Prefacio
Todo hombre es consciente del paso del tiempo y de que él mismo envejece. Ve nacer y morir a otros seres humanos. Sabe que la humanidad existía antes que él y que existirá después de él, cuando él mismo ya no esté. Esta conciencia de la caducidad de la vida debe afectar a la comprensión que uno tiene de sí mismo, a no ser que no quiera darse cuenta de estos hechos. ¿No se pone en peligro con la muerte el sentido de toda nuestra existencia y de todo lo que parece ser importante en la vida: éxito, buena reputación, carrera, calidad de vida, familia y toda la vida social que disfrutamos junto con los demás? Durante la vida, estos bienes son, sin duda, importantes, son incluso de un interés vital. Pero cuando llegue la muerte, todo habrá perdido su sentido y su importancia.
En este pequeño libro, que nació de las clases que impartí en Austria sobre cuestiones de Escatología, quisiera, en primer lugar, demostrar por qué es difícil para el hombre de hoy hablar sobre el más allá y ver en la doctrina del más allá una parte esencial de la fe católica.
Hoy los hombres suelen sustituir la doctrina católica sobre la escatología por utopías secularizadas, basadas en supuestos futuros desarrollos de la técnica o en ideologías que prometen crear una humanidad mejor, libre de las limitaciones actuales. La raíz de estas utopías está en la doctrina de Joaquín de Fiore sobre el reino de los mil años. Además, muchos hombres de hoy se olvidan del carácter personal de cada ser humano. Consecuencia de este olvido es la negación de la supervivencia personal del hombre tras la muerte. Por eso, después de considerar en general algunas dificultades para la comprensión de la doctrina sobre el más allá, voy a tratar algunos temas de escatología individual.
Mis agradecimientos al Padre Oliver Schnitzler, que ha traducido el texto del alemán, y a José Antonio Santiago por sus advertencias sobre el texto. La idea de publicar la obra en castellano nació durante mis clases sobre Escatología en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima.
I. Manifestaciones seculares de la escatología hoy: expectativas terrenales del futuro
1. La técnica y sus mundos virtuales
La vida con la técnica es para nosotros algo normal. La técnica nos ofrece una maravillosa ayuda para el transporte, para la grabación y el manejo de información y para los experimentos en el campo de la medicina y en las ciencias naturales en general. No queremos prescindir de esta ayuda. Nuestro mundo de hoy es un entramado cada vez más complejo, producido y mantenido por técnicos.
En tiempos pasados la técnica, que en el fondo es tan antigua como el hombre mismo, servía para hacer más fácil la vida del hombre y para contrarrestar sus limitaciones naturales. Pero hoy ya no se puede decir que la técnica esté orientada únicamente a la satisfacción de las necesidades inmediatas del hombre, porque la técnica crea poco a poco nuevas necesidades, hasta convertirse ella misma en una necesidad. El problema de una vida dominada radicalmente por la técnica es que todas las relaciones con nuestro entorno están sometidas a criterios técnicos. La filosofía antigua conocía, aparte de la artesanía técnica, la 'teoría' y la 'praxis'. Con 'teoría' se referían los antiguos filósofos al conocimiento de las cosas sin una utilidad concreta. En cambio, la 'praxis' era un saber con fines de producción, orientado hacia las relaciones interhumanas. Hoy, sin embargo, el hombre está en peligro de desaparecer tras la técnica.
Todo lo que rodea hoy al hombre es parte de un mundo creado por el hombre mismo, es resultado de su actividad técnica. El hombre se relaciona con las cosas que son 'por naturaleza' solo para cambiarlas y domesticarlas por medio de la técnica. Se olvida de la naturaleza de las cosas. En consecuencia, el hombre no ve, como antes, en la naturaleza, la obra de un Creador trascendente que se da a conocer a través de las cosas creadas por Él y que, al crearlas, les dio su ser y su orden. Y también en su entorno el hombre se encuentra únicamente con su obra.
Desde hace tiempo, los aparatos técnicos que debían hacer más fácil la vida, han desarrollado una dinámica propia incontrolable. Amenazan con apropiarse por completo del hombre. No es el hombre el que sostiene los instrumentos artesanales en sus manos; es más bien la técnica la que domina al hombre, porque éste se hace parte integrante del funcionamiento de los procesos técnicos. Se hace parte de la máquina. Con su conciencia encarcelada en este mundo virtual de la técnica, el hombre se ve confrontado con su incapacidad de hacer uso de su facultad de trascenderse a sí mismo y de elevarse con su razón más allá del mundo que capta por la experiencia. 'La amenaza del mundo de las máquinas es la inmanencia total. Todo está aquí, y porque nada deja de estar presente, todo ha dejado de ser: la amenaza del mundo de la máquina es la de una irrealidad causada por una positividad excesiva' (Peter Strasser, Journal , pág 68). Por eso, el mundo del misterio desaparece por completo del ámbito de la experiencia. Nuevas creaciones técnicas, que gozan de una variedad muy rica, son sumamente fascinantes para las jóvenes generaciones y absorben totalmente su atención. El medio técnico determina cada vez más nuestra percepción interior y exterior. Los símbolos de este medio y lo que representan desafían la inteligencia de los jóvenes, por ejemplo por medio del lenguaje informático. Así se pierde el interés por una religión que se presenta con afirmaciones intelectuales y espirituales vinculantes y requiere una decisión interior que se toma independientemente de ideas técnicas o sociales.
2. Mundos ilusorios
Esta tendencia del hombre a encerrarse cada vez más en su propio mundo, se agudiza todavía más por la omnipresencia de los medios de comunicación, que modelan el ambiente inmediato en el que se desarrolla la vida y el pensar de hoy. Es incuestionable el papel que el mundo artificial de los medios de comunicación, especialmente la televisión, ha tenido en el distanciamiento del mundo natural. La presencia permanente de los medios de comunicación crea distancia e impide una experiencia directa, inmediata, del mundo por medio de los sentidos. También la relación con el prójimo está mediada por un medio técnico. Instancias técnicas intermedias hacen imposible el contacto directo. Lo que percibe el usuario de un teléfono o de un móvil no es la voz de la persona que conoce, sino señales técnicas, ondas acústicas moduladas que interpreta como si 'escuchara' la voz de una determinada persona. Algo similar vale para otros medios: proporcionan señales que el usuario ha aprendido a utilizar. No representan el acceso a la realidad del mundo, sino que llevan al hombre a un mundo virtual que solo con dificultad puede ser detectado como 'apariencia'. Peter Strasser habla de una 'apariencia falsa de trascendencia', que 'resplandece en las cosas finitas y en las personas, en los aromas, en los aparatos, en la carne. La apariencia es falsa, no se trata de la apariencia de algo que conduce fuera de la cárcel del mundo. Después del placer ésta permanece aún cerrada con más fuerza' ( Journal , p. 144).
La televisión es hoy para muchos un sustituto de una experiencia directa y activa del mundo. La corriente de imágenes móviles es un potencial de manipulación muchísimo más grande que la palabra hablada o escrita, porque ver televisión es algo sumamente pasivo. Los televidentes ven sin el menor esfuerzo por su parte una gran cantidad de imágenes. Habiéndose acostumbrado a esta actitud pasiva, ya no ponen ningún empeño en desarrollar activamente una actitud crítica frente a la opinión del periodista o de los directores del canal, que han compuesto la secuencia de imágenes precisamente para transmitir y favorecer con esta composición una cierta opinión. En una cultura en que la formación de la opinión y de la voluntad es dominada por los medios de comunicación solo encuentran interés los temas que se tratan en estos medios. Y el ciudadano obtiene la información sobre estos temas casi exclusivamente de ellos. Los medios de comunicación suministran la información y toman posición con respecto a ella y actúan como instancias de orientación. Normalmente el individuo está desamparado frente a las informaciones que se le proporcionan. Crean un mundo aparente del cual el espectador apenas puede escaparse. No dispone de posibilidades de verificar las 'informaciones' dadas. Y parece que en una democracia de los medios la política corre el peligro de evitar las decisiones necesarias y, en lugar de tomarlas, crea problemas aparentes para ofrecer soluciones aparentes. Hace ya tiempo que los medios de comunicación asumieron el rol de modeladores de la política. Quien busca una salida de los mundos virtuales de apariencia, que son el resultado de la técnica y de los medios de comunicación, no puede evitar insistir en la separación de ser y apariencia. La mezcla de ser y apariencia no solo significa una confusión política trágica y dañina para una cultura democrática, sino que, además, hace que el observador viva en una ilusión que le impide la perspectiva de la vida real, que está amenazada por la muerte y la contingencia y lleva a la pregunta por el totalmente Otro.
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