Diseño de coleccion: Editorial Planeta Colombiana S.A
Diseño y diagramación: Juan Galvis
©2018, Luciano Wernicke
©2018, Editorial Planeta Colombiana S.A
Calle 73 N° 7 - 60, Bogotá
Primera edición: Enero 2018
ISBN - 10: 978-958-42-6628-6
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PROLOGO
Garra. No hay palabra que describa mejor la estirpe del equipo celeste, protagonista de hazañas asombrosas en la Copa del Mundo o los antiguos Juegos Olímpicos, aquellos en los que el torneo de fútbol equivalía a un Mundial. Un seleccionado sustentado en un pueblo chiquito, en términos de cantidad de personas, gigante en compromiso, tesón y entusiasmo. Una escuadra que acuñó una palabra memorable, adaptada en todo el planeta futbolero como sinónimo de proeza: “Maracanazo”.
La rica historia oriental ha superado los 115 años desde el fraternal estreno de Paso Molino, Montevideo, ante Argentina. Dos Mundiales, dos “Juegos Olímpicos-Mundiales” y quince Copas América revientan las vitrinas de este pequeño gigante, que además de títulos ha concebido cientos de episodios memorables, leyendas e insólitas historias. Curiosidades de Uruguay en los Mundiales plantea repasar las más increíbles aventuras, como la del muerto que siguió jugando, la del campeón expulsado de la selección por haber intimado con la “amiga” de un dirigente o la del héroe del “Maracanazo” que, en lugar de festejar con sus compañeros, se dedicó a consolar a los hinchas cariocas.
Luciano Wernicke
LA COPA AMÉRICA QUE PRODUJO UNA MEDALLA DE ORO OLÍMPICA
“¿Quieren un premio? Perfecto: si ganan la Copa América les pagamos el viaje a los Juegos Olímpicos”. José Nazzazi, José Andrade, Héctor Scarone, Pedro Cea y Pedro Petrone se quedaron helados con el ofrecimiento lanzado por los dirigentes uruguayos, encabezados por el médico pediatra Atilio Narancio. Tenían en sus manos -o, mejor dicho, en sus pies- la gran posibilidad de viajar a París para disputar el torneo más prestigioso del momento, en el que nunca había intervenido una selección americana. Motivados por la singular recompensa, los once celestes fueron una manada de fieras hambrientas que ganó todos los partidos disputados en el estadio del Parque Central durante la séptima edición del campeonato sudamericano, desarrollada en Montevideo entre noviembre y diciembre de 1923: 2 a 0 a Paraguay, 2 a 1 a Brasil y 2 a 0 a Argentina. Acallados los festejos del nuevo éxito continental, los directivos cumplieron su palabra y al año siguiente Uruguay concurrió a la cita olímpica.
EL MUNDIAL ANTES DEL MUNDIAL
Los campeonatos olímpicos de los Juegos de París 1924 y Ámsterdam 1928 tuvieron a un protagonista exclusivo: Uruguay. El seleccionado celeste se adueñó del oro cómodamente en el primero de ellos. En su delicioso Fútbol a sol y sombra, el escritor Eduardo Galeano detalla que “era la primera vez que un equipo latinoamericano jugaba en Europa. Uruguay enfrentaba a Yugoslavia en el partido inicial. Los yugoslavos enviaron espías a la práctica. Los uruguayos se dieron cuenta, y se entrenaron pegando patadas al suelo, tirando la pelota a las nubes, tropezando a cada paso y chocándose entre sí. Los espías informaron: ‘Dan pena estos pobres muchachos que vinieron de tan lejos’. Apenas dos mil personas asistieron a aquel primer partido. La bandera uruguaya fue izada al revés, con el sol para abajo, y en lugar del himno nacional se escuchó una marcha brasileña. Aquella tarde, Uruguay derrotó a Yugoslavia 7 a 0”. En la final de 1924, los orientales se impusieron fácilmente a Suiza por 3 a 0, aunque tuvieron que transpirar bastante cuatro años más tarde, en la capital holandesa, ante otra selección sudamericana: Argentina. El 10 de junio, por el match culminante, las dos escuadras rioplatenses no se sacaron ventaja (igualaron en uno con tantos de Pedro Petrone para los orientales y Manuel Ferreira para los albicelestes), pero tres días más tarde, en el desempate, los uruguayos lograron desequilibrar la balanza al imponerse por 2 a 1 (Roberto Figueroa y Héctor Scarone para los ganadores, y Luis Monti para los argentinos). El holandés Johanness Mutter fue el árbitro en los dos encuentros. Uruguay comenzaba a escribir la historia. Para los hinchas orientales, estas dos conquistas tienen el mismo valor que los dos Mundiales ganados en Uruguay 1930 y Brasil 1950. Por ello, la camiseta celeste lleva bordada en el pecho, junto al escudo de la Asociación Uruguaya, cuatro estrellas: dos por las medallas de oro en París y Ámsterdam, y dos por las Copas de Uruguay y Brasil. Además, los dos títulos olímpicos le abrieron la puerta a la nación rioplatense para ser la primera anfitriona para una Copa del Mundo de fútbol. Si bien para ello todavía habría que sortear otros obstáculos.
URUGUAY, PRIMERA SEDE MUNDIALISTA
Mientras el fútbol ganaba espacio y prestigio en los Juegos Olímpicos, varios congresos se sucedieron sin que se lograra alcanzar el objetivo primordial: un campeonato exclusivo de este deporte con representaciones nacionales de todos los continentes. En una oportunidad, la FIFA llegó a diagramar un certamen con la inscripción de once países, más los cuatro estados británicos: Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda (verde isla que en ese tiempo se encontraba por completo bajo el dominio de la rígida corona anglosajona). Sin embargo, pocas semanas antes del inicio del campeonato, pautado en 1906, ni siquiera el país anfitrión, Suiza, había formalizado su participación. El inglés Daniel Woolfall aseguró que “la FIFA (de la que sería años más tarde su presidente) todavía no está fundada sobre bases suficientemente estables para emprender la creación de un campeonato internacional”. Woolfall destacó además que “haría falta también tener la certeza de que todos los equipos inscriptos conservarán las mismas reglas del juego”.
La idea de organizar el primer Mundial comenzó a cobrar fuerza varios años después del final de la Gran Guerra (que luego sería llamada Primera Guerra Mundial), gracias al empuje del francés Jules Rimet. El dirigente galo, que presidía la FIFA desde 1921, estaba convencido de que el fútbol podía “fortalecer los ideales de una paz permanente y verdadera”.
Tras numerosas idas y vueltas, el 8 de septiembre de 1928, en Zúrich, se le puso fecha al primer torneo: julio de 1930. Casi un año más tarde, el 18 de mayo de 1929, España, Italia, Suecia, Holanda, Hungría y Uruguay presentaron sus candidaturas en el congreso de Barcelona. La nación rioplatense era la favorita por haberse consagrado campeona en los dos últimos Juegos Olímpicos, por contar con mejores recursos (ofreció hacerse cargo de todos los gastos de traslado y alojamiento de las delegaciones, lo que no pudieron asegurar los países del Viejo Continente, que atravesaban una severa crisis económica), y por sumar el apoyo de todos los delegados americanos mientras que los representantes europeos, aunque eran mayoría, estaban divididos entre cinco postulantes. Además, se veía con simpatía que el torneo formara parte de los festejos del centenario de la jura de la independencia uruguaya. Según los diarios de entonces la actuación diplomática del delegado oriental, Enrique Buero – acompañada ardientemente por la de su par de Argentina, Adrián Beccar Varela-, resultó decisiva. Primero consiguió las renuncias de los representantes de Suecia, Holanda y Hungría. Luego, con el argumento de que en el Uruguay había una enorme colectividad española e italiana que apoyarían a sus selecciones, logró que los delegados peninsulares dieran un paso al costado. El honor de ser el primer país organizador de la Copa del Mundo, finalmente, fue concedido por aclamación a Uruguay. En declaraciones al matutino porteño La Nación, Buero sostuvo que “la decisión del Congreso de elegir a Montevideo como sede para el primer campeonato mundial ha permitido revelar el sentimiento unánime de los distintos países americanos, que con Argentina a la cabeza han apoyado calurosa y entusiastamente la propuesta de la Confederación Sudamericana de Fútbol. Hemos dado un ejemplo reconfortante de solidaridad continental”. La historia de los Mundiales estaba en marcha.