Diseño de coleccion: Editorial Planeta Colombiana S.A
Diseño y diagramación: Juan Galvis
©2018, Luciano Wernicke
©2018, Editorial Planeta Colombiana S.A
Calle 73 N° 7 - 60, Bogotá
Primera edición: Enero 2018
ISBN - 10: 978-958-42-6690-3
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida en manera alguna ni por ningún medio, y sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
PROLOGO
Si el ilustre Giuseppe Verdi viviera, la selección de fútbol de su país serviría de excepcional inspiración para componer una ópera dramática. Italia, cuatro veces campeona del mundo, primera escuadra en ganar dos copas consecutivas, tierra de una de las ligas de fútbol más prestigiosas del planeta, la Serie A, no pudo superar la eliminatoria y se quedó sin Mundial por primera vez en sesenta años. La debacle azzurra, empero, comenzó mucho antes del inicio de la etapa clasificatoria para el Mundial ruso. Campeona en Alemania 2006, Italia no pudo superar la primera ronda de las dos ediciones siguientes: Sudáfrica 2010 y Brasil 2014. En la primera, quedó en el último lugar de un cuadrangular que, a priori, parecía muy sencillo por las características y los antecedentes de los rivales: Paraguay, Eslovaquia y Nueva Zelanda. En Brasil, la cuestión se había presentado difícil desde el sorteo, que había diagramado una zona furiosa (calificada por el morbo de la prensa como “grupo de la muerte”) con tres ex campeones –Italia, Inglaterra y Uruguay- y una presuntamente endeble Costa Rica. La pelota, no en vano llamada “caprichosa”, determinó que los dos equipos europeos fueran los primeros en marcharse a casa.
Pero Italia es más que un dramático fracaso contemporáneo. Sus estrellas, sus hazañas y sus héroes le confieren a la selección azul un carácter omnipresente. No caminará sobre la estepa rusa, pero el largo camino transitado desde 1934 le otorga el derecho de que sus gestas integren esta colección de libros especiales sobre la Copa del Mundo. Curiosidades de Italia en los Mundiales abarcará casos increíbles, como el de un técnico mundialista que era, al mismo tiempo, corresponsal de un periódico de Turín; un equipo que llegó a la final sin beber agua, pero sí vino; un goleador que solía concentrarse apartado del equipo, aunque bien acompañado por bellas señoritas. Ciao, avanti: sei benvenuti!
Luciano Wernicke
LA COPA DE MUSSOLINI
La primera copa europea no pudo desligarse del enrarecido clima político y social que envolvía al viejo continente. El régimen despótico de Benito Mussolini presionó primero a la FIFA para que Italia organizara el campeonato y luego se valió de métodos sombríos para que el equipo azzurro no tropezara en su camino hacia el título mundial. La victoria italiana sirvió a la causa fascista que glorificaba el nacionalismo sobre otras doctrinas, como el comunismo. Los futbolistas locales fueron amenazados de muerte para que ganaran el torneo, obligados a afiliarse al Partido Nacional Fascista y se ofreció un trofeo adicional al Jules Rimet, la Coppa del Duce, para la escuadra vencedora.
La presión no sólo alcanzó a los deportistas italianos. Los libros de historia del fútbol publicados en Sudamérica hacen referencia a los saludos nazis o fascistas que efectuaban las selecciones de Alemania e Italia mientras sonaban sus respectivos himnos antes de los partidos. La verdad es que todos los equipos realizaron el saludo romano -acto de estirar los brazos, rectos, hacia adelante- que en esos tiempos habían tomado como gesto distintivo Adolf Hitler y Mussolini. Distintos periódicos de entonces destacaron que, por ejemplo, antes de enfrentarse el 27 de mayo en Bologna, las escuadras de Argentina y Suecia saludaron al palco oficial con sus brazos extendidos al frente. Es más: el diario porteño La Nación informó que “al desembarcar la delegación argentina”, en el puerto de Nápoles -adonde llegó tras cruzar el Atlántico y el Mediterráneo rumbo al Mundial-, “envió un telegrama de salutación al jefe del Gobierno, señor Benito Mussolini”. Ese mismo día, agregó el matutino argentino, los jugadores y dirigentes “se trasladaron a Forli para depositar flores sobre la tumba de los padres del Duce”. Este caso es una muestra de la oscura atmósfera que dominaba Europa por esos días, en los que, a pesar de todo, dieciséis selecciones se reunieron para disputar la segunda edición de la Copa del Mundo de fútbol. Jules Rimet, padre de la competencia, se lamentó por dos ausencias notorias: Uruguay e Inglaterra. Se dice que varios motivos justificaron la ausencia oriental: el primero, cobrarse “ojo por ojo” la desconsiderada deserción de los italianos en el primer certamen, disputado en 1930. También se adujo estar en desacuerdo con la dictadura de Mussolini y que los futbolistas, que recientemente habían conseguido que se blanqueara el profesionalismo, prefirieron quedarse para intervenir en los rentables partidos locales y no jugar “por el honor” con la celeste. De una forma u otra, la escuadra uruguaya fue la única campeona que no defendió su título desde 1930 hasta Rusia 2018. Inglaterra, en tanto, seguiría dándole la espalda al campeonato ecuménico hasta 1950. Por otra parte, Rimet sumó su grano de arena al propósito de Mussolini al afirmar, el 13 de mayo, que “la Copa del Mundo será un éxito al que habrá contribuido en gran parte el Comité Organizador, que despliega una actividad difícil de igualar”.
CLASIFICADO CON TRAMPA
Italia fue el único país organizador de la Copa que debió participar de una serie clasificatoria para disputar su propio Mundial. El 25 de marzo de 1934, dos meses antes del inicio de la competencia, el seleccionado italiano se vio obligado a enfrentar en Milán a Grecia, equipo al que derrotó con facilidad 4-0. Sin embargo, la amplia victoria fue fraudulenta, ya que el equipo azzurro incluyó en sus filas a tres futbolistas que, según las reglas de entonces, no estaban habilitados para vestir esa camiseta. En esa época, si un jugador deseaba integrar el seleccionado de otro país se le exigía un mínimo de tres años de residencia en su nueva patria y un período similar después de haber defendido por última vez a su anterior equipo nacional. Ni los argentinos Luis Felipe Monti y Enrique Guaita, ni el brasileño Amphiloquio Marques cumplían con los requisitos fijados por la FIFA. Monti jugó para Argentina en julio de 1931, mientras que Guaita lo hizo en 1933. Marques Filo, en tanto, llegó por primera vez a Italia en julio de 1931. La FIFA no midió con la misma vara el caso del rumano Iuliu Baratki. En abril de 1934, la entidad emitió un comunicado en el cual señaló que Baratki “podrá ser súbdito rumano según el Tratado de Trianón (el acuerdo de paz que, al finalizar la Primera Guerra Mundial, dio origen a los países que hasta entonces conformaban el Imperio Austrohúngaro), pero por haber jugado en 1932 en el equipo nacional húngaro no puede figurar en otro combinado nacional hasta transcurridos tres años”. Baratki recién pudo representar en un Mundial a Rumania en 1938.
Pero éstas no fueron las únicas estafas cometidas por los organizadores del torneo: el partido revancha con Grecia, que debía desarrollarse en Atenas, nunca se jugó. En ese entonces, se adujo que los helenos, abrumados por el amplio marcador del primer choque, no estaban dispuestos a soportar una segunda humillación, y menos en su tierra. Sesenta años después de la suspensión del encuentro trascendió que la por entonces empobrecida Federación Griega aceptó una oferta de los italianos consistente en la compra de una casa de dos plantas en Atenas, a cambio de cancelar el compromiso y dar por perdida su participación.
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