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LA PROMESA DE DIOS PARA TI
Y [Dios] dijo: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza».
—GÉNESIS 1.26
¿A lguna vez te han dicho que te «pareces» a tu mamá o a tu papá? Esto significa que tienes las características de esa persona. Por ejemplo, podrías tener los ojos de tu mamá, las orejas de tu papá o ¡la nariz pecosa y el pelo rojo fuego de tu tío abuelo Alfredo!
También te «pareces» a Alguien más. A Dios. Es así porque fuiste creado a su imagen. Te creó para parecerte a Él. No para ser un dios, sino para ser un hijo o una hija de Dios que ama, da y ayuda como Él. Y hasta envió a su Hijo, Jesús, para enseñarte cómo hacerlo. Y cada día Dios trabaja para que te parezcas un poquito más a su perfecto Hijo.
De todas las cosas asombrosas que Dios creó, solo el ser humano fue creado a su imagen. No los océanos, ni las aves, ni los chimpancés. Solo los seres humanos fueron creados a imagen de Dios.
Si alguna vez te has preguntado quién eres realmente, recuerda esta promesa maravillosa: fuiste creado a imagen Dios. Eres su idea. Su hijo. Te «pareces» a Él. Y si aprendes a amarlo, Él hará que te parezcas más y más a su Hijo.
De Génesis 1–2
Dios había tenido una semana muy ocupada.
Había tomado un montón de nada y... entonces... creó un montón de todo. ¡Y solo con unas pocas palabras! Él habló y la luz atravesó los cielos. Los océanos y las montañas, los ríos y los mares, las plantas y los árboles... todo fue creado cuando Él habló. Por orden de Dios, las águilas volaron, las ballenas cantaron y los leones rugieron.
Sí, Dios había estado muy atareado. ¡Y todavía no había terminado!
Dios se agachó y tomó un puñado de tierra. Como un alfarero que da forma a su barro, Él comenzó a trabajar. Hizo unos ojos para ver, unos oídos para escuchar y una boca para sonreír. Añadió unas manos para ayudar, una mente para pensar y un corazón para amar. Y cuando todo quedó tal como Él quería, Dios se agachó un poquito más y sopló aliento de vida en su creación. Este fue el primer hombre y se llamó Adán.
La primera tarea de Adán fue ponerles nombre a todos los animales. ¡Imagínate eso! ¿Esperaron todos en fila y en silencio? ¿O Adán tuvo que perseguirlos por todos lados, treparse a los árboles y asomarse debajo de los arbustos?
¡Y los nombres! ¿Cómo pensó Adán en todos ellos?
¿Comenzó con la A hasta llegar a la Z? «Hum... a ese con la nariz rara lo llamaré armadillo». Después vino el burro y el camello, seguidos por el delfín, el elefante y la foca. «¿Y tú, la que tiene las patas bien largas? Te llamarás garza».
Pero entre todos los animales —desde el armadillo hasta el zorro— Adán no encontró ningún ayudante que fuera adecuado para él.
Así que Dios hizo que Adán cayera en un sueño muy, muy profundo. Tomó una de las costillas de Adán y la usó para una última creación: la mujer. Dios se la presentó a Adán y ella se llamó Eva.
Adán y Eva no se parecían a nada que Dios hubiera creado. Fueron creados a su imagen, para parecerse a Él. Para dar, ayudar y amar como Él.
¿A lguna vez te sientes insignificante? ¿O que no eres importante? A veces pasa... cuando otros niños se burlan de ti, cuando eres diferente, o cuando metes la pata o cometes un error. Si alguna vez te preguntas quién eres realmente, o si de verdad eres importante, recuerda esta hermosa promesa de Dios: tú eres su hijo, creado a su imagen y vales todo para Él.
Y claro, ¡no eres perfecto! Pero Dios promete seguir trabajando en ti para que cada día te parezcas un poquito más a su perfecto Hijo, Jesús. Un poquito más amoroso, un poquito más bondadoso y también un poquito más amable.
Y esa promesa no es solo para ti. Cada persona es una creación amada de Dios, no importa quiénes sean, dónde vivan ni lo que tengan o hagan. Entonces si en algún momento te enojas o te molestas con alguien, recuerda que Dios también está trabajando en esa persona.
Dondequiera que vayas y en todo lo que hagas, recuerda la promesa de Dios para ti. Eres su hijo. Su idea. Fuiste creado a su imagen. Y...
Él hará que te parezcas más a Jesús.
MI PROMESA A DIOS
Confiaré en que Dios me enseñará a ser más como Jesús.
Querido Dios, cuando este mundo me diga que no soy importante, recuérdame que soy tu hijo... ¡que soy muy amado e importante para ti! Amén.
SEÑOR, tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y tú el alfarero. Todos somos obra de tu mano.
—ISAÍAS 64.8
Se han revestido de la nueva naturaleza: la del nuevo hombre, que se va renovando a imagen de Dios, su Creador, para llegar a conocerlo plenamente.
—COLOSENSES 3.10 DHH
Con tus manos me creaste, me diste forma. Dame entendimiento para aprender tus mandamientos.
—SALMOS 119.73
Tú fuiste quien formó todo mi cuerpo; tú me formaste en el vientre de mi madre. Te alabo porque estoy maravillado, porque es maravilloso lo que has hecho. ¡De ello estoy bien convencido!
—SALMOS 139.13–14
LA PROMESA DE DIOS PARA TI
La batalla es del SEÑOR.
—1 SAMUEL 17.47
A lgunas personas dicen que los gigantes no existen. Esa gente está equivocada. Nadie tiene que decírtelo, hay gigantes que todavía merodean en este mundo. Y son muy reales y muy aterradores. Los verdaderos gigantes no son hombres altísimos que van pisando fuerte y diciendo: «¡Fi, fai, fo, fum!».
Los gigantes a veces lucen como el bravucón del quinto grado que no te deja tranquilo. En otras ocasiones, luce como un comedor lleno de niños pero sin nadie con quien sentarse. Y todavía hay otros momentos en los que lucen como una enfermedad, o tristeza. Los gigantes son problemas que simplemente no sabes cómo resolver. Los gigantes vienen en todos los tamaños y todas las formas. Pero todos tienen algo en común: tienes que pelear contra todos ellos.
La pregunta que tienes que responder es quién peleará. ¿Tú o Dios? David era solo un joven pastor cuando enfrentó esa misma decisión. ¿Pelearía contra el gigante Goliat por sí mismo? ¿O le permitiría a Dios pelear por él? Su respuesta a esa pregunta marcó toda la diferencia.
De 1 Samuel 16–17
Todos los hermanos de David estaban peleando batallas y defendiendo a Israel. ¿Y qué estaba haciendo David? Estaba en el campo, cuidando de las ovejas, tal como su padre le había pedido que hiciera.
Pero David también estaba aprendiendo. Estaba aprendiendo cómo pelear contra osos y leones. Estaba aprendiendo a proteger a sus ovejas con una honda y una piedra. Y estaba aprendiendo a confiar en la protección de Dios.
Y entonces Israel entró en guerra contra los filisteos. Los filisteos eran guerreros muy fuertes, y el más fuerte de todos se llamaba Goliat. Con una estatura de nueve pies y nueve pulgadas, era más alto que todos los israelitas. Su armadura pesaba 160 libras y su escudo era tan grande que otro hombre había recibido órdenes de cargarlo. Dos veces al día caminaba delante del campamento israelita y los retaba a que se atrevieran a pelear con él.
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