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Alejo Carpentier - El cine, decima musa

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Alejo Carpentier El cine, decima musa
  • Libro:
    El cine, decima musa
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    LD Books - Lectorum
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    2013
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El cine, decima musa: resumen, descripción y anotación

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Alejo Carpentier fue un testigo de excepcion en cuanto a como el cinematografico se afianzo como espectaculo en los inicios del siglo XX, y con el tiempo, fue ganando en difusion e importancia hasta convertirse en lo que se ha considerado como el arte por excelencia de ese siglo. Carpentier desempeno varios oficios vinculados al trabajo de creador. Periodista, conocio el taller de los impresores. Musico, intervino como sonidista de representaciones teatrales, domino los estudios de grabacion para producir discos y participo en las experiencias pioneras de la radio. Por ofrecer un testimonio excepcional de un receptor privilegiado que observó sus posibilidades estéticas, sus potencialidades técnicas o sus derivaciones sociológicas, compilamos estos textos, que el lector de nuestros días disfrutará gratamente.

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Alejo Carpentier

El cine, décima musa

Lectorum

Edici ón Smashwords

D.R. Lectorum

El cine, décima musa

D.R. Fundación Alejo Carpentier, 2013

D R Lectorum

D.R. © Editorial Lectorum, S. A. de C. V., 2013 Batalla de Casa Blanca Manzana 147 Lote 1621 Col. Leyes de Reforma, 3a. Sección

C. P. 09310, México, D. F.

Tel. 5581 3202

www.lectorum.com.mx

ventas@lectorum.com.mx

L. D. Books, Inc.

Miami, Florida

Primera edición: febrero de 2013

ISBN edición impresa: 9786074572810

D. R. © Portada: Angélica Irene Carmona Bistráin

D. R. © Ilustración de la portada: Julio Farell, Flor inventada, acrílico, 2013

Características tipográficas aseguradas conforme a la ley.

Prohibida la reproducción parcial o total sin autorización escrita del editor.

Indice

Graziella Pogolotti*

Mal encaminada, la educación puede contribuir, mediante la imposición de caminos trillados y verdades irrefutables, a mellar la facultad de descubrir lo prodigioso en el mundo que nos rodea. Dominado por falsas certidumbres, el ser humano, proveído de orejeras, transita por la vida sin detenerse ante las posibilidades de lo extraordinario.

Autodidacta, Carpentier creció en Loma de Tierra entre la pródiga naturaleza del trópico y las inmensas lecturas que acompañaban el encierro forzado del asmático. Cuando el abandono del padre lo lanzó bruscamente al centro de la ciudad, a la lucha por el existir cotidiano, asumió el periodismo como un oficio y una vía de aprendizaje para sí y para sus lectores. Desde el promontorio de la isla, observaba el acontecer en el ámbito de lo que más tarde llamaría “el acá y el allá”. Formado entre dos culturas, desarrolló una pupila crítica, libre de prejuicios y de ataduras académicas.

La obra de Alejo Carpentier no se construyó en un gabinete letrado. Su inmensa cultura artísticoliteraria se articuló al desempeño de variados oficios vinculados al trabajo creador. Periodista, conoció el taller de los impresores. Músico intervino como sonidista de representaciones teatrales, dominó los secretos de los estudios de grabación para producir discos y participó en las experiencias pioneras de la radio. Interesado en el cine, quiso conocer desde dentro los complejos procesos de filmación. Esa conjunción de saberes múltiples le permitió romper las fronteras entre lo culto y lo popular en el terreno de la música, tan cercano para él, como en el ámbito de los espectáculos. Cronista, no desdeñó el cabaret, el musichall, el circo.

Sorprende, sin embargo, advertir que antes de llegar a su tempranísima madurez, en sus iniciales ejercicios periodísticos supo andar a contracorriente respecto a las ideas dominantes. A diferencia de lo que ocurría con los bonzos del saber establecido, detectó las potencialidades implícitas en un cine todavía en fase experimental. No fue entonces un espectador casual. Frecuentaba la sala oscura en la etapa del silente con Amadeo Roldán, uno de los fundadores de la vanguardia musical, quien ganaba unos centavos acompañando al piano las imágenes en movimiento. A la salida, ambos prolongaban la noche tejiendo sueños de futuro. Esa proyección de futuridad, volcada hacia la realización de un arte nuevo aguzó el entendimiento para percibir las posibilidades abiertas por la cámara y el celuloide.

Alejo nunca abandonó su fidelidad al cine. Por eso, su alegría fue inmensa cuando asistió al nacimiento, con el ICAIC, de una industria nacional. A pesar de los desencuentros posibles, tampoco fue remiso a ceder los derechos de su obra narrativa a favor de proyectos de distinta naturaleza. Había comprendido desde muy temprano la especificidad de los lenguajes en el caso de la narrativa y el cine, así como la inevitable presencia de mediaciones en el traslado de uno a otro medio. Así lo refleja la lectura respetuosa que hiciera del guión de Irwin Shaw para Los pasos perdidos. Muchas de sus observaciones se centraron en subrayar detalles que garantizarían la credibilidad del filme por parte de un espectador latinoamericano.

Por sus valores intrínsecos y por ofrecer un testimonio excepcional de un receptor privilegiado que creció intelectualmente junto al desarrollo del cine, hemos considerado útil y oportuno recoger por primera vez, el conjunto de los textos de Carpentier sobre el tema. El lector de nuestros días disfrutará el diálogo entre dos trayectorias paralelas.

* Graziella Pogolotti nació en París el 24 de enero de 1932. Es hija del pintor cubano Marcelo Pogolotti y a los siete años ya residía en La Habana, Cuba. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana y Literatura Francesa Contemporánea en La Sorbonne. Asimismo, se recibió de la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling y la Academia Cubana de la Lengua le otorgó el título. Dirigió el departamento de Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de La Habana, fue subdirectora de investigaciones de la Escuela de Letras y ha sido decana de la Facultad de Artes Escénicas del Instituto Superior de Arte. Ha sido miembro del consejo de redacción de diversas revistas culturales; es autora de Examen de conciencia, El camino de los maestros, El oficio de leer y Teatro y revolución. En 1999 recibió el Premio Nacional de Crítica de Arte y ha recibido las distinciones Carlos J. Finlay y Mariana Grajales, entre otras. Actualmente es presidenta de la Fundación Alejo Carpentier.

Salvador Arias*

Alejo Carpentier fue un testigo de excepción en cuanto a cómo el cinematógrafo se afianzó como espectáculo en los inicios del siglo XX y, con el tiempo, fue ganando en difusión e importancia hasta convertirse en lo que se ha considerado como el arte por excelencia de ese siglo. En la larga trayectoria periodística del autor, comenzada hacia 1922, el cine aparece asiduamente observado desde diversos puntos de vista, tanto en sus posibilidades estéticas, como en sus potencialidades técnicas y sus derivaciones sociológicas. Sin olvidar que la aguda mirada del novelista desbroza posibilidades aplicables a su propia obra.

En las primeras etapas de su producción periodística, que realiza en Cuba hasta 1928 y continúa desde París, es sorprendente cómo Carpentier se enfrenta a una manifestación cultural entonces tan inusitada como polémica. El cine era casi todavía un espectáculo de ferias cuando escribe su primer artículo sobre el tema, el 3 de julio de 1925, en el periódico habanero El País bajo el título de “El cine, décima musa”. Aquí apenas a treinta años de su aparición, Carpentier se pronuncia abiertamente al comparar el cine y el teatro, cuando generalmente se tendía a destacar la superioridad artística del segundo. Reconoce lo falso del dilema, ya que se trata de dos manifestaciones artísticas diversas, “situadas en planos diferentes”. El teatro bien hecho seguirá existiendo junto con el cinematógrafo, pero este último irá desenvolviéndose rápidamente, de acuerdo con los tiempos en que vive, vertiginosos y en los que prima la técnica. Como espectáculo que crea sus propios parámetros, allí nada es dejado al azar. Y ve sus mayores posibilidades en las múltiples capacidades que tendrá en la utilización de “trucos”. Presiente cómo el medio podrá “hacernos percibir sensaciones inéditas y no despojadas de valor estético”. Sorprende la manera en que Carpentier avizora su desarrollo futuro que, por ahora, ha culminado en la digitalización y demás “trucos” que hacen virtualmente casi perfecto al cine actual en ese aspecto.

Apenas unos cuatro años después, recién llegado a París, se pronuncia ante el gran dilema a que se enfrenta el hasta entonces cine “mudo”: el sonido. De esto es ejemplo el importante artículo “Los problemas del iitaphon¿\ enviado desde París y que publica la revista cubana Carteles el 2 de junio de 1929. Aquí otra vez la polémica incide en la validez artística que ya ha ganado el cine silente, amenazada por la intromisión del sonido. Carpentier reconoce los problemas técnicos que aún tiene la sonorización, pero, como siempre, proyecta su pensamiento hacia el futuro. Prevé la estilización que la banda sonora se verá obligada a realizar, no sólo en cuanto a los ruidos ambientales, sino muy en específico en lo referente al diálogo. Piensa que los diálogos deberán ser “cortos, llenos de ideas, de pasión, o de angustia”, esenciales. Pero aquí sí prevé una influencia decisiva del cine en el teatro, pues “los dramaturgos de mañana tendrán que fragmentar sus piezas” y deberán abandonar “todo verismo escénico”, en lo que nunca podrán competir con el nuevo medio. Además, se entusiasma en cuanto a la posibilidad de que los más diversos públicos vean y oigan las más disímiles manifestaciones artísticas. Por eso declara tajantemente que “oponerse al advenimiento del filme sonoro es no comprender su importancia”.

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