Introducción
Los extranjeros han escrito sobre Estados Unidos desde su fundación. Ahora me toca a mí. Los norteamericanos no deben tomármelo a mal: ellos mismos tienen la culpa. Al igual que muchas personas en este planeta, llevo mucho tiempo fascinado por el extraordinario fenómeno que se hace llamar “America”. Mi destino —o tal vez mi buena fortuna— ha sido el de un forastero que lleva medio siglo viviendo la experiencia estadounidense: como niño, como estudiante, como autor, como viajero recurrente y como profesor universitario. Ser mexicano me pone en una categoría especial: como Estados Unidos le quitó la mitad de su territorio en el siglo XIX y ahora está envuelto en la vorágine de la crisis identitaria norteamericana, México nunca puede ignorar lo que sucede al norte de su frontera. Además, al ser secretario de Relaciones Exteriores de México entre 2000 y 2003, tuve el privilegio de asomarme al interior de la maquinaria de poder que mantiene andando a nuestro vecino.
Sin embargo, este libro no está escrito desde una perspectiva mexicana, sino desde la de un extranjero crítico y solidario que conoce a Estados Unidos en la intimidad y a la distancia. Mi esperanza es contribuir en algo a cómo se ven a sí mismos los norteamericanos, y a cómo los ve el mundo.
Naturalmente, antes de embarcarme en esta travesía, acudí a algunos de mis antecesores, a otros extranjeros que visitaron Estados Unidos o vivieron ahí y que luego ofrecieron su versión de ese país a sus compatriotas. Algunos, como el visitante francés Alexis de Tocqueville, autor del clásico decimonónico La democracia en América, sentían que los países europeos tenían mucho que aprender del experimento democrático estadounidense. Otros, como Charles Dickens, se fueron consternados porque consideraron que los norteamericanos estaban particularmente obsesionados con el dinero. Pero tan sólo son dos de muchos que han intentado —y seguimos intentando— encontrar una llave mágica que nos revele las complejidades y contradicciones de esa sociedad. En efecto, es como si Estados Unidos desafiara a los escritores extranjeros a que lo expliquen, seguro de su fracaso. Y al asumir esa tarea, estos forasteros han sentido frustración, esperanza, enojo, emoción, decepción e iluminación, pero nunca indiferencia.
He intentado diversificar mis referencias entre autores de distintos países e idiomas, pero resultó inevitable que se concentraran en Europa Occidental y, en menor medida, en Latinoamérica. Son las regiones con las que estoy más familiarizado, y también donde se encuentra la mayor parte de este tipo de obras. Encontrarán menos referencias a fuentes asiáticas y africanas; la razón reside en mi ignorancia de su trabajo. Revisar con más detenimiento lo que los viajeros japoneses y chinos han concluido sobre Estados Unidos podría ser particularmente valioso, por ejemplo.
A principios del siglo XIX, a muchos viajeros europeos les resultaba difícil entender una “tierra de hombres libres” en la que se practicaba la esclavitud. Al escritor y poeta inglés Rudyard Kipling le cayeron mal los estadounidenses en cuanto puso un pie en San Francisco. A finales del siglo XIX, el poeta y revolucionario cubano José Martí, quien pasó catorce años exiliado en Estados Unidos, quedó fascinado con la ética laboral y la prosperidad del país, pero también muy deprimido por su obsesión por el dinero y porque era inminente que conquistaran su isla. En 1906, a Werner Sombart, un sociólogo alemán, le desconcertó que no hubiera socialismo en Estados Unidos.
Más tarde, el novelista alemán Thomas Mann y el filósofo francés Jean-Paul Sartre se enamoraron de Estados Unidos a su llegada, y luego el primero se retiró con repulsión de su exilio temporal, y el segundo se volvió irremediablemente hostil hacia Norteamérica. Otros reaccionaron de manera anecdótica. El novelista ruso Vladímir Nabókov, quien vivió mucho tiempo en Estados Unidos, alguna vez dijo en broma que los coches son el único lugar en el país en el que no hay ni ruido ni corrientes de aire. El caso del economista sueco Gunnar Myrdal es más inusual, pues no escribió para otros extranjeros, sino para los mismos norteamericanos: su libro clásico sobre la raza, The American Dilemma, fue encargado por la Carnegie Corporation en 1942 y redactado en inglés. En fechas más recientes, el novelista noruego Karl Ove Knausgård y el pensador francés Régis Debray publicaron sus reflexiones correspondientes, uno en inglés y el otro para sus compatriotas.
“Este tipo de viajero en realidad no es un descubridor”, escribió V. S. Naipaul, el novelista y ensayista ganador del Premio Nobel de Literatura originario de Trinidad y Tobago, sobre su propio viaje por el sur de Estados Unidos en la década de 1980.
Más bien es un hombre que se define contra un fondo extranjero: y dependiendo de quién sea él, el libro que escriba podrá ser atractivo. Sólo se puede escribir un libro así sobre Estados Unidos si el escritor, tomando al lector como confidente, se presenta como extranjero de alguna manera. Sin embargo, esa estrategia rara vez funciona en Estados Unidos. [...] Es un lugar demasiado conocido, demasiado fotografiado, demasiado descrito, y, al ser más organizado y menos informal, no está tan abierto a la inspección casual.
Las notas de viajero sobre una Unión Americana visitada a toda velocidad son un género literario tan común que Sacha Baron Cohen lo parodió en su película clásica de 2006 Borat: lecciones culturales de Estados Unidos para beneficio de la gloriosa nación de Kazajistán. No es Tocqueville, pero puede ser extraordinariamente divertida.
Reconozco que estoy siguiendo caminos muy transitados, y que me atrevo a suponer que los estadounidenses estarán interesados en el punto de vista de un forastero más. Sin embargo, este libro es esencialmente distinto a los anteriores. En primer lugar, fue pensado originalmente para una audiencia norteamericana, no para lectores de mi país, México, ni en mi idioma, el español. Espero que alguna vez lo vean traducido, y contribuya a que ellos y otros hispanohablantes comprendan mejor a su enorme vecino. No quiero explicarle Estados Unidos al resto del mundo, sino compartir la opinión de un extranjero con los mismos estadounidenses.
Tampoco se trata de un libro de viaje, del producto de unas cuantas semanas o meses recorriendo el país en coche, barco, tren o carreta. Este libro es el resultado de muchos años de vivir, estudiar, madurar, dar clase y conversar en Estados Unidos. Surge de tratar con las autoridades estadounidenses de gobierno a gobierno, y de sociedad civil a sociedad civil. Durante el último medio siglo, he disfrutado la amistad cercana y duradera de muchos norteamericanos, y he observado con ellos la evolución de su país en la intimidad y a la distancia.
Escribo esto en un momento crítico en la historia de Estados Unidos, en el que sus ciudadanos se están cuestionando el funcionamiento de su propia sociedad y sistema político, y su lugar en un mundo en cambio constante y plagado de conflictos. Ha vuelto a surgir la insularidad latente del país, alimentada por la creencia de que su tamaño, potencia y riqueza lo vuelven inmune a lo que pasa afuera. También su instinto de arremeter contra cualquier amenaza extranjera que perciba, aunque ahora más bien lo haga económicamente, mientras que en el pasado preferían la opción militar. Sin embargo, esto no hace más que resaltar la nueva vulnerabilidad ante fuerzas externas de la nación que durante tanto tiempo se consideró el modelo global de una democracia capitalista occidental exitosa. En suma, la ineludible presencia actual del mundo dentro de Estados Unidos me ha convencido de que es el momento ideal para que un extranjero evalúe qué está fallando y cómo podría arreglarse.
La agenda de trabajo para integrar este libro es inmensa. Debe incorporar historia y economía, el legado de la esclavitud y de la Guerra de Secesión, la avalancha de la industrialización y el surgimiento de la primera clase media del mundo, el papel crucial de Estados Unidos en dos guerras mundiales, su surgimiento como superpotencia única tras el colapso del comunismo soviético, y el nuevo reto que representa China. Pero más allá de los titulares globales, también quiero explorar cómo la Unión Americana realiza ahora un autoexamen difícil, doloroso e incluso traumático en el que los principios mismos del sueño americano se han puesto en duda. Donald J. Trump ha atizado el fuego, azuzando añejas tensiones raciales y profundizando los conflictos de clase con su política de