj es uno de los más numerosos y ricos. Posee rebaños de ovejas y de cabras. Teraj tiene tres hijos: Abram, el más anciano, y luego Arán y Nacor. Arán y Nacor tienen esposas e hijos. Abram está casado con Sara. Sara significa Reina. Pero es una reina triste: no puede tener hijos. Es vieja y estéril. Abram tiene casi cien años.
Desde la ciudad de Ur, al sur de la Mesopotamia, el clan de Teraj se desplaza hacia el norte, a las fuentes del Éufrates, cerca de la ciudad de Carrán. Siguen una franja de tierra verdeante que desde las bocas del Éufrates llega hasta las bocas del Nilo. Esta franja de tierra, por su conformación, recibe el nombre de media luna de las tierras fértiles. En la ciudad de Carrán muere el jefe del clan, el viejo Teraj. El mando debería recaer ahora sobre Abram, que es el primogénito de sus hermanos, Nacor y Arán.
Pero Abram, por no tener hijos, no puede llegar a ser jefe del clan. Abram, desconsolado, se dirige al sur con su mujer, algunas cabezas de ganado, algunos sirvientes y esclavos fieles, y con su sobrino Lot.
Abram se separa luego del sobrino y se detiene en Palestina, junto al oasis de Siquén. Allí, con su mujer Sara y algunos siervos y esclavos, se establece con sus tiendas y sus rebaños. Abram no tiene futuro. Su mujer Sara está deprimida. Al borde de la crisis. Entre dientes, Sara le dice a Abram:
–¡Querido, puedes tener un hijo de una esclava! ¡Al menos tendrás una descendencia! ¡Mira, seré sincera! No importa que no sea mi hijo. Basta que sea el tuyo. Total, soy siempre tu mujer, ¿no? ¡Al hijo de la esclava, te lo prometo, lo consideraré mi hijo!
Siguiendo el consejo de Sara, Abram se une con una esclava egipcia de nombre Agar. Nace un hijo, un hermoso morenito de nombre Ismael.
Abram sigue sin estar contento. Ismael, por ser hijo de una esclava, no puede heredar el mando. ¡Los bienes del clan, rebaños, tiendas, terminarán en las manos de un siervo!
Página siguiente