Epílogo
Testimonios
Julio Hernández López:
Javier Valdez fue un periodista valiente y valioso, generoso en la compartición de los datos y la experiencia que iba acumulando, responsable y cuidadoso para tratar de eludir la furia asesina de capos y sicarios. Con entereza profesional cubría la nota diaria para Ríodoce, La Jornada y la Agence France-Presse (AFP), al mismo tiempo que acumulaba apuntes y bocetos para los libros que fue publicando con un éxito notable, convertido en un relator afinado y atinado de los procesos económicos, sociales y culturales derivados del predominio del crimen organizado y, desde luego, los delicados entretelones de la convivencia entre ese crimen dominante y los actores y factores políticos. Javier supo descifrar y mostrar las circunstancias del negocio criminal compartido por cárteles y políticos mediante un lente gran angular que recurriendo al relato con nombres y detalles cambiados, recuperando habla, modismos e historias populares, puso a la vista de los mexicanos, pero también de muchos extranjeros (era muy apreciado por directivos y activistas de organizaciones defensoras del ejercicio periodístico y por corresponsales y periodistas extranjeros), el complejo mural de la delincuencia organizada, el aparato político docilitado y la sociedad acoplada de diversas formas a esa realidad ineludible.
Luis Hernández Navarro:
Para Javier Valdez Cárdenas contar el mundo del narcotráfico, esa sucursal del infierno en la tierra, era como ser un nuevo Pípila cargando una enorme losa sobre las espaldas. Era su tarea como periodista. Para él era eso o hacerse tonto. “No quiero que me digan –me explico una mañana de octubre del año pasado en Ciudad de México– ¿qué estabas haciendo tú ante tanta muerte? No quiero que me recriminen: ¿si eras periodista, por qué no contaste lo que estaba pasando?”
Para llevar esa pesada carga a cuestas, recurría al diván del sicoanalista que le ayudaba a administrar el dolor y la tristeza, al cobijo familiar, a los cuates entrañables, a la amistad y calidez de sus colegas, a bailar solo y a los whiskies sin agua mineral ni hielo. Y, cuando el insomnio devoraba sus sueños, echaba mano de algún antidepresivo.
Diego Petersen:
La muerte de Javier no es más importante que la del resto de los colegas asesinados, pero sí más trascendente. Su libro Huérfanos del narco en Editorial Aguilar, le dio rostro a una tragedia no atendida, echó luz sobre una realidad de la que nadie había hablado en estos años de violencia cruel: los niños que perdieron a sus padres en estos enfrentamientos terribles, una generación completa en Sinaloa y en todo México que comparte una misma tragedia. En el último libro, Narcoperiodismo: la prensa en medio del crimen y la denuncia, Valdez Cárdenas hizo una radiografía de cómo el crimen organizado comenzaba a tocar de manera definitiva a los medios de comunicación, cómo muchos periodistas fueron eliminados por publicar las noticas que no aprueban los narcos, como éstos compran y someten a comunicadores con dinero o amenazas.
La muerte de Javier es un punto de no retorno. Nada volverá a ser igual en México. El miedo rondará las redacciones y hará dudar los dedos sobre los teclados.
Blanche Petrich:
Javier Valdez nunca quiso acostumbrarse a recibir una tras otra las noticias –“duras como martillazos”– de los colegas que caen abatidos en las regiones del país donde El estado ha perdido el control frente al crimen organizado.
A mediados de 2015 decidió meterse de lleno en una investigación para un nuevo libro de su larga bibliografía, Narcoperiodismo. La prensa en medio del crimen y la denuncia. En esa ocasión el trabajo lo llevó más allá de las fronteras de Sinaloa.
Fue a Tamaulipas, donde, solía platicar, fue bajar 50 escalones en el infierno después de Culiacán. A Veracruz lo definió como “la conjunción de todos los males”. Y fue a Chihuahua, entidad tan acostumbrada al peligro, un año antes de que asesinaran a su colega Miroslava Breach.
A propósito de ese golpe, escribió en Twiter: “A Miroslava la mataron por lengua larga. Que nos maten a todos, si esa es la condena de muerte por reportear este infierno. No al silencio.” Y Nuevo León, Coahuila, Ciudad de México, porque estaba empeñado en descifrar el mensaje oscuro en el asesinato de Rubén Espinosa en el multihomicidio de la Narvarte.
Juan Villoro:
El 15 de mayo, doce tiros acabaron con la vida de una de las mejores personas del país. Formado como sociólogo, fundador de la publicación independiente Ríodoce, que dirige Ismael Bojórquez, corresponsal en Sinaloa del periódico La Jornada, autor de libros imprescindibles sobre la violencia en México (Miss Narco, Levantones, Malayerba), Valdez Cárdenas luchó contra la indiferencia en un entorno anestesiado por el miedo y describió el horror sin dejarse influir por él. Cuando presentamos su libro Huérfanos del narco en Culiacán, en 2015, destacó la principal lección que recibió de los niños que perdieron a sus padres en la absurda “guerra contra el narcotráfico”: ninguno de ellos hablaba de venganza. Las ausencias, el espanto y el sinsentido no los habían llevado al rencor. Él actuaba con el mismo temple de sus informantes; sabía que la mejor forma de superar a los adversarios consiste en no ser como ellos. En medio de la tormenta, preservaba el sentido del humor, el afecto, la empatía por los demás. Su conciencia crítica no estaba animada por el odio, sino por la búsqueda de la verdad. Durante medio siglo vivió para mejorar un país que no supo protegerlo y que lo ha convertido en uno de sus mártires.
Prólogo
La escritura perdurable de Javier Valdez
¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
pero qué injustamente arrebatada!
No sabe andar despacio, y acuchilla,
cuando menos se espera su turbia cuchillada.
MIGUEL HERNÁNDEZ
El 15 de mayo de 2017, bajo un sol implacable en la ciudad de Culiacán, fue ejecutado el periodista Javier Valdez Cárdenas. Obvio es decir que el asesinato fue un gesto salvaje de la delincuencia organizada para callar la voz incómoda que señaló con el mismo rigor y valentía los ajustes de cuentas y ejercicio sanguinario de quienes participan en la guerra del narco, así como las alianzas con policías, funcionarios, políticos y demás miembros de esa estructura implacable que responde con balas al razonamiento.
El cuerpo de Javier fue captado por numerosas cámaras y pronto llegó a muchísimos lugares del mundo, en plena calle, muy cerca de donde se encontraban las oficinas del periódico en el que trabajaba y del cual fue fundador, Ríodoce, abatido, con su sombrero tan cerca de él como el dolor, su cuerpo explica, corrobora, que decir la verdad es un acto de justicia y también la posible firma de la sentencia de muerte. El cuerpo de Javier entre la sangre y la tristeza también revela más cosas:
Por desgracia no es el primero ni el último de los periodistas muertos en nuestro país por mostrar verdades crueles e incómodas a la sociedad. Días antes su amiga y también corresponsal de La Jornada, Miroslava Breach fue asesinada, meses antes Max Rodríguez, Rubén Espinosa, Regina Martínez… los motivos y los nombres son interminables. Es lamentable que la indiferencia se adelante a la justicia para enfrentar la barbarie, Javier Valdez y los suyos ahora son una cifra más, un expediente que nació gastado, sucio, muerto. Son ahora un número ascendente de periodistas, reporteros, fotoperiodistas, analistas sociales, críticos de una realidad política manchada por la corrupción y los excesos baleados o desaparecidos; un número más de periodistas muertos en este país donde prevalece la violencia, la impunidad y la desfachatez política.