Adolf Hitler - Mi lucha
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Mi lucha: resumen, descripción y anotación
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DEDICATORIA
El 9 de noviembre de 1923, a las 12:30 del día, poseídos de inquebrantable fe en la resurrección de su pueblo, cayeron en Munich frente a la Feldhernhalle y en el patio del antiguo Ministerio de Guerra, los siguientes:
Felix Alfarth, comerciante, nacido el 5 de julio 1901
Andreas Bauriedl, sombrerero, nacido el 8 de agosto 1900
Theodor Casella, empleado bancario, nacido el 4 de mayo 1879
Wilhelm Ehrlich, empleado bancario, nacido el 19 de agosto 1894
Martín Faust, empleado bancario, nacido el 27 de enero 1901
Anton Hechenberger, cerrajero, nacido el 28 de septiembre 1902
Oskar Koerner, comerciante, nacido el 4 de enero 1875
Karl Kuhn, empleado de hotel, nacido el 26 de julio 1897
Karl Laforce, estudiante de ingeniería, nacido el 28 de octubre 1904
Kurt Neubauer, empleado doméstico, nacido el 27 de marzo 1899
Klaus von Pape, comerciante, nacido el 16 de agosto 1904
Theodor von der Pfordten, consejero en el Tribunal Regional Superior, nacido el 14 de mayo 1873
Johannes Rickmers, excapitán de caballería, nacido el 7 de mayo 1881
Max Erwin von Scheubner-Richter, doctor en ingeniería, nacido el 9 de enero 1884
Lorenz Ritter von Stransky, ingeniero, nacido el 14 de marzo 1899
Wilhelm Wolf, comerciante, nacido el 19 de octubre 1898
Autoridades llamadas nacionales se negaron a dar una sepultura común a estos héroes.
Dedico esta obra a la memoria de todos ellos para que el ejemplo de su sacrificio alumbre incesantemente a los prosélitos de nuestro movimiento.
Landsberg am Lech, 16 de octubre de 1924
ADOLF HITLER
Título original: Mein Kampf
Adolf Hitler, 1925
Traducción: Alberto Saldívar
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
«MI LUCHA» («Mein Kampf»), de Adolfo Hitler, es un libro de palpitante actualidad y sin duda una de las obras de política más sensacionales que se conoce en la postguerra. Circula por el mundo traducido a ocho idiomas diferentes y hace tiempo que la edición alemana ha alcanzado una cifra de millones.
Si hasta antes del 30 de enero de 1933, fecha en que Hitler asumió el gobierno del Reich, se consideraba a «Mein Kampf» como el catecismo del movimiento nacionalsocialista, en la larga lucha que este sostuviera para llegar a imponerse, ahora que Alemania está saturada de la ideología hitleriana, bien se podría afirmar que «Mein Kampf» constituye la carta magna por excelencia de este poderoso Estado que, en el corazón de Europa, rige hoy el conjunto armónico de la vida de un gran pueblo de 67 millones de habitantes.
El carácter de autobiografía que tiene la obra, aumenta su interés, perfilando, a través de hechos realmente vividos, la recia personalidad del hombre a quién sus conciudadanos han consagrado con el nombre único de FÜHRER.
En las páginas de «Mi Lucha», el lector encontrará enunciados todos los problemas fundamentales que afectan a la Nación Alemana y cuya solución viene abordando sistemáticamente el gobierno nacionalsocialista. Quien juzgue sin ofuscamientos doctrinarios la obra renovadora del Tercer Reich, habrá de convenir en que Hitler fue dueño de la verdad de su causa al impulsar un vigoroso movimiento de exaltación nacional llamado a aniquilar el marxismo que estaba devorando el alma popular de Alemania. El nacionalsocialismo llegó al gobierno por medios legales, fiel a la norma que Hitler proclamara desde la oposición: «El camino del Poder nos lo señala la ley». Bien ganado tiene por eso el galardón de haber batido en trece años de lucha a sus adversarios políticos en el campo de las lides democráticas.
El socialismo nacional que practica el actual régimen en Alemania, revela, en hechos tangibles, la acción del Estado a favor de las clases desvalidas; es un socialismo realista y humano, fundado en la moral del trabajo, que nada tiene en común con la vocinglería del marxismo internacional que explota en el mundo la miseria de las masas. Hitler, que nació en esfera modesta y forjó su personalidad en la experiencia de una vida de lucha y de privaciones, sabe que dentro de la estructura de un pueblo y de su economía no caben preferencias odiosas, sino un espíritu de mutua comprensión y de justa valoración del rol de cada uno y de su esfuerzo en el conjunto de la nacionalidad. La ideología hitleriana, en este orden, es una elevada ética, porque busca en el individuo la ponderación del mérito por el trabajo. El campesino y el obrero, así como el trabajador mental, todos tienen su lugar y ni a uno ni a otro puede menospreciárseles, como factores eficientes de la colectividad que integran. El Estado nacionalsocialista no es dictadura del proletariado ni puede serlo, puesto que repudia los privilegios.
Uno de los órganos representativos de la prensa inglesa —el «Daily Mail»— editorializaba hace poco sobre la situación de la nueva Alemania en los siguientes términos: «El gobierno de Hitler promete ser el más duradero de cuantos haya visto Alemania y Europa mismo. En él nada hay inestable como ocurre en el gobierno de los países de régimen parlamentario, donde un partido intriga contra el otro y donde el Premier no representa sino una parte de la nación dividida. Hitler ha probado no ser un demagogo, sino un estadista y un verdadero reformador. Europa no deberá olvidar que gracias a él fue rechazado de una vez para todas el comunismo, que con su horda sangrienta amenazaba en 1932 avasallar a todo el Continente. Que los críticos digan lo que quieran, pero no podrán negar que el gobierno nacionalsocialista ha llevado a la práctica muchas de las ideas de Platón y que lo anima una pasión altruista al servicio de miras elevadas: la grandeza de la patria, el establecimiento de la justicia social y una lealtad inmutable en el cumplimiento del deber, además del enorme progreso material que Alemania ha logrado en los dos últimos años. El número de desocupados que en 1933 llegaba a 6 014 000 ha quedado reducido a 2 604 000 ».
La ideología del nacionalsocialismo alemán —opuestamente a lo que propagan sus detractores— es constructiva y, por tanto, pacifista, pero no pacifista en el sentido de aceptar la imposición de violencias internacionales contrarias a la dignidad y al honor de un pueblo soberano. ¿Habrá nación alguna que, desde su propio punto de vista, sea capaz de admitir condiciones de vida diferentes a las que le corresponden en el plano general de la igualdad jurídica de los Estados, dentro del concierto internacional? El pacifismo nacionalsocialista se inspira, pues, en principios elementales del Derecho y descansa sobre la unidad moral del pueblo alemán.
En una interview publicada en «Le Matín» decía Hitler en noviembre de 1933 a propósito del espíritu bélico que se le atribuía: «Tengo la convicción de que cuando el problema del territorio del Sarre —que es suelo Alemán— haya sido resuelto, nada habrá ya que pueda ser motivo de discordia entre Alemania y Francia. Alsacia y Lorena no constituyen una causa de disputa». Y añadía: «En Europa no existe un solo caso de conflicto que justifique una guerra. Todo es susceptible de arreglo entre los gobiernos, si es que estos tienen conciencia de su honor y de su responsabilidad. Me ofenden los que propalan que quiero la guerra. ¿Soy loco acaso? ¿Guerra? Una nueva guerra nada solucionaría y no haría más que empeorar la situación mundial: significaría el fin de las razas europeas y, en el transcurso del tiempo, el predominio del Asia en nuestro Continente y el triunfo del bolchevismo. Por otra parte, ¿cómo podría yo desear la guerra cuando sobre nosotros pesan aún las consecuencias de la última, las cuales se dejarán sentir todavía durante 30 o 40 años más? No pienso solo en el presente, ¡pienso en el porvenir! Tengo una inmensa labor de política interior a realizar. Ahora estamos afrontando la miseria. Ya hemos conseguido detener el aumento del numero de desocupados; pero aspiro a hacer todavía mucho más. Y para lograr esto, necesito largos años de trabajo arduo. ¿Cómo ha de creerse, entonces, que yo mismo quiera destruir mi obra mediante una guerra?».
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