Eva Meijer - Animales habladores: Conversaciones privadas entre seres vivos

El loro gris africano Alex conocía más de un centenar de palabras y las utilizaba para demostrar que sabía, por ejemplo, contar objetos y separarlos en categorías. Alex también gastaba bromas y empleaba palabras para influir en el comportamiento de las personas que lo rodeaban.

Desde los antiguos griegos, los humanos hemos prestado atención al lenguaje y a la comunicación animal, pero la etología, el estudio científico de la conducta y la comunicación animal, despegó de veras alrededor de 1950, y en los últimos años se ha centrado cada vez más la atención en el lenguaje animal. Las investigaciones más recientes demuestran que otros animales se comunican entre sí de una manera mucho más compleja de lo que anteriormente se pensaba. Pero, a pesar de ello, poco se ha escrito sobre la relevancia de este descubrimiento para ellos y para nuestra comprensión del lenguaje. ¿Podemos llamar «lenguaje» a la comunicación de otros animales? ¿Podemos hablar con otros animales y, en caso afirmativo, cómo? ¿Es especial el lenguaje humano o lo son todos? ¿Qué es el lenguaje al fin y a la postre?

Mi objetivo en este libro no es ofrecer un panorama general de todos los lenguajes animales: todavía sabemos muy poco sobre los muchos tipos que hay y existe un número inmenso de especies diferentes, cada una con su propio lenguaje o lenguajes. Lo que haré aquí será repasar las investigaciones empíricas sobre los lenguajes animales y las preguntas filosóficas que estas suscitan. Mi intención es mostrar la riqueza de los lenguajes de los animales que nos rodean y explorar cómo lo que aprendamos puede transformar nuestra manera de pensar en ellos.

La inteligencia animal se mide desde hace mucho tiempo en función de la inteligencia humana. Por ejemplo, se han realizado experimentos para investigar la capacidad de los animales para resolver rompecabezas en comparación con la de los humanos. Jamás puntuarán tan alto como nosotros en esas clases de pruebas, porque sus sentidos se han desarrollado de forma diferente, toda vez que necesitan otras destrezas para sobrevivir. Pero también ocurre lo contrario: desde el punto de vista de las hormigas, probablemente los humanos no son muy inteligentes, pues no son tan buenos en el trabajo en equipo; desde el punto de vista de las palomas, los humanos poseen una consciencia espacial muy limitada; y desde el punto de vista de los perros, los humanos adolecen de la incapacidad de guiarse por el olfato. En el capítulo 1 analizo experimentos en los que se ha intentado enseñar a los animales a expresarse en lenguaje humano, y exploro lo que estas pruebas revelan acerca del funcionamiento del lenguaje.

En biología, la inteligencia se concibe actualmente como la facultad de afrontar los desafíos propios de la especie. La comunicación de los animales está adaptada a sus entornos vitales específicos y se basa en sus capacidades físicas y cognitivas. Las ballenas, por ejemplo, utilizan con frecuencia el sonido, pues este viaja rápidamente bajo el agua; el olfato y la vista resultan menos útiles en el océano. Al emitir sonidos muy graves, los elefantes pueden comunicarse a varios kilómetros de distancia. Los murciélagos, por su parte, usan sonidos muy agudos para estudiar su entorno al desplazarse y al cazar. Estos animales han desarrollado, asimismo, sistemas de comunicación muy complejos, que en ciertos sentidos son similares al lenguaje humano. En el capítulo 2 estudio los lenguajes en el mundo animal y los exploro en mayor profundidad.

Dado que los animales no suelen expresarse en lenguaje humano, a veces pensamos que no tenemos modo alguno de saber lo que están pensando. Somos capaces de entender a las personas porque hablan; el lenguaje nos permite acceder a su mundo interior. Los animales no hablan, por lo que serán siempre un misterio. Pero también podríamos preguntarnos si llegamos de veras a entender lo que están pensando o sintiendo nuestros congéneres. El lenguaje puede ser engañoso: quizá alguien te diga que te quiere y más tarde lo niegue. A veces se producen malentendidos: tal vez alguien te diga que te quiere y tú lo interpretes en un sentido romántico, cuando en realidad se trata de una simple declaración de amistad. El lenguaje no está exento de ambigüedad, ni tampoco las personas. Es imposible tener pruebas contundentes de lo que otros seres humanos están pensando. De hecho, algunos filósofos afirman que jamás podremos tener constancia siquiera de que piensan. Por otra parte, cabe preguntarse por qué nuestra pertenencia a una especie en concreto debería determinar nuestra comprensión de los demás. A los humanos nos gusta categorizar, pero, aunque otros animales se expresen y perciban el mundo de diferentes modos, seguimos compartiendo bastantes cosas. La especie no determina la comprensión; los factores sociales son igualmente importantes. Si conoces bien a un animal —por ejemplo, a una mascota con la que compartes un hogar—, es probable que lo comprendas mejor que a un ser humano de una cultura completamente diferente. En el capítulo 3 analizo las conversaciones entre los humanos y los animales domésticos con los que compartimos nuestra vida: nuestros perros, gatos, conejillos de Indias y loros, así como con animales de granja como las ovejas, los cerdos y las vacas. A continuación, en el capítulo 4 examino el papel del cuerpo en el pensamiento, y desarrollo un enfoque fenomenológico de la investigación del mundo animal.