Diseño de coleccion: Editorial Planeta Colombiana S.A
Diseño y diagramación: Juan Galvis
©2018, Luciano Wernicke
©2018, Editorial Planeta Colombiana S.A
Calle 73 N° 7 - 60, Bogotá
Primera edición: Enero 2018
ISBN - 10: 978-958-42-6691-0
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PROLOGO
Mucho le debe el deporte a Francia. Fue un noble francés, Pierre de Fredy, barón de Coubertin, quien desenterró los Juegos Olímpicos. En junio de 1894, con gran habilidad y pragmatismo, Coubertin reunió en París a representantes de movimientos deportivos de doce países (Argentina, Bélgica, Austria-Bohemia, Estados Unidos, Grecia, Gran Bretaña, Hungría, Italia, Nueva Zelanda, Rusia, Suecia y, por supuesto, Francia) para crear el Comité Olímpico Internacional (COI) y decretar la primera edición de los Juegos Olímpicos modernos, realizados en Atenas en 1896. Fue también un francés el primer presidente de la FIFA (fundada en París el 21 de mayo de 1904), Robert Guérin, y asimismo nació en esa tierra el creador del torneo más importante del deporte universal, la Copa del Mundo de fútbol: Jules Rimet.
Un año después de su formación, el organismo ya contaba con las afiliaciones de las federaciones de Inglaterra, Alemania, Austria, Italia, Hungría, Gales e Irlanda. En el segundo congreso, efectuado entre el 10 y el 12 de junio, nuevamente en París, los representantes se entusiasmaron con la idea del primer “Mundial”, aunque no se resolvió si se realizaría con clubes o selecciones. Los delegados tampoco se pusieron de acuerdo respecto de la eventual intervención de jugadores profesionales. Sí se diseñaron grupos y hasta se evaluó la posibilidad de que Suiza fuera sede de los partidos semifinales y la final. El gobierno helvético, inclusive, ofreció donar el trofeo. No obstante, esta idea fracasó por problemas económicos y de logística. Por ello, la propuesta de una competencia internacional de gran envergadura se trasladó a los Juegos Olímpicos de Londres 1908, el primero que contó con la participación de selecciones y la organización de una entidad futbolera, The Football Association. Luego de los Juegos de Estocolmo 1912, y con la incorporación de países no europeos, como Sudáfrica, Argentina, Chile y Estados Unidos, la intención de instaurar la Copa del Mundo volvió a germinar, pero el inicio de la Primera Guerra Mundial, en 1914, congeló la iniciativa. La idea de organizar el primer Mundial comenzó a cobrar fuerza una vez terminado el conflicto bélico gracias al empuje de otro francés, Jules Rimet. El dirigente galo, que presidía la FIFA desde 1921, estaba convencido de que el fútbol podía “fortalecer los ideales de una paz permanente y verdadera”. Tras numerosas “idas y vueltas”, el 8 de septiembre de 1928, en Zúrich, se le puso fecha al primer torneo: julio de 1930. Casi un año más tarde, el 18 de mayo de 1929, España, Italia, Suecia, Holanda, Hungría y Uruguay presentaron sus candidaturas en el congreso de Barcelona. La nación rioplatense era la favorita por haberse consagrado campeona en los dos últimos Juegos Olímpicos (París 1924 y Ámsterdam 1928), por contar con mejores recursos (ofreció hacerse cargo de todo los gastos de traslado y alojamiento de las delegaciones, lo que no pudieron asegurar los países del viejo continente, que atravesaban una severa crisis económica) y por sumar el apoyo de todos los representantes americanos, mientras que los europeos, aunque eran mayoría, estaban divididos entre cinco postulantes. Además, se veía con simpatía que el torneo formara parte de los festejos del centenario de la jura de la independencia uruguaya.
Rimet no sólo empujó el inicio de la Copa del Mundo, también se ocupó de promover la participación de cuatro naciones europeas en Uruguay 1930 –Francia, Yugoslavia, Rumania y Bélgica-, empresa rechazada por varias naciones -como Italia, Alemania, España o Inglaterra- que no se animaron a cumplir la larga travesía hasta el Río de la Plata.
Desde ese puntapié inicial, la selección francesa ha sido siempre un actor vistoso en la mayoría de los Mundiales y se ha dado el lujo de ganar una edición, la de 1998. La escuadra del gallo también ha protagonizado historias increíbles, como el cabezazo de Zinedine Zidane al italiano Marco Materazzi, un capitán del seleccionado fusilado por nazi o la intervención en un partido mundialista con camisetas prestadas por un equipo provincial. Curiosidades de Francia en los Mundiales ofrece un variado menú para disfrutar a la espera de una nueva edición de la gran cita deportiva: Rusia 2018.
Luciano Wernicke
GOLES CAROS
El debut oficial de la selección de Francia fue un vibrante empate a 3 ante su par de Bélgica, en Bruselas, el 1 de mayo de 1904. Sin embargo, un año antes del estreno, un combinado galo conformado por once futbolistas parisinos vestidos con camisetas rojas enfrentó un conjunto de estrellas inglesas vestidas de blanco. Esa tarde, 26 de abril de 1903, no hubo empate, aunque las dos escuadras se fueron muy contentas del Parc des Princes de la “Ciudad Luz”: los visitantes, por haberse impuesto por un inobjetable 11-0. Los locales, porque 984 personas habían pagado su entrada para ver el match. La taquilla ascendió a 1.246 francos antiguos, ¡una fortuna en esos tiempos!
PRESOS
El 7 de mayo de 1905 la selección francesa viajó en tren desde París hacia Bruselas para enfrentar a la representación nacional belga. El equipo galo sólo alistó once futbolistas –en esa época no se permitían las sustituciones-, entre ellos el arquero Georges Crozier, quien al mismo tiempo era militar y, finalizado el encuentro, debía regresar rápidamente a su cuartel en el ferrocarril que partía a las seis desde la estación central de la capital belga para cumplir con una guardia en su cuartel. Para desgracia de Crozier, el inicio del duelo se retrasó porque el árbitro inglés John Lewis se perdió por las calles de Bruselas y arribó al estadio De Ganzenvijver con una hora y media de demora. El arquero, desesperado, se vio obligado a abandonar el match a los diez minutos de la segunda parte, cuando el marcador favorecía a los locales por 4 a 0. El capitán Fernand Canelle ocupó la valla y, con diez hombres, Francia perdió por 7 a 0. Mientras sus compañeros eran humillados, Crozier corrió hasta la estación central, pero no llegó a tiempo y perdió el tren. El militar regresó a su cuartel dos horas más tarde de lo debido, por lo que fue castigado con quince días de arresto.
En febrero de 1912 la selección de Francia disputó un encuentro amistoso ante su par de Suiza en el Stade de Paris del barrio de Saint-Ouen. Uno de los futbolistas convocados fue el delantero zurdo Marcel Triboulet, quien actuaba para Racing Club de París y en ese período cumplía el servicio militar en el Regimiento 77 de infantería en el destacamento de Cholet, una ciudad situada a unos 350 kilómetros al sudeste de la capital gala. Triboulet pidió permiso a sus superiores para enfrentar a la escuadra helvética, mas su solicitud fue rechazada. Los jefes le explicaron que se encontraba en un período de entrenamiento y que, si sufría algún tipo de lesión en el partido, no podría continuar cumpliendo con su deber con la nación. Los oficiales, no obstante, le permitieron al futbolista viajar hacia la capital para ver el duelo como espectador. Triboulet se marchó y, al llegar al estadio, fue convencido por sus compañeros para alinearse en el equipo. Unos le señalaron que los detalles del encuentro jamás llegarían a Cholet; otros, que su verdadero “deber con la nación” consistía en vestir la camiseta
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