Alejo Schapire - La traición progresista
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- Libro:La traición progresista
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2019
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La traición progresista: resumen, descripción y anotación
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ALEJO SCHAPIRE (Buenos Aires, 1973) es periodista, especializado en cultura y política exterior. Reside en Francia desde 1995. Fue colaborador de Radar Libros (Página/12), así como de los suplementos culturales de La Nación y Perfil. Se desempeñó como corresponsal en París del diario Crítica de la Argentina. Desde 2002 trabaja en la radio pública francesa, donde se ocupa de la actualidad internacional.
La burbuja: la manufactura del falso consenso
Es tan difícil encontrar a un corresponsal en Washington que no aborrezca a Donald Trump como a uno que no hubiera sucumbido durante la presidencia anterior a los encantos de Barack Obama. Pero esta no es una tendencia particular del antiimperialismo de los periodistas extranjeros. En 2016, el 90% de la prensa estadounidense hizo explícito su respaldo a la candidata demócrata Hillary Clinton y llamó a bloquear la llegada del republicano a la Casa Blanca.
En vísperas de la elección presidencial, de los cien diarios de mayor difusión en Estados Unidos, 57 publicaron su endorsement a la ex primera dama, mientras Trump sólo obtuvo el de dos diarios, lo que constituyó el récord de la menor cantidad de apoyos en la historia norteamericana para uno de los dos grandes partidos. Y se trataba de los responsables editoriales de los diarios; probablemente, si este respaldo se hubiese resuelto por votación en las redacciones, el desequilibro habría sido aún mucho mayor. En cualquier caso, el resultado final de la contienda dejó expuesto un claro divorcio entre la visión de quienes confeccionan el relato informativo, que además fallaron a la hora de anticipar la victoria republicana, y los electores.
En marzo de 2017, el afamado estadístico Nate Silver, quien supo predecir con gran precisión la victoria de Barack Obama en 2008 (acertó el resultado en 49 de los 50 estados) pero falló a la hora de anunciar el triunfo de Trump. Propuso una serie de artículos para analizar la cobertura de la campaña electoral de 2016 y por qué los grandes medios estadounidenses subestimaron las chances del outsider republicano. En la novena entrega de la serie, titulada «There Really Was a Liberal Media Bubble»
A este sesgo ideológico, se le agregaba un fenómeno social: si en 1971 sólo el 58,2% tenía un título universitario, en 2013 la cifra trepaba al 92,1%. Esta homogeneidad sociológica se agravó con la crisis de la prensa de papel y la huida de los anunciantes a la web. En los años noventa, los diarios y semanarios empleaban a alrededor de 455.000 periodistas, vendedores o diseñadores, según estadísticas oficiales del US Bureau of Labor Statistics. En enero de 2017, esta cifra se redujo a 173.900 personas.
La producción periodística se transformó por los imperativos editoriales de internet (reactividad, viralidad, tiranía del clic), pero además por una cuestión física y geográfica: la localización de los sitios de fabricación de contenidos. Los principales periódicos ya estaban situados en Washington, Nueva York o Los Ángeles; los medios online también optaron por instalarse allí donde estaban sus lectores, así como el poder político, económico y del entretenimiento. Estas urbes con poblaciones cosmopolitas, marcadas por la alta concentración del poder adquisitivo y el acceso a estudios terciarios, muestran asimismo una particularidad: votan masivamente por los demócratas.
Mientras los periódicos pequeños y medianos de papel tuvieron peso en las áreas rurales de Estados Unidos, existía cierto equilibrio frente a los referentes periodísticos progresistas, pero este se esfumó con la crisis del sector y el fortalecimiento de los polos liberales situados en las costas este y oeste de Estados Unidos. De este modo, se produjo un ecosistema en el que el sesgo del periodista, el entorno urbano liberal, el lector de alto poder adquisitivo y con altos estudios fabrican una burbuja ideológica que se retroalimenta, mirándose al espejo al tiempo que ignoran lo que no pasa por su radar o lo descartan para no contrariar a su campo. El fenómeno, amplificado por el modo de funcionamiento de las redes sociales exacerbado por los algoritmos, es conocido como «cámara de eco».
El problema, tanto para la prensa como para su audiencia, es que Trump ganó, y los cronistas, analistas y agoreros que lo ridiculizaron y subestimaron el fenómeno que representaba no supieron anticiparlo. Instalar que la suerte estaba echada y que Hillary Clinton sería la sucesora natural de Obama no sólo infravaloró la capacidad de Trump, sino que además dio alas a los seguidores de Bernie Sanders, quienes se sintieron a sus anchas para torpedear a la archifavorita, una exsecretaria de Estado atacada tanto por derecha como por izquierda, lo que sirvió en definitiva a la estrategia de los republicanos.
Algunos periódicos, al menos durante algunos días en los que seguían amargados y aturdidos por el resultado electoral, ensayaron un mea culpa. Fue el caso de The New York Times, que en el editorial del 13 de noviembre de 2016 se preguntaba si este medio, como otros, había subestimado el apoyo a Trump entre los votantes estadounidenses. «¿Qué fuerzas y tensiones condujeron esta elección divisiva y su resultado?», preguntaba angustiado el diario de referencia de Estados Unidos.
¿Estaba dispuesta la prensa mainstream a un autoexamen de conciencia? ¿Estaban sus lectores listos para enfrentar una visión del mundo distinta que, a través de las urnas, les había arrebatado el poder sin que lo vieran venir?
En noviembre de 2017, el Times publicó «A Voice of Hate in America’s Heartland» [Una voz de odio en el corazón de Estados Unidos], el perfil de Tony Hovater, un joven de 25 años, de Ohio, amante de Twin Peaks, Seinfeld y Adolf Hitler. El artículo, lejos de ser condescendiente, exponía cómo un estadounidense blanco promedio podía abrazar la cultura pop de su época, tener un lado hipster, mientras suscribía a tesis neonazis, negacionistas y todos los clichés antisemitas.
«Es el simpatizante nazi que vive en la casa de al lado, cortés y de bajo perfil en una época donde las viejas fronteras del activismo político parecen estar en un cambio constante que genera alarma», advertía Richard Fausset, quien había esbozado un retrato de ese Estados Unidos que había llevado a Trump al poder.
Podría pensarse que la iniciativa del Times de tratar de comprender qué estaba pasando con un informe de campo sería celebrada por un lectorado ávido de entender y conocer mejor al enemigo. Error. La iniciativa desató, en cambio, un torrente de indignación. «¿Qué diablos es esto, New York Times? Este artículo hace mucho más por normalizar el neonazismo que cualquier cosa que haya leído en mucho tiempo», se indignó Nate Silver, el mismo estadístico que no había visto venir el triunfo de Trump… La lluvia de críticas al artículo pasó por denunciar una banalización del mal o decir que ya se sabía que el mal podía ser banal, que se daba una plataforma a los neonazis y, por supuesto, amenazas de interrumpir la suscripción a The New York Times, que había experimentado un salto récord en las suscripciones (308.000 nuevos abonados en el primer cuatrimestre del 2017). La nota creó tal desazón, que el diario se vio obligado a poner un aviso en la edición digital de ese texto, indicando que «el artículo había recibido una reacción significativa, sobre todo pronunciadamente crítica». Al encabezado le seguían dos enlaces a aclaraciones del editor y el autor de la nota, tratando de hacer una defensa. Al parecer, la ola de suscripciones a The New York Times no tenía tanto que ver con la sed de estar mejor informado para prevenir otra mala sorpresa, sino más bien con un modo de militar junto al diario denostado por el presidente estadounidense.
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