Prólogo
M uertes, desapariciones, tiroteos, miedo, odio, saña… Todo eso arrastra hoy a la sociedad mexicana por una decisión desatinada del poder, y no es para menos. Lo cierto es que no existe ningún rincón del país libre de tensiones ni de violencia: cuando no ocurren balaceras entre narcos y militares, aparecen cuerpos decapitados o desmembrados; cuando no hay enfrentamientos entre cárteles rivales, secuestran o matan a un periodista, a un artista o a un compositor; y cuando no hay balaceras ni muertos, aparece la fuerza excesiva del Ejército, haciendo funciones policiacas y cometiendo atropellos contra la sociedad.
Hoy, el mayor escándalo es la presunta corrupción de altos mandos del Ejército mexicano, a quienes se acusa de brindar protección al cártel de Sinaloa, en particular a la organización de los hermanos Beltrán Leyva. Es indudable que todo lo toca, todo lo alcanza el narco y su poderosa saña y corrupción.
Esto viene a cuento del libro Que me entierren con narcocorridos, del colega periodista Edmundo Pérez Medina, en el que se documenta la barbarie —no se le puede llamar de otra manera— de violencia y muerte que enfrentan algunos cantantes y gruperos de México. Su fama y arte no han constituido un dique que los mantenga a salvo de esa brutal saña, pues muchos han muerto a tiros, otros descuartizados, y unos más perdieron la vida después de ser torturados.
Leer los casos que relata Edmundo Pérez en Que me entierren con narcocorridos, me permite también lanzar varias pregunta: ¿qué mueve a los cantantes y gruperos a ligarse con los capos, las madrinas y los distribuidores de drogas? ¿Qué atracción ejercen estos hombres del poder mafioso en los artistas? ¿Acaso quien es contratado por el narcotráfico para ofrecer un espectáculo ya no puede abandonar ese mundo y a esos clientes?
A partir de la lectura de este libro, todo me indica que las relaciones entre artistas y capos derivan en una adicción tan potente como la heroína u otras drogas. En ese mundo hay olor a prostitución, a drogas, a dinero sucio. Al menos esa sensación me dejan las historias que narra Edmundo, que por cierto son el primer documento periodístico que reúne un completo dossier de casos cuyo valor es indiscutible y nos impide olvidar que todas las muertes narradas en esta obra duermen en la impunidad, como tantos otros crímenes perpetrados en medio de esta mal implementada guerra contra la delincuencia organizada.
Cabe aclarar que no todos los artistas transitan por esos caminos espinosos. Hay quienes trabajan con ética y honestidad; incluso, no todas las historias que relata Edmundo Pérez tratan de vínculos comprobados entre artistas y narcotraficantes —aunque pesa la sospecha—, pues, por desgracia, tales investigaciones no están concluidas por las autoridades responsables.
Edmundo Pérez se abocó a un trabajo periodístico difícil y no menos peligroso en estos tiempos en que México es el país más inseguro del mundo para ejercerlo. Su trabajo también resulta complicado no sólo para reunir la información de los personajes, sino para investigar a fondo, contactar amigos y familiares de las víctimas, y adentrarse a la vida privada —que en el caso de los artistas es pública— para conocer el entorno que rodeó a vocalistas, arreglistas y compositores antes de morir.
El riesgo que enfrentó Edmundo Pérez no cualquiera lo vive, y es de reconocerle ese arrojo, que más bien es una pasión por documentar una historia, por confirmar un dato, el impulso de un periodista que se sabe como tal a pesar del olor a muerte que invade al país.
Las historias que narra Edmundo están contadas con un lenguaje claro y directo, siguiendo las reglas ortodoxas del buen periodismo. No hay opiniones ni se deslizan insinuaciones; tampoco comentarios ni planteamientos editorializados, vicios que arrastra el periodismo moderno, sobre todo el que practican algunos medios oficialistas. Va al grano, al nudo, al centro de las historias, para adentrarnos en una realidad que resulta ser tan poderosa que no tiene cabida la ficción.
En este libro se documentan los casos de Chalino Sánchez, quien grabó 21 discos durante su trayectoria artística, y por ello era conocido como El pionero del corrido bravío; también destaca el caso de Leonardo Martínez Flores, hijo de la cantante Beatriz Adriana, víctima de un secuestro que se cometió con el fin de despojar de propiedades y dinero tanto a la madre del occiso como a su ex pareja.
No menos importante es la historia que se narra sobre Los Tucanes de Tijuana, cuya fama no está exenta de sospechas por sus presuntas vinculaciones con los varones del cártel de Tijuana, según esta investigación.
No es todo: también es de llamar la atención el caso de Ramón Ayala, el Rey del Acordeón, quien fue detenido en diciembre de 2009 cuando tocaba en una narcofiesta celebrada en Tepoztlán, Morelos, a la que se presume asistió Edgar Valdez Villarreal, la Barbie, entonces jefe de sicarios de Arturo Beltrán Leyva, el Barbas.
Dolor provoca leer la historia de Sergio Gómez, vocalista del grupo K-Paz de la Sierra, quien fue torturado por narcos, enojados presuntamente por una relación sentimental que le prohibieron mantener.
En el narco, las traiciones, y pasarse de listo con una mujer comprometida, se paga con la vida. Y así pagó Sergio Gómez. El sabía que sus andanzas traerían consecuencias y así lo expresa Humberto Durán, ex integrante del grupo musical, cuando recuerda lo que su compañero le comentó:
“Al principio me dijo algo que me sorprendió, desde el concierto de Tlalnepantla; me dijo que se sentía nervioso, muy raro, y yo lo abracé. En Morelia, antes del concierto, me dijo: ‘¿Sabes algo?, no tengo miedo de morirme y si me muero lo hago feliz porque he llevado al grupo [K-Paz de la Sierra] hasta donde he querido’”.
En estas, y en el resto de las historias que nos cuenta Edmundo Pérez, hay emociones encontradas, tristeza y enojo al mismo tiempo. Quizás estas muertes nunca se aclaren, por eso cobra valía el trabajo periodístico de mi colega, quien con su esfuerzo nos sacude el interior y nos dice a la sociedad que no permitamos caer en la desmemoria.
Hoy, el gobierno ha censurado el narcocorrido; absurda medida. El corrido fue la expresión artística que dio sentido a las hazañas de los revolucionarios de 1910, aquellos que lucharon, no dudo, por el México justo que hoy está extinguido.
El narcocorrido, otra de las expresiones populares, ya no se puede escuchar, según el gobierno. Quizá ya no pueda escucharse, pero lo que no se puede censurar es la libertad de creación porque es inherente al ser humano.
R ICARDO RAVELO
Mayo de 2012
CASO:CHALINO SÁNCHEZ
Mensaje con sentencia de muerte
Eso es lo que creo, que lo mataron porque estaba logrando mucho en poco tiempo y sin el apoyo de la radio o de las maquinarias de publicidad. R ENAN B OUCHOT , compadre de Chalino Sánchez, Univisión, 1992.
G rabó 21 discos durante su trayectoria artística, se convirtió en el pionero del corrido bravío, en un ídolo de la música de banda, y sobre todo en un personaje querido y admirado en México y parte de los Estados Unidos, país en el que vivió gran parte de su vida.
Pero su exitosa carrera fue inesperadamente truncada…
15 de mayo de 1992
Franqueado por un grupo de hermosas edecanes y vistiendo un traje sastre color gris, coronado por su inseparable sombrero texano, esa noche