E N S A Y O
A mi madre, Sabina,
que lo vivió todo
Agradecimientos
La investigación destinada a este libro se desarrolló durante varios años en múltiples archivos, bibliotecas e institutos de estudio de Israel, la Europa continental, Gran Bretaña y Estados Unidos. La deuda que tengo con la obra de incontables estudiosos, demasiado numerosos para mencionarlos aquí, se hará manifiesta en las notas. El hecho de ser uno de los seis historiadores designados para formar parte de la Comisión Histórica del Vaticano dedicada a estudiar el papel de Pío XII durante el Holocausto me permitió sacar provecho del acceso a muchas fuentes –por lo menos en siete lenguas distintas– que resultaron útiles para la redacción del libro. Durante los primeros seis meses de 2000, el año del milenio, tuve la suerte de disfrutar de una estancia como profesor visitante en el Instituto de Estudios Avanzados de los Países Bajos (NIAS), en Wassenaar; deseo agradecer al profesor Wesseling y su amable equipo la hospitalidad y la ayuda que me prestaron. La propuesta inicial del proyecto me la planteó Toby Mundy y la supervisión corrió a cargo de Rebecca Wilson –de la editorial Weidenfeld and Nicolson–, cuyas sugerencias fueron de la máxima utilidad. Agradezco profundamente los esfuerzos de Frances Bruce para descifrar mi texto manuscrito y trasladarlo a un formato legible. Tengo una deuda particular con Trudy Gold, directora de Educación sobre el Holocausto del Instituto Cultural Judío de Londres, por la ayuda y el aliento que me ofreció al facilitarme la tarea en momentos críticos de la misma; también aprendí mucho de mi anterior trabajo con el Instituto, consistente en la redacción del texto del juego de materiales educativos Lessons of the Holocaust (1997) –que actualmente se emplea en numerosas escuelas británicas–, así como de la colaboración con Rex Bloomstein en la dirección de la película Understanding the Holocaust, cuyo guión también escribí. Como siempre, tengo una deuda de gratitud con mi esposa Daniella y mis tres hijos por la paciente comprensión que mostraron al aceptar mi intensa dedicación a la realización de este proyecto. El libro está dedicado a mi madre Sabina, nacida en Cracovia hace noventa años, que siempre ha constituido para mí un ejemplo del modo en que es posible vencer la adversidad a base de entereza y valor.
ROBERT SOLOMON WISTRICH
Londres-Jerusalén
Diciembre de 2000
Introducción
En realidad, los misioneros del cristianismo habían dicho: no tenéis derecho a vivir entre nosotros como judíos. Los gobernantes seglares que vinieron a continuación habían proclamado: no tenéis derecho a vivir entre nosotros. Finalmente, los nazis decretaron: no tenéis derecho a vivir.
RAUL HILBERG,
The Destruction of the European Jews, 1961
El Holocausto fue un crimen sin precedentes contra la humanidad, que tuvo por objetivo la aniquilación total de la población judía de Europa, hasta el último hombre, la última mujer y el último niño. Fue una decisión política planificada y deliberada de un poderoso Estado, el Reich nazi, que movilizó todos sus recursos para destruir un pueblo entero. La condena a muerte de los judíos no se debió a sus creencias religiosas ni a sus opiniones políticas; tampoco constituían una amenaza económica ni militar para el Estado nazi: no se los asesinó por lo que hubieran hecho, sino simplemente a causa de su nacimiento.
A ojos de Hitler y del régimen nazi, el hecho de que una persona hubiera nacido judía comportaba su definición a priori como un ser que no era humano y que, por lo tanto, no merecía vivir. Hubo otras víctimas inocentes de la ideología racista nazi: se envió a las cámaras de gas a aquellos gitanos a quienes se consideraba impuros desde el punto de vista racial y se redujo a la esclavitud a los rusos, los polacos y los habitantes de otros países ocupados del este. Se dio muerte incluso a alemanes de pura cepa a quienes se había calificado como mental o físicamente anormales, hasta que una protesta pública moderó aquella política. Sabemos que, bajo el régimen nazi, las SS, los Einsatzgruppen, la Wehrmacht, la Policía del Orden y los guardianes de los campos de exterminio practicaron la brutalidad a una escala desconocida hasta entonces; que masacraron una hilera tras otra de adultos temblorosos y semidesnudos y destrozaron las cabezas de niños judíos sin piedad ni remordimientos; y que construyeron un vasto sistema de campos de concentración y de exterminio cuyo único propósito era la producción de cadáveres a escala industrial.
La cuestión es: ¿por qué? ¿Por qué se obligó a los judíos a trabajar hasta la muerte en tareas improductivas y carentes de sentido, aun cuando el Reich sufría una grave escasez de mano de obra? ¿Por qué, a pesar de las apremiantes necesidades militares de la Wehrmacht, se mató en los campos a judíos que eran trabajadores cualificados de la industria de armamento? ¿Por qué los nazis insistían en que estaban luchando contra un poder «judío» omnipotente en el mismo momento en que el asesinato en masa de los judíos revelaba la impotencia de aquel enemigo?
En lo más hondo de ese aparente misterio se encontraba una ideología o Weltanschauung (concepción del mundo) milenarista que proclamaba que «el judío» constituía el origen de todos los males, en especial del internacionalismo, el pacifismo, la democracia y el marxismo, y que era el responsable del surgimiento del cristianismo, la Ilustración y la masonería. Se estigmatizaba a los judíos como «un fermento de descomposición», desorden, caos y «degeneración racial», y se los identificaba con la fragmentación interna de la civilización urbana, el ácido disolvente del racionalismo crítico y la relajación moral; se hallaban detrás del «cosmopolitismo desarraigado» del capital internacional y de la amenaza de la revolución mundial. Eran el Weltfeind, el «enemigo mundial» contra el cual el nacionalsocialismo definió su propia y grandiosa utopía racista de un Reich que duraría mil años.
En la ideología racista y genocida de Hitler, la redención (Erlösung) de los alemanes y de la humanidad «aria» dependía de la «solución final» (Endlösung) de la «cuestión judía»: a menos que se aniquilara definitivamente al diabólico «enemigo mundial», no habría paz en una Europa que debía unirse bajo el liderazgo germánico, un continente en el cual Alemania realizaría su destino natural y se expandiría hacia el este con el fin de crear un Lebensraum (espacio vital) para su propio pueblo. La Segunda Guerra Mundial, iniciada por Hitler, fue, de modo simultáneo, un conflicto bélico por la hegemonía territorial y una batalla contra el enemigo mítico judío.
La guerra convirtió el Holocausto en una posibilidad real: las victorias de la Wehrmacht pusieron por primera vez a millones de judíos bajo control directo del poder alemán, y Hitler delegó en las SS –dirigidas por el Reichsführer Heinrich Himmler y su subordinado inmediato, Reinhard Heydrich– la tarea de aniquilarlos a sangre fría. Ya en una fecha tan temprana como 1939, se inició el llamado «programa de eutanasia», que dependía directamente de Hitler y de la Cancillería del Führer y estaba destinado a eliminar a 90.000 alemanes de pura cepa a quienes se consideraba «no aptos para vivir» porque eran física o mentalmente «anormales». Aquel programa, interrumpido temporalmente en 1941, resultó ser un campo de pruebas para la «solución final»: a fines del mismo año 1941, el personal, la infraestructura y la experiencia de matar con gas venenoso fueron trasladados a los campos de exterminio de Polonia, con el fin de emplearlos contra los judíos.
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