Í ndice
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.
© 2020, Juan Pablo Meneses
Derechos exclusivos de edición
© 2020, Editorial Planeta Chilena S.A.
Avda. Andrés Bello 2115, 8º piso, Providencia, Santiago de Chile
Imagen de portada: Ignacio Serrano
Diseño: Isabel de la Fuente
Inscripción: A-1254
1ª edición: marzo de 2020
ISBN Edición Impresa: 978-956-360-713-0
ISBN Edición Digital: 978-956-360-716-1
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
«Los conejos, que en su vida habían visto una vaca, las miraban con asombro»
Roberto Bolaño, El gaucho insufrible
« Anderson no dejó de preguntarle a Caparrós si Meneses vivía realmente con una vaca y si esa vaca era realmente de Meneses »
María Moreno
En esta historia todos los nombres de personas son reales. Los hechos también lo son, aunque a veces lo parezcan menos.
Abre paréntesis
En este instante millones de vacas pastan por todo el mundo mientras las bandejas con trozos de carne congelada van y vienen entre barrios, ciudades, países y continentes. Los números del consumo saltan y giran entre cuentas bancarias conectadas entre sí; la producción no se detiene ante nada, no importa la hora ni la época del año ni el lugar del mundo ni la temperatura del planeta ni los cambios en la Tierra. Hay vacas que están por parir y terneros que están siendo destetados o marcados o castrados o vendidos o inyectados o clonados. Por las carreteras transitan camiones cargando cadáveres de vacas, vaquillonas, terneros, novillos y toros, con destino a mercados grandes y chicos, donde saldrán a la venta en las próximas horas. Hay rematadores que están comenzando a golpear el martillo y consignatarios que acaban de adquirir una nueva partida de animales. En los frigoríficos y mataderos los ganados entran vivos y ahí adentro mueren, antes de ser colgados en ganchos donde irán perdiendo, lentamente y a filo de cuchilla, las distintas partes de su cuerpo.
En algún lugar hay un niño que está comiendo el primer pedazo de carne de su vida, y en otro un viejo que la mastica por última vez. En este instante hay restaurantes donde los clientes revisan la carta antes de pedir un corte jugoso, a punto o bien cocido. Y hay funcionarios públicos revisando las cifras del mercado de la carne, mientras organizaciones de la salud estudian los efectos de su consumo, y un youtuber parrillero besa y acaricia una tira de costillas antes de tirarla sobre esa rejilla ardiente que cubre las brasas y deleita a sus seguidores. En el mundo, hay una madre que sale de casa con dirección al supermercado, donde comprará los tres bifes para la comida de esta noche. Los carniceros afilan cuchillos mientras, en las agrupaciones animalistas y en las fundaciones vegetarianas y veganas, se analiza la próxima acción para promover una vida sin maltrato animal y con consumo de proteínas vegetales. En este instante hay galpones con bovinos que se alimentan en pequeños cubículos, por medio de tubos donde transitan los químicos que los harán engordar a buen ritmo, y también hay estancias, tan amplias como miles de canchas de fútbol, donde el ganado pasta libremente por días enteros. Hay moledoras que trituran cortes de carne que luego serán nuevas hamburguesas, para alguno de esos millones de locales de comida rápida que existen en todo el mundo, y donde en este mismo instante hay una larga fila en espera para hacer, cada uno, un pedido personalizado de músculos recién triturados con papas fritas. Hay equipos de científicos analizando nuevas fórmulas para generar vacunos genéticamente perfectos, o kilos de lomos sintéticos a partir de un puñado de carne verdadera. También hay laboratorios alimentados por multimillonarios, enfocados en descubrir la carne totalmente artificial, al mismo tiempo que pequeños ganaderos ven su negocio a punto de irse a la ruina, y grandes grupos económicos afilando los dientes para tragarse a esa nueva víctima.
Hay carnicerías con amplia variedad de jugosas ofertas, y hay un asador anónimo que prepara el fuego en silencio, solitario, y que olvida los problemas económicos lanzando un bife a su parrilla para uno. Hay vacunos que están siendo peinados para salir a competir en un concurso de belleza animal, y hay agricultores implorando que llueva, porque la lluvia es parte fundamental del negocio y de esta historia. En estos instantes hay lugares del mundo donde la vaca es sagrada, y hay sitios donde el ganado y los bistec apenas se ven. Hay ciudades donde el kilo de lomo cuesta más caro que un teléfono celular, y países donde la gente está dispuesta a matarse por una pierna de ternera. Hay científicos calculando el impacto ambiental de los gases que sueltan los vacunos, y expertos de la F.A.O. que han confirmado el negativo impacto de la industria ganadera en el calentamiento global. Todo ocurre en este instante, tal como pasó ayer y sucederá mañana. Porque el consumo de carne es el más exitoso de los consumos: no se detiene ante nada y crece junto al aumento de la población mundial. Esa misma que alguna vez comió solo vegetales y que, con el avance del tiempo y el desarrollo del humano depredador, se transformó en una especie carnívora.
Cuando me compré una vaca, una ternera recién nacida, intenté abrir un paréntesis en aquella desenfrenada carrera por comer animales. Era el inicio de la trilogía Periodismo Cash , que consiste en comprar —con dinero en efectivo— al protagonista de la historia: en este caso, pagaba por un bovino de pocos días para seguir su vida y mostrar cómo depredamos seres animales para alimentar nuestros cuerpos. La compra se concretó en la Argentina, uno de los países con la carne más famosa del mundo y donde las vacas y el asado son considerados parte de la soberanía nacional. La idea, desde un comienzo, fue seguir su desarrollo desde que nace hasta que llega al plato, al cuchillo y al tenedor.
Durante los años que tuve mi propia vaca vi nacer, enfermarse y morir diferentes tipos de vacunos. Estuve en remates pequeños y en importantes subastas ganaderas. Leí libros en contra y a favor del consumo global de animales. Conocí empresarios agresivos que han hecho fortunas entre frigoríficos y mataderos, y estuve en un canal de televisión donde los bovinos tienen su propio noticiero. Visité lugares donde se hacen asados masivos, con grandes fogatas callejeras en las que se van dorando los animales y el asado es para todos. Estuve en ciudades que fueron abandonadas por la industria ganadera y en cuyas calles hoy, en vez de toros y vacas, reinan perros, gatos y ratones. Publiqué en diferentes medios de América Latina y Europa la historia de mi vaca argentina y recibí, desde el primer día, mensajes de lectores: algunas voces apoyaban que al final del libro sacrificara el vacuno para hacer un gran asado, otros muchos se quejaban. Si bien mi idea era mostrar cómo trabaja esta industria, y seguir paso a paso su cadena de producción, muchos comenzaron a exigirme clemencia con La Negra. Como si por primera vez entendieran, o comenzaran a entender, que el lomo vetado o la tira de asado viene de sacrificar al animal.
Por eso, los tres años que duró la investigación dudé entre cerrar el proyecto comiéndome la vaca, vendiéndola a un matadero o dejándola pastar hasta el último de sus días.
Hasta que, en un momento, llegó el final.
Para terminar la historia, hice una llamada telefónica al Hotel del Sol, en La Plata.