Antonio Nieto - El cártel chilango: Origen, poder y saña de la Unión Tepito

Este libro se nutrió de decenas de testimonios vivos y consultas a numerosos expedientes, pero también de entrevistas a exmiembros de La Unión cuyas identidades, por razones de seguridad, no pueden ser citadas. Su aportación fue valiosa, pues lo que recuerdan de su involucramiento en el crimen organizado, lo que atestiguaron, no aparece en ningún informe policial o averiguación. Mucha de la personalidad de los personajes mencionados en este libro se obtuvo a través de ellos. Los diálogos reproducidos aquí provienen de gente que estuvo presente en el momento en que éstos tuvieron lugar, de videos recuperados de los teléfonos de algunos detenidos o de las declaraciones hechas ante el Ministerio Público o un juez durante una audiencia. Por esta razón, en el libro aparecen términos del habla cotidiana de la Ciudad de México —como chilango— que se emplean para describir la realidad con las propias palabras y conceptos de sus protagonistas, y nunca con el fin de denostar o ridiculizar.

En resumen, escribir este libro fue un viaje a través del periodismo más profundo, el que intenta observar todo a través de los ojos de los protagonistas de la historia, víctimas o victimarios, con los sinsabores y pesadillas que eso implica.

Lo que está a punto de pasar, para los cuatro hombres de pie, es un ritual que celebra su poder absoluto sobre el vencido. Un ritual de muerte. Son verdugos que no usan capuchas medievales sino chillantes sudaderas Adidas. En cambio, el hombre que está a sus pies, hincado bajo la regadera, maniatado y con la cabeza caída sobre su pecho, está por entrar al infierno y disolverse en él.

En el cuarto donde se encuentran no hay más que un inodoro y bolsas de plástico negro colocadas en el piso. Una luz lechosa proyecta las sombras de los verdugos sobre el cuerpo semidesnudo de su víctima, quien recobra de a poco la conciencia y suelta algunos balbuceos debajo de la cinta plástica que clausura sus labios.

—¡Cállese, hijo de su puta madre! —le ordena el que lleva el mando, mientras se pone unos guantes de electricista. Por lo que se ve y por lo que dicen, todos andan entachados y periqueados, presas del ansia que crece y brota de sus ojos fuera de órbita. Uno echa la visera de su gorra hacia atrás, otro se arremanga. El joven apenas respira porque el plástico con que le han envuelto parcialmente su rostro impide que la sangre coagulada siga escurriendo de su nariz.

—Sale, pues, háganlo carnitas —sentencia el mandón, y es como si hubiera desatado a tres hienas hambrientas frente a un antílope herido e inmóvil. Uno le corta las ataduras de las manos e inmediatamente los otros dos le sujetan los brazos.