© Martín Nova, 2020
© Dibujos: Nicolás Paris, 2020
© Editorial Planeta Colombiana S.A., 2019
Calle 73 n.º 7-60, Bogotá
www.planetadelibros.com.co
Primera edición: diciembre de 2020
ISBN 13: 978-958-42-9207-0
ISBN 10: 958-42-9207-2
Desarrollo E-pub
Digitrans Media Services LLP
INDIA
Impreso en Colombia – Printed in Colombia
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“A mis papás”
“A los soldados de Colombia”
“Colombia es un país único, aquí son los militares los que hacen la paz y los civiles los que hacen la guerra”
Ana Kipper (AFP).El Tiempo, 1953.
Oración a la patria
Colombia patria mía:
Te llevo con amor en mi corazón,
Creo en tu destino
y espero verte siempre grande,
respetada y libre.
En ti amo todo lo que me es querido;
tus glorias, tu hermosura, mi hogar,
las tumbas de mis mayores,
mis creencias, el fruto de mis esfuerzos
y la realización de mis sueños.
Ser soldado tuyo, es la mayor de
mis glorias.
Mi ambición más grande
es la de llevar con honor
el título de Colombiano,
y llegado el caso,
¡Morir por defenderte!
Monseñor Pedro Pablo Galindo Pérez
PRÓLOGO
CONFESIONARIO MARCIAL
POR RICARDO SILVA ROMERO
He aquí un prólogo con vocación de epílogo, pues no es sólo una presentación, sino una reflexión, un pulso: Conversaciones de honor, este admirable volumen de entrevistas que Martín Nova les hizo a los comandantes del Ejército de Colombia de las últimas décadas, consigue revivir la increíble historia del conflicto armado interno del país sin despojarla de su contexto, escuchar las voces militares que suelen llegar a nuestros oídos reducidas a frases sueltas más bien desafortunadas y retratar a los generales de nuestra larga guerra como –dirían los dramaturgos– personajes tridimensionales que están al día en las complejidades del mundo. Si la idea es encontrar el camino de salida del laberinto de la violencia, si la meta es hacerle terapia a una cultura traumatizada, si el propósito es documentar un extraño lugar que ha visto seis masacres, ¡seis!, en los días que me ha tomado escribir estas palabras, no me cabe duda de que vale la pena tener este libro a la mano.
Di un par de vueltas a la pregunta de qué gracia podría tener que yo, que soy y he sido como soy, diera paso a este compendio de conversaciones de confesionario sin contrapreguntas ni incomodidades –es que Nova no es un periodista, no, ni tiene el menor interés en serlo–, pero más temprano que tarde me pareció que tenía lógica, pues no se defiende la paz para guillotinar a nadie; no se defiende la vía del diálogo, como he venido haciéndolo en hombros de tantos líderes sociales que han visto el horror con sus propios ojos, para callar a los que tenían el monopolio del grito –“¡ajúa!”– y perseguir un Estado que simplemente cambie de dueños. Quiero decir que se trata de convivir. Quiero insistir e insistir en que vale la pena escuchar los relatos de los comandantes, sí, y reconocerles sus miradas, y pelearles, y rebatirles, y ponerles pies de páginas y asteriscos a las versiones de los hechos que van soltando con la sabiduría arrepentida y terca que se da en ciertas vejeces.
Cuando yo era niño, e iban a nuestra casa amigos de mi tío asesinado que hablaban de haber sido torturados durante los días del Estatuto de Seguridad, no era nada fácil, nada usual para nosotros confiar en militares. Se tenía claro que esa gente escalofriante, de tiempos de dictaduras, estaba por encima de la ley. Se escuchaba de tanto en tanto la palabra “chafarote” –qué miedo– en medio de relatos escabrosos sobre fusilamientos de estudiantes y persecuciones en la mitad de la noche a los líderes de la izquierda. Vivíamos justo enfrente de la Escuela de Caballería que parecía embrujada luego de tantos rumores sobre los excesos que se habían cometido allí mismo. Y cuando otro tío, un magistrado auxiliar, fue asesinado a la salida de la toma del Palacio de Justicia, fue claro en esta familia que lo mejor era vivir a kilómetros de los uniformados: “Nadie que se bañe en la madrugada con agua fría”, se decía.
Sin embargo, luego de eso, de 1986 en adelante, fuimos encontrándonos con soldados, con capitanes, con coroneles, con generales que no llenaban los requisitos del estereotipo: el mundo sería mejor –qué duda cabe– si fuera posible ir uno por uno. Y entonces fue claro para nosotros que aun cuando se den el espíritu de cuerpo y el pensamiento de tropa, no son reglas generales entre los militares la desconfianza hacia los civiles o el maniqueísmo o el desprecio del antagonista, del crítico. Sí hay, en el Ejército, voces diferentes, voces particulares, voces matizadas que vale la pena atender: esa fue nuestra conclusión en medio, claro, de la defensa de todos los diálogos de paz, de la ilusión de un país que dejara el vicio del militarismo y el estado de sitio. Sí hay humor entre los tenientes, y no es siempre el humor macabro de los hombres estropeados por la violencia.
Si uno se dedica al oficio de la ficción, como después me pasó a mí, tarde o temprano se descubre viéndoles a las personas la posibilidad de volverse personajes: ¿han sido los comandantes de nuestro ejército seres complejos, seres narrables? Hay grandes héroes de la literatura en las novelas bélicas y antibélicas, el doctor Zhivago, Pierre Bezújov, Joe Bonham, Giovanni Drogo, Yossarian, Paul Bäumer, Billy Pilgrom, que encarnan el heroísmo y el sinsentido y el lavado cerebral de la guerra. Quizás uno de los grandes personajes que pueda uno encontrarse en el cine sea el coronel Blimp, de la película de 1943, que está convencido de que aún es posible ganar una guerra con honor, con justicia. No es fácil encontrarse en el mundo de hoy con figuras tan nobles, tan francas, como las del capitán Boëldieu y el teniente Maréchal, de La gran ilusión (1937), y acá en Colombia, empobrecida por su conflicto con aires de pesadilla, es todavía más difícil, pero Nova, un ejecutivo generoso con corazón de documentalista, un hombre cuyo verdadero oficio es el respeto, les permite hablar a los jefes de las tropas del país hasta que van dejando de ser caricaturas.
El libro empieza con una declaración de principios: Martín Nova, que acompañó el extenuante proceso que terminó en los acuerdos de paz con las Farc, está convencido de que la tarea de “la memoria, la justicia, la reparación y la no repetición” –de la que se ha estado hablando en los ocho años que lleva este empeño de desmontar a “la guerrilla más vieja del continente”– no logrará ser completada si la memoria no es una suma de testimonios, sino la victoria de una versión sobre la otra: “Todos somos víctimas, no hay duda”, dice Nova luego de viajar al Museo del Nunca Más de Granada, Antioquia. “No hay un colombiano que no haya sido tocado por la violencia, de una u otra forma”. Y es claro que, removido, como debe ser, por lo que ha estado sucediéndonos desde el plebiscito de octubre de 2016, está proponiéndonos escuchar, escuchar, escuchar, antes de volver a gritar.
Decía que este prólogo tiene vocación de epílogo porque, aun cuando valoro que Nova no se deje convencer de que Colombia es un fracaso humano en la tradición de
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