I NTRODUCCIÓN
EL INGENIO DE LOS PÁJAROS
Durante largo tiempo se pensó que los pájaros eran bobos, seres con ojos pequeños y brillantes y el cerebro de un mosquito, reptiles con alas, cabezas de chorlito, pavos que colisionan contra los vidrios de las ventanas, pican en sus reflejos, se posan sobre cables de luz y cometen errores garrafales que los abocan a la extinción.
Nuestro vocabulario refleja nuestra falta de respeto por ellos. Cuando alguien fantasea con cosas irreales decimos que «tiene la cabeza llena de pájaros». A las personas cobardes las calificamos de «gallinas» y a las bobas, de «gansas» o «pavas». Cuando no afrontamos la responsabilidad por nuestros actos decimos que «enterramos la cabeza como una avestruz». La expresión «cabeza de chorlito», con la cual describimos a una persona tonta, alocada o atolondrada, entró a formar parte del vocabulario a principios de la década de 1920 porque se creía que los pájaros eran meros autómatas voladores y picoteadores con un cerebro tan diminuto que ni siquiera tenía capacidad para pensar.
Esa concepción es agua pasada. En las últimas dos décadas, aproximadamente, tanto de las investigaciones sobre terreno como de laboratorios de todo el mundo han salido ejemplos a raudales de especies de aves capaces de hazañas mentales comparables a las detectadas en primates. Hay una especie que crea diseños coloridos con bayas, fragmentos de vidrio y flores para atraer a las hembras, y otra que esconde hasta treinta y tres mil semillas esparcidas por docenas de kilómetros cuadrados y meses más tarde todavía recuerda dónde las ocultó. Existe una especie que resuelve un rompecabezas clásico a una velocidad comparable a la de un niño de cinco años, y otra experta en abrir cerraduras. Hay pájaros capaces de contar y realizar cálculos matemáticos simples, de fabricar sus propias herramientas, de moverse al ritmo de la música, de entender principios básicos de física, de recordar el pasado y de hacer planes para el futuro.
En el pasado, otros animales se han llevado todo el protagonismo por su inteligencia «casi humana». Los chimpancés fabrican lanzas con palos para cazar a primates más pequeños y los delfines se comunican mediante un complejo sistema de silbidos y chasquidos. Los grandes simios se consuelan mutuamente y los elefantes lloran la pérdida de sus seres queridos.
Ahora las aves se han sumado a sus filas. Una oleada de nuevas investigaciones ha derrocado las ideas de antaño y por fin empezamos a aceptar que los pájaros son mucho más inteligentes de lo que habíamos imaginado; en algunos aspectos, de hecho, más próximos a nuestros parientes, los primates, que a los reptiles.
A partir de comienzos de la década de 1980, el encanto y la astucia de un loro gris africano llamado Álex se combinó con los conocimientos de la científica Irene Pepperberg para demostrar al mundo que algunas aves parecen tener capacidades intelectuales comparables a las de los primates.Álex no sólo asimilaba vocabulario, sino que era capaz de utilizarlo para responder con contundencia, inteligencia y, quizá, incluso con sentimiento. Sus últimas frases a Pepperberg mientras ésta lo encerraba en su jaula la víspera de su muerte fueron su despedida de costumbre: «Sé buena. Hasta mañana. Te quiero».
En la década de 1990 empezaron a llegar informes procedentes de Nueva Caledonia, una pequeña isla del Pacífico Sur, acerca de cuervos que fabrican sus propias herramientas en la selva y parecen transmitir de generación en generación las tradiciones locales de fabricarlas, una proeza reminiscente de la cultura humana y prueba de que para elaborar y manejar herramientas sofisticadas no se requiere un cerebro primate.
Cuando los científicos plantearon a estos cuervos un rompecabezas con el fin de comprobar sus capacidades de resolución de problemas, las aves los asombraron con sus hábiles soluciones. En 2002, Alex Kacelnik y sus colegas de la Universidad de Oxford «preguntaron» a una hembra de cuervo de Nueva Caledonia cautiva llamada Betty: «¿Puedes agarrar la comida que está fuera del alcance, en un pequeño cubo al otro lado de este tubo?».Betty dejó atónitos a los experimentadores al reaccionar de manera espontánea doblando un trozo de alambre para fabricar un gancho y alzar con él el pequeño cubo.
Entre los estudios publicados en las revistas científicas figuran algunos con títulos que hacen arquear las cejas: «¿Nos conocíamos de antes? Las palomas reconocen rostros humanos familiares», «La sintaxis de los gorjeos de los carboneros», «Los gorriones de Java distinguen idiomas», «A los polluelos les gusta la música consonántica», «Diferencias de personalidad explican el liderazgo en las barnaclas cariblancas» o «Las palomas, a la par con los primates en competencia numérica».
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Cabeza de chorlito: este agravio respondía a la convicción de que los pájaros tenían un cerebro tan minúsculo que sólo servía para gestionar las conductas instintivas. El cerebro aviar carecía de una corteza como la nuestra, donde reside la «inteligencia». Las aves tenían un cerebro mínimo por una buena razón, creíamos: para poderse dejar llevar por el aire, para desafiar la gravedad, para planear, hacer acrobacias y lanzarse en picado, para surcar el cielo durante días sin fin, para migrar miles de kilómetros y maniobrar en espacios pequeños. Y por su dominio del aire, estábamos convencidos, las aves pagaban un alto coste cognitivo.
Sin embargo, la observación más de cerca de los pájaros nos ha revelado lo contrario. En efecto, el cerebro de las aves es muy distinto del nuestro, como no podía ser de otro modo. Las aves y los seres humanos han evolucionado de manera independiente desde hace mucho tiempo, desde nuestro último antepasado común, hace más de trescientos millones de años. Pero sucede que algunas aves presentan un cerebro relativamente grande en comparación con el tamaño de su cuerpo, como ocurre en nuestro caso. Es más, en lo concerniente a capacidad intelectual, el tamaño parece tener menos relevancia que el número de neuronas, su ubicación y su interconexión. Y resulta que algunos cerebros aviares tienen cantidades elevadas de neuronas justo donde más importa, con densidades similares a las halladas en los primates y conexiones y relaciones muy similares a las nuestras. Ello podría explicar por qué algunos pájaros presentan unas capacidades cognitivas tan sofisticadas.