Emilio Carrillo aborda el tema del más allá, de la vida después de la muerte, en el que se incluyen testimonios reales de experiencias cercanas a la muerte y de prácticas de contactos y conexiones con almas.
El libro hace una reflexión sobre la muerte desde un plano vital, con la finalidad de conocer más sobre ella para gozar la vida.
¿Es posible no darse cuenta del fallecimiento físico? ¿En qué consiste la reencarnación y cuáles son sus leyes? ¿Cómo es la comunicación desde el más allá?...
A Lola y Yolanda.
A Antonio López.
A todos los que han pasado al otro lado.
A todos los que, inevitablemente, habrán de hacerlo.
I NTRODUCCIÓN
La muerte es un imposible: es un fantasma de la imaginación humana; solo eso. La Vida es Una y tiene muchas manifestaciones en diversos planos y realidades.
La vida física es uno de esos planos, pero existen otros por los que la vida —la tuya, la mía, la de todos— discurre tanto antes como después de que nos encarnemos como seres humanos. De hecho, son numerosas las evidencias que muestran que hay vida tras la vida.
El libro que tienes en tus manos bebe de dichas evidencias, y pone a tu alcance, de manera tan profunda como sencilla, casos y experiencias prácticas de vida post mórtem y un amplio conjunto de reflexiones y consideraciones que te acercarán al conocimiento preciso de lo que viven las personas una vez que han fallecido físicamente.
Para abordar y desarrollar de manera adecuada estos contenidos, el texto se divide en tres grandes partes. La primera, estructurada en dos capítulos, se dirige a analizar la verdadera naturaleza de lo que llamamos «muerte».
La lectura del primer capítulo te servirá para comprender las paradojas y las contradicciones de la visión materialista de la vida —que se manifiesta convencida, sin pruebas reales que lo avalen, de que tras la defunción no hay nada— y las hondas raíces y la grandeza de la percepción transcendente de la existencia que sostiene que hay vida después de la vida.
La visión transcendente ha sido argumentada y defendida por los sabios de todas las épocas y culturas, personajes excepcionales unánimemente reconocidos como faros de luz en la evolución de la humanidad a lo largo de la historia. Ello servirá de antesala para invitarte a recapacitar sobre la muerte para gozar la vida, pues el miedo a la primera provoca también el miedo a la segunda e impide vivirla con plenitud.
Para ello, nos acercaremos al genuino ciclo de la vida —nacimiento, muerte y resurrección—, nos detendremos en las fuentes que nos permiten saber lo que nos espera tras la muerte y examinaremos, en particular, las denominadas experiencias cercanas a la muerte (ECM), de las que estas páginas recogen casos reales narrados en primera persona por sus protagonistas; el mío entre ellos.
El capítulo dos se centra en el estudio de los componentes del ser humano para discernir con detalle qué le ocurre a cada uno de ellos cuando acontece el fallecimiento. A este respecto, me gusta resaltar que somos «coche» y «Conductor», es decir, un yo físico, mental y emocional de carácter transitorio y efímero que es usado por el «Conductor» —lo que realmente somos, el auténtico ser de naturaleza eterna— como vehículo para tener la vivencia humana.
San Pablo distinguió tres componentes y señaló que somos cuerpo —equivalente al «coche» del símil anterior—, alma y espíritu —ambos conformarían el «Conductor»—. No obstante, el libro ahonda en este asunto de mano de la llamada constitución septenaria del ser humano. Dicho enfoque distingue siete principios o «cuerpos» en las personas: el físico, el etérico, el emocional, el mental, el causal o alma humana, el búddhico o alma universal y el átmico o espíritu. Los cuatro primeros conforman el «coche» o personalidad, el cual tiene carácter perecedero; mientras que los tres últimos configuran el «Conductor», nuestro Yo Superior, que es imperecedero.
Después de conocido esto, estamos en condiciones de adentrarnos en la segunda parte del libro, centrada en el denominado tránsito, es decir, en el espacio o estado intermedio que hay entre la vida física y el plano de luz —el cielo de los cristianos, el Devachán de las religiones orientales, etc.—.
El tercer capítulo tiene como telón de fondo el conocimiento de que no es casual ni el momento en el que acontece el fallecimiento físico, ni el modo en el que se produce, ni el hecho de que este tenga lugar de manera individual o en el marco de muertes grupales —cuando por accidente o cualquier otra circunstancia son varias o muchas las personas que fallecen a la vez—. A partir de ahí, tanto de manera teórica como con la exposición de experiencias reales, se examinan las formas de desencarnar, las prácticas asociadas a una «buena muerte», la forma en la que se abandona el cuerpo físico, la importancia del estado de consciencia que se tenga antes del óbito —será el mismo con el que arranque el proceso del tránsito— y lo que se vive inmediatamente después del fallecimiento.
El cuarto capítulo analiza los contenidos y las características de la fase del tránsito y lo que hace falta para salir de ella y acceder al plano de luz. Se distingue entre lo que les acontece a las personas que, en el sentido consciencial y espiritual, se han trabajado a sí mismas, lo que les ocurre a las que no lo han hecho y lo que les sucede a las que, además de no haberse ocupado de su trabajo interior, han llevado una vida perversa y llena de egoísmo. No en balde, la experiencia que va a tener el desencarnado en el tránsito guarda relación directa con el mayor o menor trabajo interior que haya llevado a cabo durante la vida física. De ello depende que se percate de que ha muerto físicamente o tarde en darse cuenta de ello, y el hecho de que acepte o no haber fallecido —estos factores, a su vez, determinarán que permanezca más o menos tiempo «atascado» en el proceso del tránsito—. La casuística en relación con todo ello es muy amplia y se ilustra en el texto con el relato de diversos casos prácticos.
Basándonos en lo dicho, el capítulo cinco profundiza en los desencarnados que se demoran en la fase del tránsito y que, desde ese espacio, quieren permanecer conectados con el plano físico que abandonaron al fallecer y seguir interactuando con este. Se expone la manera en que se puede ayudarlos para que avancen hacia el plano de luz, lo cual hace que el libro se adentre en el apasionante tema de la comunicación con el más allá. En este contexto se recogen un buen número de experiencias que facilitan una mejor comprensión al respecto.
Por último, la tercera parte se centra en el plano de luz o Devachán que nos espera más allá del tránsito. Y lo hace a través de cuatro capítulos. El sexto arranca respondiendo afirmativamente a la cuestión de si podemos en realidad tener información sobre el plano de luz y se adentra después en el primer nivel del Devachán: cómo es, cómo se vive allí y cómo en él se satisfacen anhelos vitales que quedaron sin resolver en la vida física que se ha dejado atrás. El séptimo trata de la comunicación desde el plano físico con el Devachán: ¿quién contacta con quién? Y muestra una batería de experiencias, incluidas las aportadas en el marco del llamado «vuelo de la mariposa», que nos informan acerca de esa comunicación con el Devachán. Las experiencias que se presentan coadyuvan, además, a tener un mejor conocimiento de lo que se vive en el plano de luz.
El octavo capítulo se ocupa del nivel superior del Devachán, donde tiene lugar la integración y evaluación en consciencia de las experiencias vividas en el plano físico. Ello sirve de fundamento para plantearse el tema de la reencarnación, es decir, la vuelta al plano humano para desarrollar una nueva vida física. En cada «vida» tenemos un conjunto de experiencias que impulsan el proceso de evolución consciencial y espiritual. En este contexto, se analizan también los denominados «pactos de amor entre almas».