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Las Trece Colonias en el siglo XVIII
LA AMÉRICA BRITÁNICA
A mediados del siglo XVIII, los colonos americanos procedentes de Gran Bretaña honraban la bandera inglesa de sus antepasados y respetaban plenamente la figura del rey que encarnaba la autoridad de la patria. Sin embargo, la figura del rey Jorge III cambió para siempre la percepción que los súbditos ingleses tenían de Inglaterra y del monarca. En ella, los historiadores han apreciado cierta cortedad de miras para enfrentar asuntos de tanto calado como la cuestión de los impuestos, que desencadenó la desafección popular con respecto a las leyes de Londres. Jorge III destacaba por el sentido posesivo que aplicaba al Imperio y por su mal tino para elegir a aquellos que mejor hubiesen podido aconsejarle. La ceguera del monarca y de su corte no les permitió ver en qué momento, una vez expulsados los franceses del norte de América, se fraguó irreversiblemente la revuelta de los colonos. Jorge III (1738-1820) era rey de Gran Bretaña e Irlanda, además de elector de Hanóver, y ostentaba el honor de haber sido el primero de los monarcas de la Casa de Hanóver nacido en Inglaterra. Su padre, Federico, muere en 1751 sin llegar a reinar, pasando así el testigo a Jorge. En los años cincuenta, la formación del joven príncipe de Gales corre en paralelo a las guerras contra los franceses en territorio angloamericano, algo que no le perturba, pues —dicen sus biógrafos— desarrolla una personalidad ingenua o caprichosa, desligada de la realidad. Se considera que en él fue nefasta la influencia de lord Bute, su tutor, que le incitaba a fantasear con la posibilidad de reformar el sistema político desde la propia Corona. Jorge III no acabaría de dar con la persona adecuada para sus intereses públicos, de tal modo que entre 1763 y 1770, año en que nombra a lord North (personaje fundamental en la política británica durante la guerra de Revolución) ocuparon el puesto cuatro primeros ministros.
La Gran Bretaña de mediados del siglo XVIII había extendido su actividad económica por todo el orbe gracias a una eficaz estructura comercial y al crecimiento de su potencia naval. Barcos de la Marina británica defendían a los mercantes en alta mar, haciendo con ello prosperar el comercio entre la metrópoli y las colonias. El Gobierno ayudaba a esta sinergia entre la actividad comercial y el crecimiento de la Armada con políticas basadas en la teoría del mercantilismo, que se fundamentaba en el principio de que las naciones fuertes tenían la oportunidad de erigir una economía mundial usando el poder militar para asegurarse mercados y fuentes de materias primas. En el sistema mercantilista, las naciones poderosas eran las que lograban colocar ventajosamente sus exportaciones en el mercado, obteniendo con ello un balance comercial positivo. Estas naciones se servían del incremento de mano de obra y de consumidores, de la creciente producción industrial y agrícola, evitando tener que importar alimentos. Como acaparaban oro y plata, eran naciones autosuficientes. Para hacer viable el modelo, era preciso captar los recursos de las colonias y poseer una flota mercante capaz de mover las mercancías. Y esto era precisamente lo que hacía Gran Bretaña, expandiéndose territorialmente y usando en la mejora del sistema interno la potencia de sus colonias. Una de las claves en el funcionamiento del sistema mercantil fue, desde luego, el comercio y la trata de esclavos procedentes de África para las explotaciones agrarias de las colonias.
Jorge III, bajo cuyo reinado Gran Bretaña perdió las Trece Colonias, fue retratado por Johan Joseph Zoffany (1771)
(Royal Collection Trust Company. Her Majesty Queen Elizabeth II, 2017)
El sistema mercantil británico en las Indias Occidentales se edificó sobre el comercio triangular: manufacturas inglesas intercambiadas por esclavos africanos que eran llevados a Angloamérica para producir las materias primas que alimentaban los mercados de Europa. En el Nuevo Mundo, la intensificación de una agricultura escasamente mecanizada demandaba mano de obra abundante para las cosechas de tabaco, algodón, azúcar, añil… De manera que las compañías comerciales y las autoridades encontraron en los esclavos africanos la solución al problema. A los que luego serían los Estados Unidos de América llegaba aproximadamente el seis por ciento de todos los capturados, la mayoría de los cuales, un cuarenta por ciento, se quedaba en el Caribe. Otro treinta y cinco por ciento, aproximadamente, tenía como destino la América española, y algo más de un quince, Brasil. Una vez capturados en África, mujeres y hombres encadenados perdían la libertad y quedaban expuestos a una suerte cruel e incierta. Muchos no sobrevivían al viaje transatlántico en los barcos negreros ingleses, pero los que sí lo hacían triplicaban su valor en el momento de la venta en las Trece Colonias, superando las catorce libras (pagadas no en dinero, sino en mercancías) en los cerca de cincuenta mercados costeros e interiores.