Luciano Wernicke - Curiosidades de España en los Mundiales

Diseño de coleccion: Editorial Planeta Colombiana S.A
Diseño y diagramación: Juan Galvis

©2018, Luciano Wernicke
©2018, Editorial Planeta Colombiana S.A
Calle 73 N° 7 - 60, Bogotá

Primera edición: Enero 2018
ISBN - 10: 978-958-42-6625-5

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida en manera alguna ni por ningún medio, y sea eléctrico, químico, ecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

PROLOGO

La victoria en el Mundial de Sudáfrica 2010 destruyó la maldición roja. La selección de fútbol de España, muchas veces promesa, por fin se sentó a la mesa de los grandes. ‘La Roja’, como la bautizó el fallecido seleccionador Luis Aragonés, o ‘La Furia’, como la llamó un periódico holandés a partir del arrojo demostrado por sus hombres en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920, posee una larga y dilatada trayectoria en la Copa del Mundo desde su debut en la edición de Italia 1934 hasta la deshonrosa despedida de Brasil 2014, en la primera ronda. En esos ochenta años, la representación española ha protagonizado un sinnúmero de divertidas anécdotas que aquí se congregan: una extravagante eliminatoria que perdió en un sorteo, un jugador que llevó su propia comida a una Copa del Mundo o un grupo de futbolistas que en la concentración se divirtieron cazando patos... ¡con una ametralladora!

Pasen y vean, que hay mucho por conocer antes de que suene el pitazo inicial de Rusia 2018.

Luciano Wernicke

EL ÁRBITRO ANCIANO Y LA PLATA ESPAÑOLA

La selección española nació con una finalidad específica: competir en el campeonato olímpico de fútbol de los Juegos de Amberes 1920, que en esa época equivalía al actual Mundial. Para ese torneo -que tuvo a Egipto como única escuadra no europea-, los organizadores echaron mano de un extraño fixture denominado “Bergvall”, que preveía una especie de campeonato “consuelo” entre los perdedores de cuartos de final, de la semifinal y la final. La escuadra ibérica arrancó con un triunfo sobre Dinamarca, por 1 a 0, que fue seguido por una derrota 3-1 ante el equipo anfitrión, que luego superó a Holanda y avanzó hacia la final. En ese juego definitivo, que tuvo lugar el 2 de septiembre en el estadio Olímpico colmado por más de 40 mil espectadores, Bélgica enfrentó a Checoslovaquia. Los visitantes eran de temer porque, en su primer campeonato internacional, habían vapuleado 7-0 a Yugoslavia, 4-0 a Noruega y 4-1 a Francia. No obstante, en apenas seis minutos, los locales se pusieron en ventaja por intermedio de Robert Coppée mediante un dudoso penal. Los checoslovacos comenzaron a quejarse del arbitraje del inglés John Lewis -quien tenía nada menos que 72 años-, al que acusaban de actuar en forma parcial. El checo Josef Sedlácek aseguraba que Lewis estaba resentido contra ellos tras un partido jugado en Praga, en el cual el veterano referí había sido agredido. A los 39 minutos, con el marcador 2-0 (Henri Larnoe había conseguido el segundo gol), el juez expulsó al defensor visitante Karel Steiner por una fuerte falta. Hastiado por lo que consideraba una injusticia, el capitán checoslovaco Karel Pesek retiró al equipo. Los belgas ganaron el oro, pero sus derrotados se quedaron sin medalla de plata: por haber abandonado el encuentro culminante, se les prohibió jugar la ronda “consuelo”. De este modo, España (beneficiada por la ausencia de la escuadra checoslovaca) y Holanda (pasó por la deserción de Francia, que debió haber jugado por el tercer puesto directamente, pero sus jugadores ya habían vuelto a casa) definieron el segundo puesto. El 5 de septiembre, nuevamente en el estadio Olímpico, la plata quedó en definitiva en manos de la representación ibérica, que había caído en cuartos de final al imponerse por 3 a 1 a su rival de los Países Bajos. Uno de los tantos del ganador lo consiguió el delantero vasco Rafael Moreno Aranzadi, a quien se conocía como ’Pichichi’. En su honor, hoy se entrega el premio Pichichi al máximo goleador del campeonato español.

EXTRAÑOS TANTEADORES

España volvió a presentarse en el torneo olímpico de fútbol de 1924, en ocasión de los Juegos realizados en París. Esta experiencia resultó bastante oscura: el equipo rojo cayó en la ronda preliminar ante Italia, por 1 a 0, por culpa de un autogol del vasco Pedro Vallana Jeanguenat. Ese partido tuvo pasajes muy calientes, con peleas entre los futbolistas de ambas escuadras, que repercutieron en la relación deportiva entre las dos naciones.

Cuatro años más tarde, en Ámsterdam, España enfrentó a México en los octavos de final. Para ese duelo, los organizadores del campeonato designaron como referí al italiano Achille Gama, un ex futbolista que, luego de haber actuado varios años con la camiseta del club Internazionale de Milán, se dedicó al arbitraje. Horas antes del juego, los españoles rechazaron la designación de Gama por considerar que un juez italiano no debía intervenir en un encuentro cuyo ganador enfrentaría en cuartos de final, precisamente, a Italia –que había vencido a Francia un día antes, el 29 de mayo-. El comité aceptó el reclamo ibérico a pesar de que Achile Gama era en verdad Achille Da Gama Silva Malcher, un brasileño nacido en el amazónico estado de Pará, y nombró un nuevo referí: el húngaro Gabor Boronkay. Si bien la queja tenía sustento, la verdad es que el reproche se sustentaba en la mala relación entre españoles e italianos, descompuesta en los Juegos de París 1924. De todos modos, la nacionalidad del árbitro seguramente no habría alterado el resultado: España, muy superior a su rival americano se impuso por 7 a 1. La crítica de El Mundo Deportivo resultó implacable: “El equipo de México ha demostrado que dista aún mucho de haber alcanzado la calidad de los equipos sudamericanos. Su nivel no parece ser mucho más alto que el de sus vecinos del norte. (...) España no ha tenido enemigo de calidad. El once de México ha demostrado no estar curtido para encuentros con adversarios de clase. Técnicamente es pobre, sus delanteros son rápidos pero faltos de buen control de balón y de remate”. El matutino madrileño ABC tampoco ahorró críticas despiadadas: “Los españoles no se emplearon a fondo durante el partido. (...) Fue facilísimo para los españoles, que se limitaron a hacer un juego de exhibición”.

En la siguiente ronda España no pudo quitarse la espina: volvió a caer con Italia otra vez, al cabo de dos partidos. El 1 de junio, el match terminó 1 a 1; el desempate, jugado tres días después... ¡siete a uno! A diferencia de la brava crítica de El Mundo Deportivo hacia el rendimiento de los mexicanos que habían caído por el mismo marcador, en este caso el matutino optó por no apalear a sus futbolistas y responsabilizar por la goliza a “fallos desacertados y, al parecer, parciales del árbitro (holandés Hans Boekman), que desmoralizaron a nuestros jugadores”. ¡Así se informa, joder!

VERSÁTIL

La selección española que representó a su país en el torneo olímpico de fútbol y aplastó a México estaba compuesta solamente por futbolistas amateurs nacidos en el País Vasco. Uno de ellos era José María Yermo, un veloz delantero autor de tres de los pelotazos que vulneraron el arco defendido por el azteca Óscar Bonfiglio. Yermo, un atleta que se había destacado en disciplinas como el salto de longitud y el triple salto, tuvo un desempeño olímpico que trascendió el ámbito futbolístico. Dos meses después de su intervención futbolera, el deportista vasco compitió en la prueba ciclística del kilómetro contrarreloj, en la que terminó en el duodécimo lugar. Haciendo honor a su apellido, Yermo no logró cosechar ninguna medalla.

CAMBIOS Y MAESTROS INGLESES

Aunque España es uno de los siete países fundadores de la FIFA y se postuló para ser sede del primer Mundial, su escuadra nacional se negó a participar de la Copa del Mundo realizada en Uruguay en 1930. Cuatro años más tarde, el éxito del certamen rioplatense y la posibilidad de competir cerca de casa, en Italia, reavivaron el interés ibérico. Debido al aumento de los equipos cautivados por el trofeo de oro que representaba a la diosa de la victoria, aparecieron las eliminatorias. España debió medirse con Portugal por un pasaje hacia la península con forma de bota. La cuestión, de todos modos, resultó sencilla para ‘La Roja’: el 11 de marzo de 1934 ganó 9 a 0 en Chamartín, el antiguo hogar de Real Madrid, con cinco tantos del centrodelantero Isidoro Lángara. Este partido contó con una peculiaridad: el referí belga Raphael Van Praag le permitió al entrenador portugués Antonio Ribeiro do Reis realizar tres cambios en su equipo, entre ellos el del arquero suplente Augusto Amaro por Soares dos Reis, quien salió lesionado a los quince minutos. Si bien los cambios no estaban permitidos en torneos oficiales, para esta primera edición clasificatoria se aceptó que, para cada partido, los dirigentes de los dos equipos acordaran la posibilidad de reemplazar al arquero en caso de que se lastimara, así como a uno o dos de los jugadores “de campo”. Si bien concedió a su rival la opción de sustituir futbolistas, España, en cambio, se negó a acogerse a este beneficio. De hecho, uno de sus jugadores, Eduardo ‘Chacho’ González Valiño se lastimó la cadera cuando el encuentro estaba 4 a 0. ‘Chacho’ estuvo varios minutos afuera, luego regresó y a los ochenta minutos se retiró definitivamente, aquejado por un dolor que, además, le impidió participar de la revancha. Una semana más tarde, España se impuso también en Lisboa por 2 a 1 (doblete de Lángara) y se clasificó para el Mundial italiano.