RICARDO MARTÍN DE LA GUARDIA es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid, de cuyo Instituto de Estudios Europeos (centro de excelencia Jean Monnet) fue director entre 2009 y 2013. Ha sido Senior Visitor y Senior Associate Member del Centro de Estudios Europeos de Saint Antonys College, de la Universidad de Oxford, y, en varias ocasiones, Salvador de Madariaga Fellow del Ministerio de Educación y Cultura en el Instituto Universitario de Florencia. Ha impartido cursos de especialización, de máster y de doctorado en distintas universidades europeas y latinoamericanas. En su línea de investigación sobre la historia de las relaciones internacionales es autor, coautor o coordinador de una treintena de libros y varias decenas de artículos y capítulos de libro; por ejemplo, entre los libros se encuentran La Unión Soviética: de la perestroika a la desintegración (Madrid, 1995), La Europa báltica. De repúblicas soviéticas a la integración en la Unión Europea (1994-2004) (Madrid, 2010), Chechenia, el infierno balcánico (Valencia, 2012), 1989, el año que cambió el mundo (Madrid, 2012), El europeísmo, un reto permanente para España (Madrid, 2015) y Konrad Adenauer. Artífice de una nueva Alemania, impulsor de una Europa unida (Madrid, 2015), Conflictos postsoviéticos. De la secesión de Transnistria a la desmembración de Ucrania (Madrid, 2017), y La Unión Soviética ante el espejo de las Comunidades Europeas. De la Europa sovietizada a la «casa común» europea (1957-1988) (Valladolid, 2017). Algunos de los artículos que ha escrito se han publicado en inglés, francés, polaco, ruso o húngaro. En la actualidad es secretario de la Asociación de Historia Contemporánea y miembro del consejo de redacción de revistas de la especialidad como Ayer, Historia actual, Historia y política e Historia del Presente. Ha participado en numerosos proyectos de investigación…
APUNTE BIBLIOGRÁFICO
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1. LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA ALEMANA:
UN ESPEJISMO EN LA EUROPA SOVIETIZADA
Legitimación y consolidación del Estado socialista alemán
D esde comienzos de la década de los setenta hasta su desaparición, la vida de la República Democrática Alemana estuvo guiada por la figura de Erich Honecker. Si, por definición, el Partido Socialista Unificado era la vanguardia de la sociedad para alcanzar el comunismo, su política determinaba la acción del Estado. La aplicación del centralismo democrático funcionó muy bien en el desarrollo histórico de la RDA hasta la crisis final del sistema.
Honecker fue acaparando poder desde que en el congreso del partido celebrado entre mayo y junio de 1971 fuera nombrado secretario general. Había nacido en 1912 en Wiebelskirchen (junto a la ciudad de Neunkirchen, en el Sarre) y muy joven, en 1926, ingresó en las Juventudes Comunistas. Entre 1921 y 1931 recibió formación política en Moscú y en 1935 fue detenido por la Gestapo y condenado a diez años de cárcel por su vinculación política. En abril de 1945 fue liberado por las fuerzas soviéticas y junto a otros dirigentes históricos, Wilhelm Pieck y Walter Ulbricht, fundó el SED. Desde el nacimiento de la RDA fue diputado de la Volkskammer (el parlamento de la RDA) y miembro del secretariado del Comité Central del Partido desde 1950.
Su trayectoria era, pues, impecable para acceder a la máxima responsabilidad de la República. Aquel mismo año de 1971 también asumió la presidencia del Consejo de Defensa Nacional y en 1976, la del Consejo de Estado. Honecker mantuvo una inquebrantable fidelidad a las directrices de Brezhnev, aunque supo jugar con una cierta independencia de criterio basada en la justificación que le otorgaba una economía teóricamente más avanzada que la del resto de los países socialistas europeos. Su criterio propio se plasmó en la modificación que propuso en 1974 de la Constitución de 1968: el nuevo texto definía a la República como el «Estado socialista de los obreros y campesinos», y su artículo 8.2 expresaba como única posibilidad de unidad entre los dos Estados alemanes que esta se realizara «con la democracia y el socialismo como fundamentos».
Esencia medular del texto constitucional, la aspiración del SED era conseguir un «hombre nuevo» a través de una activa política de ingeniería social cuya destreza en el manejo de la personalidad lograra el arraigo de actitudes y formas de ver el mundo propias del marxismo-leninismo. Los derechos y libertades, entendidos desde una perspectiva liberal, atañen a los individuos y no pueden aplicarse a las colectividades; de ahí que, una vez consumada la revolución socialista, desaparecieran las clases y los derechos y libertades de carácter burgués quedaran fuera de lugar. Con brillantez mostró Václav Havel en El poder de los sin poder (1978).
A la búsqueda de ese hombre nuevo, incontaminado de los seudovalores burgueses, se lanzó el sistema cultural del Estado-Partido, donde educación y propaganda raramente se diferenciaban. La enseñanza de los principios del marxismo-leninismo comenzaba, de forma rudimentaria, en los jardines de infancia y se extendía, ampliados y perfeccionados, a lo largo del sistema educativo, sin excepción alguna. En los medios de comunicación no había fisuras a través de las cuales insuflar aire nuevo, pues el control de la censura era extremadamente efectivo. Es conocida la práctica de Honecker, hasta el final de sus días en el poder, de revisar el contenido del Neues Deutschland