SECCIÓN DE OBRAS DE FILOSOFÍA
EN DEFENSA DE LOS DERECHOS DE LOS ANIMALES
Stefan Lochner, San Jerónimo en su estudio, óleo sobre madera, 39.4 × 30.5 cm, ca. 1440. North Carolina Museum of Art, Raleigh, Carolina del Norte.
TOM REGAN
En defensa de los derechos de los animales
Traducción
ANA TAMARIT
Revisión técnica
GUSTAVO ORTIZ MILLÁN
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS
PROGRAMA UNIVERSITARIO DE BIOÉTICA
Primera edición, 2016
Primera edición electrónica, 2016
Título original: The Case for Animal Rights
D. R. © 1983, 2004, The Regents of the University of California
Published by arrangement with University of California Press
Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar
Imagen: Escena de mercado, por Pieter Aertsen (1508-1575),
óleo sobre tela, ca. 1560. Kunsthistorisches Museum, Viena.
Foto: De Agostini Picture Library / G. Nimatallah / Bridgeman Images
D. R. © 2016, Universidad Nacional Autónoma de México,
Ciudad Universitaria; 04510, Ciudad de México
Instituto de Investigaciones Filosóficas,
Circuito Maestro Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria; 04510, Ciudad de México
http://www.filosoficas.unam.mx/
Programa Universitario de Bioética
Antiguo edificio de Posgrado,
Ciudad Universitaria; 04510, Ciudad de México
http://www.bioetica.unam.mx/
D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
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ISBN 978-607-16-4337-7 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
Para Nancy,
por tu paciencia,
con mi amor.
SUMARIO
Todo gran movimiento se ve obligado a pasar por tres fases: ridículo, polémica y aceptación.
JOHN STUART MILL
DEDICATORIA DE LA EDICIÓN EN ESPAÑOL
Por mucho que me cueste creerlo, han pasado más de 55 años desde que me gradué del Thiel College, una pequeña universidad liberal de artes y humanidades, ubicada en la región este de Pensilvania. Cómo me gustaría poder decir que la razón por la que estudié filosofía era porque tenía una sed insaciable de la verdad. En realidad, la principal razón por la que escogí la carrera de filosofía no fue tan romántica.
Cuando entré a Thiel, quería escribir la gran novela estadunidense. La filosofía difícilmente estaba en mi panorama. Estaba la historia. El problema que enfrentaba era muy sencillo. En esa época, en Thiel tenías que tomar un año de historia inglesa y otro año de historia estadunidense para poder obtener el grado de escritura creativa. Digamos que, en esos tiempos, la historia no era una de mis asignaturas favoritas. ¡Definitivamente odiaba la historia!
Mas hete aquí que durante el primer semestre de mi primer año, Thiel incorporó la licenciatura en filosofía. Para no hacer más larga la historia, me volví el primer egresado de la carrera de filosofía en la historia del Thiel College. De modo que —como he confesado— fui a Thiel para escribir la gran novela estadunidense; que haya desviado mi atención hacia otro lado no es algo que haya escogido deliberadamente. Me vi obligado a recibirme de filósofo, la verdad sea dicha, para evitar la historia. No sólo evité la historia. Fui un estudiante sin ningún tipo de distinción. Por ejemplo, recuerdo haber tomado un curso de alemán al que asistí en sólo dos ocasiones; las dos únicas clases a las que acudí fueron una a mitad del trimestre y la otra al final.
En ese momento, en esas circunstancias, las clases interferían con mi agitada vida social, principalmente con mis partidas de bridge que duraban hasta las tantas de la madrugada. Esto fue hasta que me crucé por primera vez con la señorita Hutton. Siendo una de las mujeres más pequeñas que he conocido, era estricta cuando se trataba de la asistencia. Me dijo, sin ninguna vacilación, que ya había faltado a más clases de las que tenía permitido. No le cabía ninguna duda: había reprobado el curso. Un curso que necesitaba para graduarme. Normalmente, yo lograba sortear esas malditas trabas de los cursos. Pero no con la señorita Hutton. Las reglas eran las reglas y no estaban para romperse.
Así que durante el último semestre de mi último año estuve asistiendo obedientemente a clases de español y diciendo cosas en español como “el burro es muy importante” —¡por el amor de Dios!— o frases por el estilo. Y todo por la señorita Hutton.
Viéndolo en retrospectiva y considerando las cosas en su conjunto, me hizo un bien. Por primera vez en mi vida, me encontré una profesora con valor. ¿Y he mencionado lo diminuta que era?
La trama se complica. Vean, la señorita Hutton escribió la letra del himno de Thiel. En todos los actos oficiales del colegio se oía: “Te saludo, alma máter” seguido por el nombre de la señorita Hutton y la fecha de composición, que resultó ser 00. Increíblemente, esta diminuta mujer comenzó a escribir en 1900. Esto significa que escribió el himno de Thiel cuando tenía 18 años, aproximadamente 50 años antes de que yo naciera. ¡Si eso no es aprender de tus mayores!
Y así es como, entre todas las personas del mundo que he conocido o me he encontrado, le dedico esta traducción de mi libro al español a la señorita Hutton, por exigirme que aprendiera una o dos cosas sobre por qué fui a la universidad, en primer lugar; con seguridad no soy la última persona que esté en deuda con ella.
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
Ningún libro puede cumplir todas las expectativas de todo el mundo. Este dilema, común a todos los que desean escribir para diferentes públicos simultáneamente, ha sido particularmente espinoso en el presente caso. Por un lado, yo quería escribir un libro que fuera accesible a todos los que trabajan en favor de la causa de darles un mejor trato a los animales; la mayoría de esas personas no son filósofos académicos, sino que tienen alguna otra profesión. Mi esperanza era escribir, en términos claros e inteligibles, un libro que sentara las bases filosóficas del movimiento por los derechos de los animales como yo lo concibo. Por otro lado, esperaba escribir un libro que atrajera la atención de mis colegas profesionales en filosofía, que tuviera sustancia filosófica, que invitara a la aplicación crítica de los más altos estándares filosóficos: rigor, claridad, justificación, análisis y coherencia. El dilema que enfrentaba, entonces, era que quizá una obra que despertara la atención de los filósofos haría dormir a los otros, mientras que una obra que sostuviera el interés de los no filósofos corría el riesgo de ser objeto de un benigno desaire de la filosofía. Añádase a esto un tercer público, mayor que los anteriores, al que esperaba alcanzar, compuesto por aquellos a quienes su trabajo diario los lleva a estar en contacto directo con los animales —veterinarios y científicos de laboratorio, por ejemplo—, y la dificultad para escoger un estilo, ritmo y tono apropiados era patente. Comprensiblemente, no sé qué tan bien he logrado un equilibrio adecuado, pero tal vez los siguientes señalamientos, dirigidos a los diferentes grupos de lectores prospectivos, podrían no juzgarse impertinentes.