Diseño de coleccion: Editorial Planeta Colombiana S.A
Diseño y diagramación: Juan Galvis
©2018, Luciano Wernicke
©2018, Editorial Planeta Colombiana S.A
Calle 73 N° 7 - 60, Bogotá
Primera edición: Enero 2018
ISBN - 10: 978-958-42-6627-9
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida en manera alguna ni por ningún medio, y sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
PROLOGO
Un solo vistazo basta para comprender el lugar que ocupa la selección mexicana de fútbol en el concierto internacional. La tabla estadística histórica de la Copa del Mundo, el certamen más prestigioso y fabuloso del deporte, resalta que la tricolor es la quinta escuadra nacional con mayor cantidad de campeonatos disputados hasta el umbral de Rusia 2018 (quince), sólo superada por Brasil (única nación con asistencia perfecta, con veinte), Alemania (dieciocho), Italia (también dieciocho) y Argentina (dieciséis). México, además, es el octavo país en la lista de partidos mundialistas cumplidos, con 53. Más que el bicampeón Uruguay (51), por ejemplo, o que Holanda (50), un equipo que jamás levantó la Copa aunque estuvo presente en tres finales. Alguno podrá minimizar la alcurnia del conjunto azteca al señalar que posee el récord de derrotas, con veinticinco. Lo cierto es que jugar más implica también ganar, empatar o perder más. Italia, sin ir más lejos, cuatro veces campeón del mundo, guarda en su cofre veintiuna caídas. En los Mundiales, lo primero es competir, ser protagonista, y México volverá a serlo en Rusia, con una misión especial: superar los octavos de final, una instancia que se ha convertido en una misión imposible desde hace casi un cuarto de siglo. En los últimos seis Mundiales, desde la edición de Estados Unidos 1994, la representación tricolor ha superado siempre la fase de grupos, pero no ha podido jamás atravesar el primer peldaño de la segunda etapa del torneo para pasar al ansiado “quinto partido”.
La escuadra nacional azteca cumple noventa años de sacrificios, alegrías y tristezas. Noventa años de muchos pasitos de noventa minutos. Curiosidades de México en los Mundiales propone recorrer el largo camino transitado desde Uruguay 1930 hasta la exitosa eliminatoria que alimenta una nueva esperanza en el certamen ruso de 2018.
El objetivo de esta emocionante peregrinación no es repasar los resultados uno a uno, ni tomar puntillosa nota de los goles marcados o las expulsiones sufridas. Para eso, no es necesario ningún libro que aliente la aventura: basta con encender la computadora o el teléfono e ingresar a las páginas oficiales de la FIFA, la misma Federación Mexicana o, si no se teme a las armas de doble filo, navegar por las tempestuosas aguas de Wikipedia. Aquí el planteo es muy diferente: acercarse a los deportistas para descubrir sucesos vividos por hombres de carne y hueso. Personas comunes con sueños, victorias y fracasos. Actores de curiosas anécdotas, algunas enternecedoras, otras no tanto.
Tenemos mucho por recorrer, mucho por conocer, mucho por revivir, mucho por emocionarnos. Los invito a que me acompañen en un maravilloso viaje de más de ochenta años de pasión mundialista.
Luciano Wernicke
ODISEA MUNDIALISTA
La primera participación de México en la Copa del Mundo de fútbol no tuvo mucho que envidiar a la odisea del héroe clásico Ulises... o a la que los propios mexicanos habían sufrido en ocasión de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam. Para la edición inaugural del gran torneo no fue necesario recurrir a una etapa clasificatoria, porque apenas doce países aceptaron la invitación formulada por Uruguay, el primer organizador del certamen. La selección de los futbolistas aztecas recayó sobre un técnico español, José Juan Luqué de Serrallonga. Nacido en Cataluña, Luqué -un ex arquero del español Foot-Ball Club de la ciudad de Cádiz al que en su tierra se conocía como ‘Juanito’, porque apenas medía 1,69 metros de altura- utilizó la base del plantel que había viajado a Holanda y la reforzó con nuevos valores. Si bien la lista de “buena fe” autorizaba la inclusión de veintidós deportistas, el dinero reunido apenas alcanzó para sufragar los gastos de diecisiete. Antes de la partida, contó el arquero Óscar Bonfiglio en una entrevista, los jugadores protagonizaron un adiestramiento muy particular, debido a que ninguno de ellos vivía de manera exclusiva con el dinero reunido por jugar al fútbol. “Durante el mes de mayo tendremos concentración diaria desde las 6 hasta las 8.30 de la mañana en el campo Necaxa para entrenamiento. Después, cada quien a sus trabajos y regresar a las 6 para pláticas. A las 8, todo el mundo a su casa a descansar”, comentó.
El traslado se inició a principios de junio, con un viaje en tren desde el Distrito Federal a Veracruz. Luego, el equipo subió a un barco que lo trasladó a La Habana y después hacia el norte, a Nueva York. En el puerto de Manhattan, los mexicanos abordaron el buque Munargo junto a otra delegación mundialista, la de los Estados Unidos, y zarparon hacia la capital uruguaya. “Durante esos días nos entrenábamos con algo de gimnasia o peloteos de cabeza a bordo de la misma embarcación”, narró Bonfiglio.
El arquero divulgó, además, una graciosa anécdota ocurrida a bordo del buque: un día antes de una de las escalas, un empleado de la compañía naviera distribuyó entre los pasajeros unos papeles que se debían completar con los datos personales y entregar a las autoridades migratorias al descender a tierra. En uno de los camarotes, Rafael ‘Récord’ Garza Gutiérrez, Hilario ‘El Moco’ López y Óscar Bonfiglio habían terminado el trámite. Sólo faltaba Luis ‘Pichojos’ Pérez. El portero le preguntó qué le ocurría y Pérez, avergonzado, le confesó que no sabía leer ni escribir. Conmovido por el deficiente nivel cultural de su compañero, Bonfiglio tomó su lápiz y se dispuso a ayudarlo.
- ¿Nombre? –preguntó en voz alta.
-Luis Pérez –contestó muy serio.
- ¿Sexo?
-Mexicano.
La insólita respuesta del pobre ‘Pichojos’ arrancó espontáneas carcajadas a los otros tres, pero el arquero y ‘Récord’ rieron mucho más cuando intervino ‘El Moco’ Hilario:
-Pero ‘Pichojos’, ¡por favor! Lo que te pregunta Bonfiglio es tu apellido materno...
Luego de visitar puertos como el de Río de Janeiro–el equipo mexicano aprovechó la escala para jugar en esa ciudad su único partido de entrenamiento previo al torneo, ante el equipo del club local Botafogo-, la nave atracó en Montevideo el primero de julio, doce días antes del comienzo del torneo. México y Estados Unidos fueron las primeras delegaciones extranjeras en presentarse en la sede del gran evento. Tras recorrer algunos puntos históricos de la ciudad y visitar las obras del Estadio Centenario, la delegación azteca fue trasladada al hotel The Garden del barrio de Colón. El cercano colegio salesiano Pío IX, en tanto, ofreció generoso su enorme patio como centro de entrenamiento a los visitantes que, para llegar a la “tierra prometida”, habían recorrido más de trece mil kilómetros al cabo de casi un mes de travesía.
GUINDA
El uniforme utilizado por México en su primer emprendimiento mundialista parece hoy muy extraño: camiseta de rojo subido, violáceo o púrpura, casi del tono del buen vino tinto o la guinda madura. En el costado izquierdo de la pechera, sobre el sector donde supuestamente late el corazón, fue adherido un escudo con franjas verticales bordadas en verde, blanco y rojo con la inscripción “México” en la zona superior. Una agujeta negra zigzagueaba entre seis ojales para cerrar el cuello. La elección del curioso atuendo fue consensuada por uno de los máximos dirigentes de la Federación Mexicana de Fútbol, Jesús Salgado; un delegado olímpico, José Martínez Ceballos; y el capitán de la escuadra futbolera, Rafael Garza Gutiérrez, a quien se conocía por el apodo de ‘Récord’. El color escogido para el short (más bien una bermuda) y las medias fue el azul marino. Los encargados de la selección cromática estaban convencidos del equipo nacional no necesariamente debía tomar los tonos de la bandera patria. En los Juegos Olímpicos de 1928, Garza Gutiérrez había comprobado que los combinados de Uruguay y Holanda, por ejemplo, no vestían con colores obtenidos de sus respectivos pabellones nacionales. La playera guinda se utilizó casi de manera exclusiva hasta 1956, cuando por fin se impuso el verde de la enseña, con el blanco como primera alternativa.